La tragedia de Valencia, caldo de cultivo para la antipolítica

La tragedia de Valencia, caldo de cultivo para la antipolítica

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La ultraderecha aprovecha la catástrofe para poner en marcha la maquinaria de la desinformación, sembrar el caos y azuzar la desconfianza en las instituciones

Madrid

El pasado domingo, Natalia (30 años) veía por televisión desde Madrid cómo un grupo de ciudadanos increpaba en Paiporta a los reyes al grito de “asesinos”. Cogió entonces su teléfono y entró en el grupo de WhatsApp que comparte con sus amigas. “Qué impotencia de políticos y de sistema nefasto”, escribió. “Ninguna clase política, ya sea de cualquier partido, está a la altura de nuestro país y de esta situación”. Esta joven, que prefiere no dar su nombre real, ha estado siguiendo las noticias de la dana desde el martes, viendo cómo los vecinos de distintas localidades de Valencia, agotados y llenos de barro, se quejaban de la falta de ayuda. “Me da mucha rabia. Ahora mismo no me siento representada por ningún político. Si hubiera elecciones, no iría a votar”, reflexiona. “Estoy en contra de todos los representantes políticos que están en el Congreso. No creo en ninguno de ellos.”

La indignación de los vecinos afectados por la dana, el dolor por las personas fallecidas y la rabia ante la respuesta, a veces tardía y descoordinada de las administraciones, se traduce en enfado y desafección política entre los ciudadanos, como le ocurre a Natalia. Pasa dentro y también fuera de Valencia. El escenario que ha dejado la catástrofe, el del caos, la rabia y la confusión, se convierte, además, en un caldo de cultivo ideal para propagar bulos, poner en marcha la maquinaría de la desinformación y azuzar la desconfianza en las instituciones. Quien mejor sabe hacerlo es la ultraderecha, experta en capitalizar emociones e instrumentalizar el malestar de la sociedad, y se ha puesto a ello desde que el agua inundó las calles y las casas de decenas de municipios valencianos.

Una de las consecuencias de esa estrategia es la expansión de una ola de antipolítica, que se está manifestando estos días con mensajes como “solo el pueblo salva al pueblo” o “Estado fallido”. La antipolítica, como recuerda Felipe G. Santos, que investiga a la extrema derecha en la Universidad de Babeș-Bolyai, en Rumanía, no siempre se asocia a la ultraderecha. “Depende del momento y de qué ideologías o actores tienen hegemonía o control sobre el discurso político”, explica. Ahora, con un gobierno progresista y con una agenda dominada por la derecha, lo habitual es que ese sentimiento de desconfianza y rechazo hacia las élites políticas se politice desde la extrema derecha. “Si esta catástrofe hubiese sucedido, por ejemplo, en la época del 15M, esa misma antipolítica se habría politizado en una dirección progresista”, apunta.

Esta dinámica, con la ultraderecha poniendo a funcionar las redes de la desinformación para generar disrupción, no es nueva. Se vio ya en el 2018, después de la moción de censura de Pedro Sánchez, cuando empezó a extenderse la idea de que el gobierno era “ilegítimo” y “ocupa”. Y se acentúa con cada crisis. Pasó en la pandemia y vuelve a ocurrir ahora. “El hábitat natural de la ultraderecha es el caos”, apunta Anna López, doctora en Ciencias Políticas en la Universidad de Valencia. “Aprovechan cualquier momento en el que el Estado falla o no cumple las expectativas para instrumentalizar ese malestar”. El objetivo, asegura esta experta en extrema derecha, es desestabilizar la democracia. Tereza Capelos, profesora de Psicología Política en la Universidad de Southampton, en Reino Unido, añade algo más: “Buscan ganar atención. Por eso lo importante es no dársela y mantener el foco en las víctimas, sin enredarse en el terremoto emocional que buscan con esas provocaciones”.

En una circunstancia así, como la que ha provocado la dana, la población no solo reacciona con tristeza, también lo hace a través de la rabia y la ira. Tiene razones. “Es natural enfadarse porque hay unos responsables políticos”, explica Capelos, que estudia la interacción entre las emociones y la política. “Ese enfado no se puede invalidar. Hay que reconocerlo y no dejar que los grupos extremistas lo acaparen”. Capelos utiliza una metáfora para explicar cómo funcionan los agitadores en situaciones de crisis. Explica que es como si el ciudadano fuera andando por la calle cargando un abrigo empapado a su espalda y, de pronto, apareciera alguien que le ofrece un perchero para colgarlo. La ira y la frustración son el abrigo. Y el perchero, la desinformación y los agitadores extremistas. “Para los que se sitúan en los extremos, la tragedia es una oportunidad para promover su causa”, apunta esta profesora. En este caso, lo que promueven con la difusión de bulos es el cuestionamiento del papel del Estado y el negacionismo climático.

