Los cacahuetes

A la vez que aquí teníamos al Rey del Pollo Frito, en América triunfaba el Rey del Cacahuete, Jimmy Carter. Nuestro Rey del Pollo Frito era Ramoncín, que se había pintado un rombo en el ojo. Aquel rombo era como el rayo que le cruzaba el rostro a David Bowie sobre su ojo herido. Se le convirtió la pupila en un agujero negro o en algo relacionado con las galaxias. Pero ponerse un rombo no es lo mismo que llevar un rayo. En el rombo está la resignación que tienen los calcetines con rombos, y también está la penumbra de aquel rombo solitario que anunciaba las películas para mayores de 14 años. A los menores de 14, se les prohibía ver pelis de caravanas de camioneros, como Convoy, de Sam Peckimpah, que la daban en el Wardolf, en la calle Calabria. La serie de televisión La Frontera Azul, que pasaba en Liang Shan Po, también era para mayores de 14 años. Antiguamente, tener 14 años era muy importante. Suponía llegar a un cruce de caminos lleno de ritos de paso. Para empezar, un poli con máquina de escribir te hacía tu primer carnet de identidad, y ya eras para siempre un número, es decir, un ciudadano. También había que elegir, entonces, entre hacer Formación Profesional o estudiar bachillerato. Los verbos eran esos: hacer y estudiar. En España, nunca hemos respetado el trabajo, ni tampoco hemos creído en los libros. Más bien, fuimos partidarios de la religión y las armas. Este es un país místico lleno de cadáveres. Jimmy Carter se convirtió en la imagen del progresismo al tiempo que en España enterrábamos a Franco hambrientos de progreso. Enterrar quiere decir salir del hoyo. Cuando alcancé la edad del rombo solitario, ya era 1979. En los espíritus cundía el desencanto y en la calle nacía la movida. Y subido a un banco, yo comía cacahuetes pensando en Jimmy Carter.