De cómo nos cambió la Navidad
Todo cambia, y cambia también incluso esa Navidad que tendemos a ver como un eterno retorno
Ignacio Peyró: "De cómo nos cambió la Navidad"
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Madrid
No sé si tiene que ver con el cambio climático o con la memoria afectiva, pero parece claro que en la infancia nevaba siempre más. Yo, por ejemplo, estoy convencido de que en las Navidades de Madrid en los noventa nevaba más que en Massachusetts, aunque esto pertenezca al mismo género ilusorio que mi dueto inexistente con El Puma o la cita que nunca tuve con Elsa Pataky.
El caso es que todo cambia, y cambia también incluso esa Navidad que tendemos a ver como un eterno retorno. No solo es que nieva menos. Esas cestas aparatosas de otro tiempo ya las vemos menos con ojos de ilusión que con sospechas de cohecho. Los christmas que tapizaban casas y oficinas primero nos causaron nostalgia y ahora más bien causan extrañeza. Y si queremos hacer una buena acción, quizá hay que plantearse si la mayor muestra de amor no será respetar la soledad ajena en vez de reenviar un meme chorra para felicitar por whatsapp. Por algo hay cada vez menos cenas de empresa: a veces, la gran celebración es que haya fronteras entre la vida y la oficina.
La propia mesa de Nochebuena, ay, también cambia, y de ser el lugar de los afectos se va convirtiendo en el bosque de los ausentes. Poco extraña, pues, que quien quiere y puede se diga: mira, yo me voy a un hotel y santas pascuas. No me parece mal. Así que, precisamente, felices pascuas.