Los inocentes
"La suya era la voz de la historia aceptable. La memoria histórica, sin embargo, es el eco de las otras voces. De los gritos que se han querido tapar"
Barcelona
Mayormente, Inocencio es nombre de Papa. Un nombre antiguo. En España, hoy ya nadie se llama Inocencio. Esto explica que también haya caído en picado la presunción de inocencia. En plan familiar, se acostumbraba a decirles Chencho a los Inocencios. El más famoso que recuerdo es Chencho Arias, el diplomático. Ya hace tiempo que está jubilado, pero tenía la misma manera de llevar la pajarita que Ortega y Gasset. Ahora vivimos otras circunstancias. Somos más de sudadera que de pajarita. Es otra elegancia, una revolución de las masas distinta. Hablando de masas, quien mejor ha gritado el nombre de Chencho entre la multitud fue Pepe Isbert en La gran familia. Se planteaba un debate en esa escena. Había un pulso entre los villancicos, las voces alegres de los niños, y la voz del viejo. Porque, en realidad, no se perdió el niño, se perdía el abuelo. Se iba una época, la España de la posguerra, y llegaba el desarrollismo. Por eso el viejo gritaba desde lejos. La suya era la voz de la historia aceptable. La memoria histórica, sin embargo, es el eco de las otras voces. De los gritos que se han querido tapar. Cada eco trae un nombre propio, que identifica y devuelve a la historia unos huesos enterrados en fosas comunes. Precisamente, hoy es el día de estos muertos. Porque hoy es el día de los Inocentes. No hay matanza sin inocentes. Pero es más fácil decir culpable que decir inocente. Lo aprendí viendo Estudio Uno, cuando dieron Doce hombres sin piedad. Era José Bódalo el último miembro del jurado que se atrevió a pronunciar la palabra inocente. Le costó una barbaridad. Llamaba borregos a los otros. ¿Es que no tengo derecho a tener mi propia opinión?, les decía. Se creía un inconformista. Pero no era más que otro ladrillo en el muro.