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Robert Lepage: "Ver porno está muy bien, pero es mejor tener relaciones sexuales por ti mismo y esa experiencia es la que ofrece el teatro"

El fundador de la compañía canadiense Ex Machina trae al Festival de Otoño 'The seven streams of the river Ōta', una obra sobre la memoria. Los campos de concentración, la bomba de Hiroshima o la epidemia del sida. Creada en 1994, estas plagas del siglo XX resuenan más y de otra forma 30 años después

Robert Lepage: "Ver porno está muy bien, pero es mejor tener relaciones sexuales por ti mismo y esa experiencia es la que ofrece el teatro"

Robert Lepage: "Ver porno está muy bien, pero es mejor tener relaciones sexuales por ti mismo y esa experiencia es la que ofrece el teatro"

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Robert Lepage es un pionero en usar la imagen y en explorar nuevos lenguajes escénicos. Hemos conversado con el director y escenógrafo canadiense, fundador de la compañía Ex Machina, que estrena hoy en los Teatros del Canal, en el marco del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid, The seven streams of the river Ōta,. Se trata de una obra construida hace 30 años, de siete horas de duración, con tres intermedios y que ilustra varios relatos entre 1945 y 1995. De la bomba de Hiroshima o los campos de concentración a la epidemia del sida, a través de una gran historia de amor.

Esta es una entrevista realizada junto a Raquel Vidales de El País, Marta Ailouti de El Cultural y Darío Prieto de El Mundo.

La idea del tiempo es muy importante en su teatro, no solo el paso del tiempo, sino también la longitud de las piezas. ¿Cuál es su idea del tiempo hablando de teatro?

Siempre me sorprenden las preguntas sobre la duración de la obra, sois muy jóvenes y la prensa hoy es de otra generación, porque recuerdo obras de Peter Brook de 15 horas e incluso en España había grandes acontecimientos teatrales que duraban muchísimas horas. Pero claro, ahora estamos en un mundo en el que las personas tienen pantallas gigantes en casa, de alta calidad, con Netflix y un montón de plataformas ofreciendo buen entretenimiento, así que es muy difícil competir con eso. Así que si quieres conseguir que la gente vaya al teatro, tienes que crear un evento, un acontecimiento, y la duración es parte de la experiencia. Es un maratón, un maratón para el público y para los actores también y creo que crea un sentido de comunidad en el teatro, si lo haces bien, alimenta la inteligencia y la imaginación del público. Tengo amigos que me han dicho que venían a ver la obra, pero que solo se iban a quedar tres horas. Y al final se han quedado las siete horas, porque el tiemo en el teatro es muy elástico también, es extraño. Hay que encontrar la forma de conmover al público y que participen, esa es la clave también del teatro, no darle al público la información masticada, sino que jueguen con ella, la mastiquen, desarrollen su inteligencia. Si los cerebros de las personas están implicados, el tiempo no importa.

Además, estamos en una época muy individualista, la gente vive su vida e incluso el entretenimiento y nuestra relación con la cultura es muy individualista. Y el teatro es un lugar de reunión, de comunidad, y un festival como este permite precisamente esto. Al final de esta obra veréis cómo los actores y los técnicos también aplauden al público por haber compartido todo ese tiempo juntos.

La gente también olvida que los intermedios tienen un papel. Ahora estamos acostumbrados a obras que duran una hora y media o dos, sin ningún descanso, de tal manera que encaja perfectamente en tu agenda porque no quieres pagar a una niñera mucho tiempo, por ejemplo. O porque tienes una reserva para cenar. El teatro no debe tener eso en cuenta, el teatro cuenta una historia, nos cuenta a nosotros. Y ponemos intervalos no solo para que la gente vaya al baño, sino para que la gente pueda discutir, hablar sobre la obra, relacionarse entre sí. Si haces esto durante siete horas, como en este caso, conocerás a la gente de otra forma. El teatro no es comunicación, es comunión, es una relación muy, muy diferente con el público.

Han pasado varias décadas desde que estrenó la pieza, ¿cómo ha sido regresar a este título tan fundamental en su trayectoria y qué cambios ha introducido o qué mirada actual hay sobre el mismo?

Es la misma obra que creamos en 1994, la misma historia y la misma estructura. Nada de eso ha cambiado. Lo que ha cambiado mucho es el mundo en el que vivimos, la obra resuena de manera diferente. Cuando la escribimos, no se habían producido los atentados del 11 de septiembre, cuando entramos en un Nuevo Orden Mundial. No habíamos presenciado todos los conflictos tan diferentes que hemos visto, ahora tenemos una guerra en Ucrania y en Oriente Medio. Por entonces nos preocupaba lo que pasaba con Serbia y Sarajevo, así que la obra resuena de manera muy diferente. Luego está la epidemia del sida, que para las nuevas generaciones el sida sigue siendo un problema de salud, pero es una enfermedad tratable, como la diabetes. Entonces estábamos metidos de lleno en una crisis del sida, teníamos amigos muriendo o sufriendo por aquello. Era otra época, tampoco habíamos pasado una pandemia como la del covid. Las nuevas generaciones tampoco conocen bien los campos de concentración, qué nos jugamos en la Segunda Guerra Mundial, todos esos recuerdos horribles van desapareciendo poco a poco. ¿Por qué la bomba de Hiroshima? ¿Cómo impactó política y socialmente aquello en la historia de la segunda mitad del siglo XX? La amenaza atómica en los 90 no era tan grave como hoy, porque pensábamos en un mundo seguro, con Occidente y Oriente conciliándose y produciéndose un desarme. Hoy parece que estamos al borde de una guerra nuclear, así que la obra resuena de una forma muy diferente. Han pasado muchas cosas en nuestras vidas y hoy somos escritores o directores más maduros, con más experiencia, somos menos redundantes o repetitivos. Confiamos en que la imaginería, las imágenes hablen más que el texto. Creo que la obra ahora mismo está mucho más en sintonía con la época actual.

