La corrupción como preocupación selectiva
La corrupción, parece, solo se castiga de dos modos: tarde y en los tribunales
Ignacio Peyró: "La corrupción como preocupación selectiva"
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Madrid
De Luis Bárcenas dicen que era un hombre tan escrupuloso que llevaba las cuentas de las fotocopias del último becario, por si acaso gastaba folios de más. Mientras tanto, manejaba la contabilidad del partido con un virtuosismo tal que él siempre salía ganador.
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De José Luis Ábalos, por su parte, recordamos su intervención al presentar la moción de censura contra Rajoy. ¡Bueno, bueno! Nunca en España se ha clamado con tanto desgarro contra la corrupción: a su lado, Savonarola parecía manso como un secretario provincial de la UCD. Ábalos no está condenado a nada, pero a estas alturas parece difícil que vaya a intervenir en ningún seminario sobre ejemplaridad pública. Salvo, quizá, como contraejemplo.
Ayer, Víctor de Aldama cantó más que el Orfeón Donostiarra. Creo que aquí -como en todos los casos- hay que ser prudentes. Si a estas alturas de la vida el número tres del PSOE acepta quince mil euros en efectivo, por ejemplo, además de castigarle por corrupto, habría que echarle unos mesecillos más por agravante de idiotez.
Pase lo que pase, nadie debiera albergar demasiadas ilusiones ni demasiados temores, sin embargo. El 3% no dañó a Convergencia. Los ERES tampoco afectaron, al menos por mucho tiempo, al PSOE. Y tener un presidente condenado no ha quitado la presidencia de la Comunidad de Madrid al PP. La corrupción, parece, solo se castiga de dos modos: tarde y en los tribunales. Y aunque es verdad que nos preocupa mucho, solo nos preocupa si crece en el jardín de enfrente.