"Ni me quedan lágrimas ni me queda nada": el drama de los vecinos de Valencia que lo han perdido todo
Los pueblos anegados por la DANA en Valencia trabajan por asimilar la situación y reconstruirse entre el barro y los escombros
Valencia
Valencia capital da la sensación, ya hoy, de ser una ciudad normal, donde todo funciona según lo establecido y donde la rutina inunda los días. Pero, ocho días después, la gente sigue hablando de la DANA y sus efectos. Hablan por teléfono contando cómo lo vivieron, cómo está su familia que vive en los municipios más afectados o cómo están ayudando. A unos pocos kilómetros de donde todo parece normal -pero no lo es- están Paiporta, Benetússer, Alfafar, Catarroja, Sedaví o Aldaia. La zona cero de la peor DANA del último siglo, que ocho días después mantiene zonas anegadas, repletas de escombros, de barro, de lodo y con un olor a ratos irrespirable.
Lo más fácil para llegar hasta allí es hacerlo a pie. A través de lo que lo que ya se ha bautizado como ‘la pasarela de la esperanza’, por donde cruzan miles de voluntarios al día con escobas, palas, rastrillos, bolsas con comida o medicamentos, dispuestos a ayudar en lo que sea. Y por donde vuelven a sus casas hasta arriba de barro.
Héctor es profesor en Castellón, su hermano vive en La Torre. Trabaja por la tarde, pero por la mañana viene a ayudar a los vecinos. “Estamos intentando trabajar en la parte emocional porque la gente está muy afectada. Con quitar un poco de barro y hablar con la persona, a veces hace más que cualquier otra cosa”. Lo cuenta emocionado, impactado por la situación, que dice, “es dramática, aunque nada que ver con la de hace unos días”.
Por esta pasarela pasan muchos estudiantes, chicos y chicas jóvenes que no tienen clase esta semana y aprovechan para venir a echar una mano. Hay infinidad de grupos de jóvenes movilizados. “La gente se ayuda entre sí, siempre hay manos, pero faltan más”, cuenta Andrea, que es estudiante en Valencia y viene con una amiga a pasar el día limpiando barro. “Lo que hace falta es que la gente no se olvide”, asegura Carmen, otra estudiante que viene de limpiar una iglesia de Paiporta donde se está repartiendo comida.
Por esta pasarela pasan también los vecinos, que cruzan a Valencia para hacer alguna compra. Vecinos como Charo, que vive en La Torre y relata con detalle cómo la noche de la tormenta vio salvarse a dos chicos que se quedaron encerrados en un garaje de su calle. “Aquí no llovía y, de repente, empezó el agua a subir y a subir con una rapidez impresionante. Oímos unos golpes en el garaje, eran dos chicos que se quedaron atrapados hasta la una de la madrugada. Con una cuerda les bajábamos agua, plátanos y café. Hablábamos con ellos porque uno entró en pánico”. Le preguntamos cómo se gestiona esa situación y ella sentencia: “En ese momento no piensas en nada, solo en ellos. Después, cuando pasa, te entra el tembleque”.
Cerca de La Torre están Alfafar y Benetússer. Dos pequeñas localidades separadas por una estación de tren que ahora no funciona. La imagen de Benetússer el lunes por la noche era, por momentos, la de un escenario de guerra. Cuando anocheció, quedó prácticamente a oscuras. Y en uno de sus barrios más humildes, el panorama era de auténtica destrucción con toneladas de escombros por la calle, coches absolutamente destrozados, uno encima de otro. Y una capa de barro que engulle la bota, que no era fácil de sacar.
Ahí no queda prácticamente ni un comercio en pie. Gabriel es propietario de un bar de Benetússer. Tiene el local destrozado. “Intentamos salvar algo, pero no vamos a recuperar casi nada. Todo el género se ha ido, nos quedamos sin luz tres días y los congeladores no funcionaban”. Lo cuenta con un hilo de voz, está triste y lo admite. “Está siendo fatal. El futuro lo tengo fatal, tengo 62 años y me estoy planteando si volver a abrir o no. No sé si podré volver a empezar. Empezar de cero a estas alturas no es algo que me tire para adelante, al revés”.
En Alfafar, como en otros municipios valencianos, las calles se convirtieron en un río que engulló muchas de sus casas, como la de Lola, jubilada de 65 años. “Se me ha ido todo a la mierda, ni tengo cocina, ni tengo muebles, ni tengo habitaciones ni tengo nada. De la humedad se me ha caído la mitad de la pared. Del cuarto de baño me queda el váter, que es lo único que hemos dejado. Me he quedado en la puta calle. Ahora estoy en casa de mi hija”.
Lola es tajante: “estamos mal”. “No tenemos dinero ni tierras para vender, lo que me da la pensión es lo que tengo, nada más. Ni me quedan lágrimas, ni me queda nada. Tengo ataques de ansiedad y taquicardias”. El martes por la tarde entramos en su casa, en la que solo queda un reloj de pared, que está por encima de los dos metros que alcanzó el agua. Allí está Lola con su marido y con su nieto, que le ayuda en lo que puede y es el único que le saca una sonrisa estos días.
En la otra parte de Alfafar, está Manuel. También es jubilado y también está en casa de su hijo. “No tenemos otra cosa. Todo ha desaparecido, en la casa no queda nada”. Lo dice con resignación, “ahora somos ciudadanos de a pie”. Ya se han puesto en contacto con el seguro, “ya está gestionado, pero claro, hasta que vengan no podemos hacer nada”.
Manuel sale a la calle y lo que ve son escombros. Muebles enterrados en barro, todo tipo de enseres que se echaron a perder durante la tormenta, trozos de coche, juguetes rotos y recuerdos perdidos. “La DANA se ha llevado muchos recuerdos de seres que ya no tengo vivos”, nos cuenta otra vecina de la zona baja de Alfafar.
Algunos no pueden ducharse con agua caliente. No pueden cocinar porque han perdido su cocina, por eso los voluntarios se organizan para cocinar caliente en las calles de los pueblos con Alfafar, donde hay dos puntos de reparto de comida. Uno organizado por una falla de Valencia con arroz, el otro tiene cocido, olleta y arroz con pescado. Utilizan todo lo que traen otros voluntarios para repartirlo a quien lo necesite.
Valencia todavía está impactada, más de una semana después. Muchos no asimilan aún lo que ha pasado. Que su casa ha quedado arrasada y que la tormenta ha engullido todo lo que tenían dentro. No asimilan la crudeza de lo que ven. Aunque la calle, cada día que pasa, está un poco más limpia, tiene un poco menos de barro, se puede caminar mejor.
Joan Gimeno Guardiola
Redactor de Hora 25. Antes en Radio Madrid cubriendo...