Profesionales de la desinformación

La desinformación no solo funciona con mentiras. Utiliza falsas verdades, inexactitudes o exageraciones; información manipulada o sin contrastar; y, a veces, información que podría ser real, aunque en el momento en el que se difunde no se base en ninguna certeza, solo en la posibilidad de ser cierta. Uno de los ejemplos más claros de los últimos días es lo ocurrido en torno al parking de Bonaire, en Aldaia. “En el parking de Bonaire hay muchos cuerpos, muchos cuerpos. Muchos”, escribió Iker Jiménez en la red social X, donde tiene cerca de 900.000 seguidores. “Que se diga a estas horas esa cifra oficial de muertos, viendo lo que vimos y sabiendo lo que saben, es una ignominia, una jodida vergüenza para el pueblo español. Basta ya. Queremos la verdad”, añadió. El agitador ultraderechista Bertrand Ndongo, que trabaja para Periodista Digital, alertó durante días sobre los fallecidos que iban a aparecer en el parking inundado. Contó, en un vídeo en X, que había 700 coches atrapados en el aparcamiento. El vídeo acumuló cuatro millones de reproducciones. “Algunos se empeñan de nuevo en intentar llevar esta tragedia como con la pandemia, manipulando y ocultando las cifras”, escribió Ndongo en la misma red social. Cuando difundió esa información, no había ningún dato real sobre la posible tragedia del parking, pero existía la posibilidad de que fuera cierta. Eso bastaba.

Un día después, la Guardia Civil confirmó que no había encontrado fallecidos en los coches inspeccionados en el parking. Pero, para entonces, el mensaje de que el Gobierno estaba ocultando los datos ya había circulado por miles de teléfonos móviles. De hecho, los agitadores siguieron intentando sembrar dudas, aún después de la noticia. Después de conocer la información de la Guardia Civil, Vito Quiles, un agitador que trabaja para Javier Negre, escribió en su canal de Telegram: “Me preocupa que nos puedan estar ocultando información o engañando por intereses políticos”.

Negre lanzó Estado de Alarma durante la pandemia, de ahí el nombre, y ahora está, de nuevo, sacándole partido a la tragedia. Ha puesto en marcha una oleada de desinformación que apunta a distintos frentes: la desconfianza en las instituciones, el ataque a las minorías y la deslegitimación del conocimiento científico. Desde que la dana golpeó Valencia, ha atacado a los reyes por ir a Paiporta; ha puesto en duda el número de fallecidos; ha cargado contra la Agencia Estatal de Meteorología, que activó el aviso rojo a primera hora de la mañana; y ha intentado dividir a la sociedad y desacreditar la labor de Cruz Roja, desplegada en la zona, compartiendo fotos de sus trabajadores ayudando a personas migrantes.

VALENCIA, 03/11/2024.- Efectivos del cuerpo de Bomberos salen del parking subterráneo del Centro Comercial Bonaire de donde se está extrayendo el agua acumulada para poder acceder a los coches aparcados, este domingo. EFE/Manuel Bruque

VALENCIA, 03/11/2024.- Efectivos del cuerpo de Bomberos salen del parking subterráneo del Centro Comercial Bonaire de donde se está extrayendo el agua acumulada para poder acceder a los coches aparcados, este domingo. EFE/Manuel Bruque / Manuel Bruque

Es fácil que esos mensajes circulen con rapidez en momentos de crisis social, en los que la confusión lo domina todo y no hay siempre una distinción clara entre la verdad y la mentira. En ese contexto, los ciudadanos no buscan entender cómo funciona el reparto de competencias, que ha protagonizado buena parte del debate político, buscan una respuesta sencilla con la que canalizar su ira. La ultraderecha sabe cómo aprovechar esos momentos de debilidad y maneja las herramientas para hacerlo. “Son los primeros que han utilizado las redes sociales como instrumentos de propaganda y de movilización, antes que los partidos tradicionales”, cuenta Anna López. “Tienen muy claro cuál es la guerra que hay que librar”. Saben, además, que ese torrente de desinformación no se queda en las plataformas, se traslada a los móviles, a través de mensajes en WhatsApp, e incluso llega a penetrar en algunos medios de comunicación.

Con bulos como el de Bonaire, los agitadores y partidos de ultraderecha consiguen instalar una demonización del Estado que aviva la antipolítica. “Es una narrativa que triunfa”, asegura Capelos. “Triunfa porque en ella hay algo de verdad, que algunos saben instrumentalizar”. “La antipolítica se nutre del malestar social y de que los partidos políticos tradicionales no sean capaces de resolverlo”, apunta Anna López. En este caso, se alimenta del dolor de los que murieron arrollados por la riada, de los coches cubiertos de lodo acumulados en las aceras una semana después, de los vecinos pidiendo ayuda desesperados y de los políticos debatiendo sobre la distribución de competencias.

La ultraderecha, coinciden los expertos, es la principal beneficiaria de esa corriente de antipolítica: la amenaza que generan les permite presentarse como la solución. Primero, provocan la sensación de que hay un colapso del Estado. Y después, se presentan como los salvadores. Lo mismo que consiguió Trump con su hagamos América grande de nuevo. “Plantean que la nación ha sucumbido y que hace falta otra persona, otro líder, que sea capaz de recuperar ese orden que existía antes de ese colapso”, explica Felipe G. Santos.

Ante esto, la experta en Psicología Política, Tereza Capelos, ve importante no echarle solo la culpa a los agitadores extremistas, y reconocer, también desde la política, el enfado y la frustración de quienes están consumiendo esos mensajes. “Los agitadores provocan enfrentamiento, sí. Pero ese enfrentamiento no existiría si no hubiera una frustración y un sufrimiento de base”. Si no hay un abrigo empapado que colgar, el perchero no sirve para nada.

 
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