A ver si hay suertecilla
"La lotería es una suerte que, por seguir con los trenes de cercanías, jamás llega a su hora y deja a todo el mundo esperando sin saber a quién reclamar"
A ver si hay suertecilla
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Barcelona
Hay muchos tipos de suerte. Por ejemplo, la suerte que se desvanece la veremos mañana con el Gordo. Se la reconoce porque ni una de las cifras del número agraciado sale en nuestro billete. Desde el primer número hasta la terminación, vamos abandonando toda esperanza, como dijo Dante en La Divina Comedia. Esta suerte es como el tren de cercanías. Va siempre llena de otros, de otro que no soy yo, como dijo el Fary. Cuando desfilan los números, cada guarismo se convierte en un vagón. No podríamos llamarlos guarismos si el décimo estuviera en números romanos. Pero estos ya no se usan. Y, en su lugar, nos marca la vida cotidiana el guarismo, el número arábigo, que es el moderno. La lotería es una suerte que, por seguir con los trenes de cercanías, jamás llega a su hora y deja a todo el mundo esperando sin saber a quién reclamar. Digamos que se trata de una suerte pasajera, que nos hace pasajeros. Sin embargo, quienes crecimos leyendo las aventuras de Mortadelo y Filemón tenemos nuestras esperanzas puestas en un tipo de suerte muy distinta. Que los lectores de Flaubert me perdonen, pero Mortadelo y Filemón es lo más parecido a Bouvard y Pécuchet que hay en España. A lo largo de sus incansables andanzas, nuestros dos personajes no han aprendido más química que la de El sulfato atómico, ni más geografía que la de El plano de Alí-gusa-no. Filemón siempre lo decía: “A ver si hay suertecilla”. En Mortadelo y Filemón, la suerte se convierte en suertecilla. Es una suerte modesta. Pero así aprendemos que es suficiente solo un poco de suerte para hacer grandes cosas. A lo mejor tampoco nos toca el gordo esta vez, pero luego nos encontramos en la calle una pinza de tender la ropa. De las de madera. De las buenas. Y entonces, empieza la aventura.