Habla de grandes plagas del siglo XX. Hiroshima, el Holocausto, también la epidemia del SIDA. ¿Qué aporta el teatro a la recuperación de la memoria histórica frente a otras disciplinas? ¿Es la falta de memoria la gran plaga del siglo XXI?

El teatro está íntimamente relacionado con el acto de recordar. En primer lugar porque tienes que recordar tus líneas, tu diálogo, ser actor es un ejercicio de aprendizaje y de memoria. La memoria es parte de nuestro trabajo, pero también el recordar a las personas, recordar y conservar la memoria de la cultura. Hay muchos ejemplos de distintas culturas que están siendo borradas y el teatro está ahí para mantenerlas, conservarlas. Conozco a algunos actores catalanes que me dijeron que durante la dictadura, Franco intentó destruir obras de poesía y de teatro y fueron los actores, los poetas, los cantantes los que mantuvieron vivo todo ese repertorio, porque se sabían de memoria todas esas piezas o poemas. En Rusia, durante la época de Stalin, hubo purgas horribles, Stalin encarceló y mató a muchos poetas y sus mujeres, que se aprendieron de memoria los poemas, los recordaban para mantenerlos vivos. El teatro está para recordarnos no solo el repertorio cultural, sino también los hechos históricos, cómo sucedieron las cosas. Y luego está abierto a la discusión. Habrá quien diga que esto no pasó así, no lo recuerdas bien o no estoy de acuerdo con la forma en que lo retratas. Pero la cosa es recordar, hay que potenciar la educación histórica. Así que es un lugar para el recuerdo, para la memoria.

Escena de 'The streams of the river Ōta', de Robert Lepage / Elias Djemil / eliasdjemil.com

A propósito de la importancia de recordar esta memoria histórica, sobre todo a las nuevas generaciones, qué importancia tiene que un premio como el Nobel de la Paz haya ido este año para una organización formada por los supervivientes de las bombas atómicas de Japón?

Lo importante es que la única manera de recordar los acontecimientos históricos y situaciones sociales es a través de la narración de historias. Siempre digo que está la Historia con hache mayúscula y la historia en minúsculas. La historia en mayúsculas son los grandes acontecimientos grandes guerras y momentos del siglo XX o XXI. Y luego está la hache minúscula, cómo viven las personas sus vidas. Y muchas veces es mejor contar las historias de estos grandes acontecimientos a través de las pequeñas historias, cómo resuenan estos grandes acontecimientos en las vidas cotidianas. Es muy importante esto. [...] Tengo la impresión de que cuando usas la poesía, cuando cuentas una historia en el teatro, en una película o a través de una novela, la poesía te permite entender mejor una época, cómo vivía la gente, cómo pensaba la gente, entras en su alma, en sus desafíos. Es la mejor manera de abordar los acontecimientos. Durante mucho tiempo, el director que ganaba el premio a la mejor película en el Festival de Cannes era con frecuencia un director iraní, que contaba historias que tienen lugar en un país que no es como el nuestro, donde la gente no tiene el mismo tipo de sistemas, de creencias o está socialmente organizada de una manera completamente diferente. Pero son historias con las que podemos conectar, como la de un hombre y una mujer que cuidan de un padre enfermo. Y a través de esa historia entras en su cultura, en un determinado contexto político y social. Por eso nos conmueven tanto estas increíbles películas iraníes que tratan sobre la vida cotidiana de personas que no viven necesariamente como nosotros, pero que tienen los mismos desafíos humanos. Eso es lo que siempre busco, de lo local a lo universal, que diferentes públicos que hablan otro idioma se identifiquen con una historia o con un personaje universal. Esa es la historia con minúsculas.

Volviendo al principio, a la duración de la obra, ¿cómo conseguir que los jóvenes de hoy, la generación Tik Tok, en este mundo veloz, de lo rápido, inmediato, breve y fugaz, vayan al teatro a ver siete horas de función?

Si la gente siente que es inteligente cuando ve tu obra, si se siente creativa, entretenida e inteligente, eso supera cualquier tipo de TikTok o lo que sea, juro que es así. La última vez que representamos The seven streams fue en Santiago de Chile y el primer día fue muy difícil vender entradas para una obra de siete horas. La representamos cuatro días, el primer día solo teníamos la mitad de entradas vendidas, tuvimos que invitar a personas para llenar. Pero las siguientes tres funciones agotaron todas las entradas, había colas larguísimas y no lo digo para presumir, lo digo porque es una gran experiencia pasar un día en el teatro y darse cuenta de cómo puede volar de rápido el tiempo cuando estás en el teatro, cuánto puedes emocionarte con gente a priori lejana y de otras culturas. Para mí eso es un triunfo ante todos los TikToks, Instagram y Youtube. El sexo es genial, el porno es maravilloso, es genial ver a personas teniendo relaciones sexuales, pero es más divertido tener relaciones sexuales, ¿verdad? Hacerlo tú mismo y eso es el teatro, experimentar por ti mismo, sentir esa emoción en el escenario, por parte de los actores y directores, y sentir emoción por parte del público, conmoverle. Tenemos que usar el arte para hacer llorar, reír y preocupar a la gente. Participar todos de las emociones, implicar a la gente en una sala de teatro. Sin la participación del público, no hay nada.

 
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