Mueva usted el culo

¿Ha dicho lo que ha dicho Míriam Nogueras? Pensé. Pues sí, y lo dijo y consiguió captar nuestra atención, pero ¿a qué precio? ¿Le valió la pena rebajarse tanto y rebajarnos a todos? ¿Es la atención que provocan el exabrupto, lo malsonante, lo crispado y discordante una atención buena para el sistema democrático? Por otro lado, ¿no tiene la diputada recursos más elaborados, más finos, más inteligentes que no nos hagan sentir sucios y asqueados a quienes creemos en la buena educación? Con lo que ha costado poder hablar catalán en el Congreso.

Pero no es sólo Nogueras, hace ya demasiado tiempo que ver una sesión parlamentaria se ha convertido en un espectáculo que degrada a quienes están en el hemiciclo primero, pero luego a todos los que estamos representados en cada uno de los escaños. Hay días en los que al observar y escuchar a algunos diputados que gustan del gesto airado, los excesos verbales y las formas tabernarias me pregunto, solo me pregunto, si no seguirán siendo demasiado baratos los gin tonic en el bar del Congreso.

Y después del caso Errejón también me pregunto, solo me pregunto, si no habrá alguno estimulado por algo más que la pasión de defender sus propias ideas. Quizás sería hora de ir pensando en un control antidoping en política. Si no se puede conducir un coche bajo los efectos del alcohol o las drogas, ¿por qué sí se puede representar a millones de ciudadanos con las facultades alteradas?