"Vamos a celebrar la vida, a pesar de todo": la emocionante carta de Navidad de una afectada por la DANA
La escritora Carmen Amoraga escribe y lee un texto para el especial Cartagrafías dedicado al concepto Navidad
Cartagrafías | Especial Navidad
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La Navidad es una de las épocas del año con más actividad epistolar. Las cartas nos ayudan a repasar lo vivido, soñar con palabras y salvar distancias cuando estamos lejos de casa. En esta nueva entrega del programa Cartagrafías, la vida en paralelo a la sección de La Ventana en formato largo que revisita temas, biografías y lugares del mundo a través de cartas, vamos a tomar como referencia el concepto "Navidad".
Una de las historias del especial está protagonizada por la escritora Carmen Amoraga, que sufrió las consecuencias de la DANA en el municipio de Picaña. Carmen es escritora, autora de libros como "La memoria infiel"-editorial Planeta- y en noviembre se hizo viral por responder en la red social "X" al mensaje de ánimo que metió una niña en un paquete de ayuda para los damnificados. Aquellas palabras fueron un salvavidas para sobrellevar los malos momentos y le recordaron el valor de una carta para sanar heridas. Por eso, le hemos propuesto describir las sensaciones de estos días en una carta. El resultado es un emocionante texto donde habla de esta atípica e inolvidable Navidad. La propia autora nos lee la carta para el especial:
Querida Navidad:
Mi hija te tiene ganas. Tiene doce años y aún no sabe que vivir, desde el principio, es separarse. La frase no es mía. Ni siquiera es una frase. Es el verso suelto de un poema de Salinas, un hombre que sabía escribir mejor que vivir, pero esa es otra historia. Mi hija mantiene la ilusión intacta. No por ti, que también. Por la vida. Todo le entusiasma. Renace cada día, cuando se despierta, y cada día se asombra por lo que tenemos. Luz. Agua caliente. Un suelo sin barro. Algo que celebrar. Faltan veinte días; faltan quince días; faltan diez días. Te tiene contada. Lo que le gusta es la fiesta, no voy a engañarte. Que nos reunamos todos alrededor de la mesa llena de comida que no va a probar porque se le cierra el estómago pensando en los regalos que vienen después. Y eso que sabe que será cualquier cosa que esconda dinero, un par de billetes de veinte. Uno de cincuenta, con suerte.
Aún hace tarjetas con los nombres de los invitados. Bueno. Eso ya no será. Este año no seremos anfitriones. Empezamos a serlo cuando murió mi padre, hace diez. Esa fue mi primera muesca, la primera grieta en nuestras relación, la tuya y la mía. Mi madre dijo que no tenía ganas de celebrar en casa y yo dije rápido: pues a la mía. Mientras tienes padres, tienes infancia. La frase tampoco es mía. Me la dijo una vez Javier Sardá, en un Sant Jordi, en Barcelona. Pero esa es también otra historia. La cosa es que mientras tienes infancia tienes la ilusión sin daños, y mi ilusión se hizo añicos cuando me quedé sin madre. De las tripas hice corazón. Qué remedio, porque yo era la siguiente, yo era la madre, la matrioska que cobija a las otras más pequeñas, la responsable de mantener viva la infancia de mis infantas. Qué bonita mi mesa, qué bueno mi menú, qué fingida mi alegría, querida, sigo sin querer mentirte.
Este año, te decía, no vamos a recibir. Vamos a ser invitados. Cómo, si no hay suelo y las puertas no cierran bien. Si se cuela el frío. Cómo si la cocina está destartalada. Cómo si aún no han venido los pintores. Cómo si las calles aún tienen lodo y polvo y te cruzas todo el tiempo con personas que han perdido negocios, casas, coches, animales. Con personas que han perdido padres, hijos, amigos, parejas. Las calles, seguramente, no estarán iluminadas en el Planeta Barro, que es donde vivimos ahora. No te digo nada nuevo si te digo que es difícil celebrarte este año.
Iremos a otra casa, otros serán los anfitriones. Y a mi hija eso la ilusiona. Así no tendré que cocinar, me dice. No me pondré nerviosa pensando si la receta me saldrá bien, si habrá bastante comida. Tengo otra hija. Es más mayor. Ya está aprendiendo a perder. Y cuando su hermana saca dentro a la niña que se esconde en un cuerpo que empieza a ser de adulta, dice qué chavala, y me mira, y a mí me parece que piensa que su hermana tiene razón. Mientras yo esté, ellas tendrán infancia. Pero, ay, querida Navidad, ¿y si su infancia pudiera ser, también, un poco mía? ¿y si fuera posible contagiarme de su inocencia, de la bondad que hace falta para confiar en un mundo que, a veces, qué te voy a contar, es un mundo hostil?
