Las chinchetas
"Lo de pensar con palabras es una exageración. Ya no se usa. Ahora pensamos con imágenes, es decir, no pensamos: imaginamos"
Las chinchetas
Las chinchetas eran una sofisticación. Tardé un montón en descubrirlas. Las cosas se sujetaban con alfileres. Bueno, esto era por parte de mi madre, que cosía, y tenía un acerico lleno de agujas y alfileres. Era como un erizo introvertido. O quizá era un erizo fakir, que se tragaba su propio acero. Un erizo suicida, de algún modo inofensivo. Pero también tuvo que pasar mucho tiempo para que lo llamase acerico. Le decíamos cojín de las agujas o algo así. Un nombre descriptivo, como a menudo sucede en inglés. El inglés está muy vivo porque se convirtió en lengua de emigrantes. Cada cual lo aprendía a su manera, lo usaba plásticamente para explicarse, que es para lo que sirve un idioma. Lo de pensar con palabras es una exageración. Ya no se usa. Ahora pensamos con imágenes, es decir, no pensamos: imaginamos. Por parte de mi padre, todo se sujetaba con cáncamos y alcayatas. Al principio, yo les decía ganchos indistintamente. Pero sucumbí ante el hechizo del vocabulario. ¿Quién puede resistirse a decir alcayata? Almería tendrá una alcazaba, pero ¡en mi casa teníamos una alcayata! Bueno, teníamos una bolsa de plástico llena de cáncamos y alcayatas. Las chinchetas eran material de oficina. Otro planeta. Bisutería para gente con empleos finos. Ir al colegio servía para conocer las chinchetas. En eso consiste civilizarse. Culturizarnos también lo hacían, pero no con chinchetas, sino con la palabra chincheta. Es decir, mediante el vocabulario. Luego empezaron a llamarlo léxico, pero así las palabras perdían el sabor de la boca. La vida está llena de momentos IKEA. Son los que nos muestran que el mundo aún es más pijo de lo que uno creía. Me pasó, por ejemplo, cuando me enteré de que también había chinchetas de colores. Nunca acaba uno de civilizarse.