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Ridley Scott convierte 'Gladiator II' en un péplum hortera, sangriento y delirante sobre la ira y la violencia

El director británico pervierte la historia y mete hasta tiburones y prensa escrita en el Coliseo, junto a las luchas entre Pedro Pascal y Paul Mescal con un divertido Denzel Washington

'Gladiator II', por qué la secuela más esperada es un desastre

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Madrid

Reflexiona la historiadora Mary Beard en su nuevo libro, titulado precisamente El coliseo, que aquello que ocurría en la arena del famoso anfiteatro romano nos provoca un desconcierto mayúsculo al tratar de explicar no solo la violencia que allí acontecía, sino el modo en que los poetas latinos escribieron y atestiguaron dicha violencia. Ahí quedan los verso de Marcial alabando el edificio construido por Vespasiano y remodelado por Nerón, pero también la violencia dentro de su escenario, donde se celebraban las luchas entre esclavos, pagadas por los ricachones, para acrecentar su fama, y por los emperadores con un claro empuje populista, el hacer olvidar el hambre y la corrupción de la plebe, pero también con un alarde adoctrinador, que pretendía mostrar la guerra como un asunto bueno y noble ante el Senado y el pueblo de Roma. Ese desconcierto al que aludía Mary Beard no se da solo con la lectura de los testimonios sobre las luchas de gladiadores y otros juegos típicamente romanos, como las naumaquias -batallas de barcos- o las venaciones -luchas entre gladiadores y animales-, sino que se da también cuando convertimos esos relatos en historias visuales, ya sea en la pintura o en el cine. Lo hizo el pintor francés Jean-Léon Gérôme en sus cuadros sobre esta figura del luchador romano, considerados verdaderos héroes para la población. Un cuadro que fue clave para que Ridley Scott se decidiera a revivir el género del péplum con Gladiator, película ganadora del Oscar en 2000 y uno de los filmes más populares de las últimas décadas. Ahora repite el gesto en una segunda entrega, Gladiator II, que traduce, con más ahínco si cabe, esa violencia descarnada y cruel en puro espectáculo visual.

Como si fuera un juego de espejos, es curioso que los espectadores de este filme mantengan esa posición del pueblo romano ante el espectáculo de la violencia. Jaleando a gritos al organizador de los juegos que matase o dejase vivir al luchador, esclavo que trataba de ganarse su libertad en la arena. Esa es también la posición de los espectadores que, alejados por la distancia de la pantalla, vibran en cada brazo o cabeza cortada, o en cada grito, en cada puñalada, mordisco o ejecución, con chorro de sangre incluido, que el director británico decide mostrarnos. Sin duda, aquellas gestas fueron un espectáculo dantesco, del que hemos heredado algunas cosas que todavía nos negamos a eliminar. Ahí están los toros, sin ir más lejos. Pues bien, el director ha decidido redoblar su apuesta de virilidad y sangre en esta entrega en la que todo es un suma y sigue. Más batallas, más sangre, más hostilidad, más ira, más disparates históricos, más animales, más efectos especiales y más dorados. El resultado es una película que acaba siendo una copia de la primera, con un guion muy similar, al que añade todos los elementos que el director ha encontrado por el camino y alguno más.

Paul Mescal es un blanco en un pueblo del norte de África que es capturado por el ejército romano. Matan al amor de su vida delante suya y jura venganza a Roma, aunque desde el primer momento sabemos que él es romano, y no un ciudadano cualquiera, sino que nada menos el príncipe de Roma, hijo de un glorioso gladiador, Russell Crowe, y nieto del emperador filósofo, Marco Aurelio. Mientras su identidad no se descubra, seguirá siendo un gladiador que va aniquilando todo lo que le echen: monos que parecen hienas, tiburones. Sí, han leído bien, hay tiburones en el Coliseo, que amenazan a las trirremes de una naumaquia. En el Coliseo no se celebraban naumaquias en esa época, pero ese es el error histórico menos grave que van a ver. Créanme, que estos ojos han visto hasta un periódico impreso en papel ¡en el siglo segundo después de Cristo! ¡1200 años antes de que se inventara la imprenta! Tremendo. Que la historia le importaba poco a Ridley Scott ya lo supimos en la primera entrega y lo entendimos mejor en Napoléon, su anterior película, cuando despachó con rudeza a los historiadores que objetaron algunas trampas de su guion. Sin embargo, aquí en Gladiator II está desatado. Sabemos que sería imposible pedirle a una película sobre la antigua Roma o la antigua Grecia que fuera cien por cien fiel a la historia, entre otras cosas, porque también el relato histórico de esas épocas ha sido una recreación y porque muchos de los historiadores coetáneos tenían sus propios intereses y apegos a los poderosos sobre los que escribían. Una cosa es esperar que no sea un libro de historia y otra el delirio. Quizá no les parezca grave, pero en esta época donde las verdades están denostadas, que la imagen sea falsaria importa y mucho.

Más allá de los anacronismos, el gran problema de la película está en el tono, pues se parece más a La casa Gucci que a la propia Gladiator. Una comedia involuntaria y kitsch, a la que el excesivo metraje lastra el ritmo. Sobre el ritmo, la película se encaja en luchas infinitas y enredos de guion que ya vimos en la primera entrega. Ojalá el director británico hubiera utilizado a Virgilio más allá de para citar un verso en un momento ridículo, para aprender del ritmo de su poema épico, La Eneida. Tampoco ayuda que cada actor esté en un registro y que no haya nadie capaz de emular el carisma de Russell Crowe, que ganó el Oscar aquel año, quitándoselo a Javier Bardem, nominado por Antes que anochezca. Paul Mescal está declamando a Shakespeare y Pedro Pascal, perdido entre las legiones romanas, solo Denzel Washington se mete en la piel de Macrino, un personaje que existió de verdad, pero al que la película le cambia, por supuesto, toda su historia. Sobre el humor involuntario, decir que aparece en los momentos que rompen con el código histórico, o cuando una estatua de Marco Aurelio -el personaje de Richard Harris en la primera entrega- de repente es exactamente igual a la cara de Paul Mescal. Tampoco ayudan los momentos bucólicos copiados de la primera entrega, con esa misma banda sonora que nos remite a los sueños y visiones del personaje, tocando la tierra, el trigo, o viendo el más allá en esa barca de Caronte. Sobre lo kitsch: fijénse solo en los monos con cara hiena del primer combate o en el CGI que ha creado cada uno de los animales.

Gladiator II from Paramount Pictures.

Gladiator II from Paramount Pictures. / Paramount Pictures

Gladiator II from Paramount Pictures.

Gladiator II from Paramount Pictures. / Paramount Pictures

Gladiator fue un fenómeno que, al inicio de los 2000, vino a reivindicar y refundar el cine de péplum, tan de moda en el Hollywood clásico. Esta segunda entrega seguro que generará legiones de fans disfrutando de la sangre y la ira de sus protagonistas. Quizá lo mejor de la película es que capta el sentimiento irascible de muchos muchachos hoy, que piensan en el imperio romano varias veces al día, y firman con fuerza y honor algunos de sus tuits. Triunfará, y nos alegraremos de ello, pero recuerden, esta película no es más que un mero espectáculo de Gladiadores.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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