Esa mirada solo la tienen los niños. Eso lo sabes tú mejor que yo. Hace poco recibí una carta, en un paquete de ayuda. Desde el veintinueve de octubre, ayuda no nos ha faltado, sobre todo en forma de lentejas y de gente que venía de todas las partes para dárnoslas. Pero ese paquete, que yo no quería coger, tenía lo que yo necesitaba y no lo sabía: palabras. Las palabras de una niña que me daba ánimos. Una niña con una letra redonda, inocente. Una o, una j. Ojalá, me decía. La carta me derrumbó a la manera que se derrumban las cosas que luego se reconstruyen. Romper para arreglar. Luego conocí a la niña. Lucía, se llama. Desde que recibí su carta, soy otra. O mejor dicho, soy la misma pero con otra mirada. Por eso te escribo. Para contarte que este año no voy a recibir, ni a cocinar, ni a enervarme pensando en mis cuñados, ni a entristecerme añorando a los que no están.
Este año, querida, voy a conjugar otro verbo. Aún no sé cuál. Lo ando buscando mientras te escribo. Uno que tenga que ver con la alegría de reencontrarme con el buzón lleno de cartas, con la cartera, qué simpática es. O de ver otra vez al repartidor, un mes después de las inundaciones. Te daba por muerto, le dije. Me salvé porque estaba de baja, me contestó. Le hubiera dado un abrazo, pero me dio vergüenza.
Busco un verbo que sirva para describir cómo es eso de saberte igual de rota que otros rotos pero igual de fuerte que otros fuertes. Uno que tenga que ver con celebrar la vida cuando sabes que no hace falta ser viejo o estar enfermo para que la vida se vaya, que una tarde cualquiera, un lugar que era bello pueda transformarse en lo que te va a matar. Para saber que llevas, como Merceditas la de Curro el Palmo, la vida y la muerte bordada en la boca. Pero que gana la vida. Ese verbo no tiene que ver contigo. Ese espíritu que dicen que tienes yo creo que no es tuyo, perdóname. Creo que es nuestro y que no tiene que ver con el turrón ni con las uvas, sino con nuestra capacidad de levantarnos cuando la vida nos tumba. Con ponernos en pie, y seguir caminando.
Así que, querida, una cosa más te voy a decir: yo también te tengo ganas. Mi hija aún no lo sabe. Lo acabo de saber según lo escribía. Mira si es grande el poder de las palabras, que son capaces de crear realidades nuevas. Yo, que soy escritora, que me gano la vida juntando letras, no dejo de maravillarme con ese milagro. No con el tuyo. Con el de las palabras. Te espero, con las ganas de una invitada a otra casa. De una invitada a la vida, a la manera de Heidegger, con la obligación de dejar el lugar en el que hemos estado un poco mejor que cuando lo encontramos. La casa a la que vamos. La vida que vivimos. La vida que vamos a celebrar, a pesar de todo.
Te veré de nuevo el año que viene. Tal vez vuelva a escribirte. Quizá entonces haya encontrado ya el verbo capaz de contener la fuerza que nos mantiene intactos, juntos, vivos, y con ganas de ser felices.
Atentamente
Carmen
Treguas navideñas, viaje al Polo Norte o la Navidad de Mikel Erentxun
Además de la historia de la escritora, en este especial conocemos diferentes historias navideñas recreando las voces de personajes históricos como Dickens, viajamos a ciudades como Praga, Reino Unido -donde estuvo prohibida la fiesta durante años-, a lugares remotos, a la Navidad de la Primera Guerra Mundial o de la Guerra Civil con la ayuda del escritor Pablo Larraz, autor de "Las últimas cartas del requeté" de la editorial Almuzara y que trabaja en un nuevo libro sobre una de las treguas navideñas de la contienda.
La "posdata" de este programa la firma el músico Mikel Erentxun que acaba de publicar "Navidad", un disco con once canciones originales dedicadas a estas fechas, con tres versiones de villancicos tradicionales, uno cantado junto a su hija Dakota y otro en euskera. Es una oda maravillosa a todos los sentimientos que afloran estos días y que resultan como postales navideñas para enmarcar.
Laura Piñero
Cartagena (1985) Periodista de la SER desde 2009. Ha pasado por Hoy por Hoy, A vivir Madrid y actualmente...