Ministro de Ultramar

Madrid

Yo también, como Manuel Valls, querría ser ministro de ultramar. Pero no ministro de ultramar de Francia sino de España, que de ultramar ya solo tiene el café que importa de Colombia y los garbanzos que compramos a México.

Suena muy decimonónico eso de ministro de ultramar, muy de la época de Isabel II, de cuando España había perdido sus colonias y santo Domingo, la actual República Dominicana, dudaba entre volver a ser española o seguir siendo dominicana.

Suena, es verdad, algo viejuno: de cuando existían los ministros sin cartera que no se sabía muy bien lo que tenían que hacer. Ahí estaba Rafael Sánchez Mazas, que ni siquiera asistía a los consejos de ministros de Franco y nadie lo echaba de menos.

Tendría yo un ministerio sin nada que ministeriar pero limpio, muy limpio: le pasaría la roomba todas las mañanas nada más llegar al despacho. Manuel Valls va a tener algo más que hacer que pasar la roomba por el devastado archipiélago de Mayotte.

Pero es que a él, no como a mí, le gusta hacer cosas. Es la manera que tiene de seguir vivo en política, única obsesión de Valls. Le pasa a Valls como a las monarquías, cuya razón de ser es también su propia supervivencia. Este hombre que lo ha sido todo en la política francesa e intentó ser algo en la española vuelve ahora a intentarlo pero en África. ¿Qué será lo siguiente? ¿Postularse para ser el nuevo Gengis Khan o el nuevo Moctezuma? ¿Prepararse para regir los destinos de alguno de esos planetas a los que pronto podremos viajar en los cohetes de Elon Musk?

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