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La carrera por la tecnología de mover objetos con la mente: un negocio que mueve ya cientos de millones

Esta tecnología implanta electrodos en el cerebro de los pacientes, capta las respuestas cerebrales y traslada esas órdenes a móviles u otros aparatos

De la ciencia ficción a la realidad: las empresas desarrollan tecnología para mover objetos con la mente

De la ciencia ficción a la realidad: las empresas desarrollan tecnología para mover objetos con la mente

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La tecnología para mover objetos con la mente parece ciencia ficción pero atrae ya cientos de millones de inversión. Hay ya tres grandes compañías que acaban de cerrar rondas de capital para financiar lo que ya están trabajando: utilizar el móvil con el pensamiento. La primera es Precision Neuroscience, acaba de cerrar su primera ronda de inversores. Ha captado 102 millones y la compañía vale ahora unos 500. La otra, se llama Synchron y acaba de captar otros 75 millones más.

En esa carrera está también, como no, Elon Musk y Neuralink que lleva 600 millones captados para desarrollar esa tecnología. La tecnología se llama BCI (Brain Computer Interface) y entre las tres suman más de 1.100 millones ya en esta tecnología, que lo que hace es implantar electrodos en el cerebro de los pacientes, captar las respuestas cerebrales y, con inteligencia artificial, trasladar esas órdenes a móviles u otros aparatos. Precision lo ha instalado ya en 27 personas de forma temporal.

Neuralink lo ha implantado ya a dos pacientes de forma permanente, ya está haciendo pruebas en humanos. La banca de inversión acaba de empezar a ponerle cifras a un negocio que puede ser tan lucrativo como invasivo: nueve millones de personas con lesiones son candidatas a ese tipo de implantes, dice Morgan Stanley, cada implante puede costar entre 25.000 y 60.000 euros, sin contar el coste del implante ni de la recolección de datos posterior. Esto abre un modelo de negocio de 400.000 millones de dólares, un tercio del PIB español.

Beneficios y riesgos de la tecnología

La banca está empezando a ver el beneficio que esa tecnología puede dejar para los fabricantes, pero no se está diciendo nada sobre los peligros que puede suponer para los usuarios.

La batalla por nuestros datos en Instagram o en nuestras fotos se va a quedar en un juego de niños en comparación con esto o con el AppleWatch que recopila tus pasos, tu respiración, tu ritmo cardíaco. Todo eso es casi infantil comparado con hacer transparente el contenido de nuestros cerebros tanto en lo positivo como en lo negativo.

En lo positivo, permiten mandar mensajes a pacientes con parálisis. También tiene aplicaciones para los 55 millones de personas sufren demencia, 1.000 millones de personas tienen problemas mentales o 300 millones que sufren depresión. Esos implantes están detectando ya patrones cerebrales para episodios de depresión, que pueden ser cortocircuitados generando estímulos positivos.

En lo negativo, los datos que se pueden obtener de un ser humano se disparan exponencialmente y esos datos no van a ir a parar a científicos en un laboratorio sino a las mismas compañías que han utilizado los datos disponibles hasta ahora para monetizarlos.

Los riesgos son infinitos hasta el punto de la “vigilancia cerebral”. Se puede someter a un trabajador a vigilancia de su capacidad de atención o fatiga, se puede crear patrones biométricos o se puede, en el peor escenario posible, hackear el cerebro de una persona con esos implantes.

La carrera comercial ha comenzado ya y hay tanto dinero en ella que los activistas están pidiendo ya que se garanticen tres derechos que pueden ser el debate del futuro:

  • El derecho a la privacidad mental.
  • El derecho a la libertad de pensamiento (sin interferencias).
  • Y la autodeterminación mental.

Ésta es la batalla que viene en lo moral porque en lo económico la guerra por ese negocio ha comenzado ya y con un tamaño de 400.000 millones, estima Morgan Stanley. Es un pastel que garantiza que no siempre se va a recorrer el camino más virtuoso.

 
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