Marta Castillo, una navegación a la Antártida siguiendo la estela de su padre: "Como él me contaba, esto es algo inenarrable"
El Reto Pelayo Vida disfruta sus últimas horas en el sexto continente antes de afrontar la vuelta al paso de Drake
Un mar de hielo rodea ‘El Doblón’, la goleta en la que viaja a bordo la expedición del Reto Pelayo Vida, muy cerca del paralelo 65 sur. Aunque la embarcación parezca atrapada en los confines antárticos lo cierto es que debería escapar cuanto antes. La previsión meteorológica anuncia una gran borrasca en los próximos días, y el paso de Drake podría tornarse en un infierno mayor si no se adelanta la vuelta a Argentina.
Pero antes de la gran tempestad, la paz. Rodeados de montañas blancas y de icebergs de diferente escultura, con días soleados que permiten el lujo de desprenderse de alguna de las prendas del uniforme antártico, el desafío empieza a contar las horas para iniciar el viaje de vuelta. “Me da mucha pena que termine, no me quiero ir. Me pegaría aquí meses exprimiendo cada rincón, sabes que no vas a volver”, comenta Marta Castillo, una de las cinco supervivientes del cáncer que integran esta aventura. Como el resto, está abrumada con el entorno que le rodea: “Me hace pensar que la naturaleza es brutal y que es mucho más grande que nosotros. Cada día piensas que no puede haber nada más bonito que esto, y al siguiente pasa igual, y al siguiente… Es una sorpresa permanente”.
Para esta zaragozana de 50 años, que en la ciudad maña dirige la fundación Federico Ozanam, dedicada a personas mayores y en riesgo de exclusión social, este viaje parecía estar escrito desde hace tiempo. Su padre, que inculcó a sus cuatro hijos el amor por el mar, vio como le detectaban un linfoma en 2009 para un año después lanzarse a cumplir la travesía con la que siempre había soñado: visitar la Antártida. Una década más tarde, Marta tuvo que afrontar un diagnóstico de cáncer de mama. Cuando a finales de 2020 lo acababa de superar, su padre falleció repentinamente. “Esta aventura es un regalo vital y una forma muy especial de reencontrarme con él, pero también una llamada de atención de ‘Marta, vuelve al mar’. No voy a volver a dejar la navegación”, reflexiona. Su padre cruzó el paso de Drake con jotas aragonesas resonando en el barco, y luego dejó detallada su experiencia en el sexto continente sobre un cuaderno de viaje que Marta descubrió pocos meses antes de embarcarse en el Reto Pelayo Vida; “Le diría que era tal y como él lo contaba en su diario, algo inenarrable, que nunca había visto nada tan bonito. Le doy las gracias porque me abrió el camino”.
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Marta recibió ese legado para añadir una motivación más para emprender este viaje a la Antártida. Ella, al igual que sus cuatro compañeras, deja otro desde el polo sur para las mujeres que sufren el cáncer de mama: “Tengo muy claro que es una responsabilidad y un orgullo participar. Que vean que se pueden hacer cosas tan maravillosas como esta después de haber pasado un cáncer. Una señora me dijo por Instagram que su hija tenía cáncer y que seguir esto le daba muchísima esperanza a las dos. Sólo por eso, merecen ya la pena todas las superaciones, esfuerzos y sacrificios de estos meses. Yo sé lo que es estar ahí, y que te llegue un rayito de esperanza es alentador”.
Termina otra jornada entre un falso anochecer que no ocurrirá jamás, y a esta aventura le quedan horas en la Antártida. Si las condiciones acompañan, el desafío escribirá su punto y final en la gran pingüinera de Cuverville, donde las cinco expedicionarias plantarán la bandera de esta décima edición del Reto Pelayo Vida. Marta se imagina ese momento y barrunta qué mensaje dejará en ese lugar único: “Quiero dedicárselo a las personas que se ha llevado el cáncer, son muertes prematuras. Que los organismos oficiales destinen el dinero necesario para que la investigación avance para conseguir cronificar la enfermedad. Mi 'Reto' va por todos ellas”.