Fallar a la infancia

Madrid

Un maltratador no puede ser un buen padre. Un traficante, un ladrón, un defraudador, pueden ser buenos padres pero un maltratador no, de ningún modo. Si algo caracteriza a este tipo de hombre es su necesidad de ejercer un poder sádico y terrorista sobre personas más débiles que él. No se suele medir con sus iguales, su supuesta hombría la demuestra atemorizando y torturando a mujeres y niños.

El que maltrata a la pareja suele maltratar también a los hijos. Pero aunque no lo hiciera, aunque fuera uno de esos casos rarísimos en los que el señor en cuestión consigue separar ambos roles y ser despreciable con su compañera y al mismo tiempo un padre amantísimo, el trato que dispensa a la madre es una forma indirecta de maltrato a los hijos.

No hay nada más terrible en este mundo que ser pequeño e indefenso y ver cómo le hacen daño a la persona adulta que te cuida, te alimenta y es refugio y origen inmediato, quien lo es todo. La enorme impotencia ante el dolor de una madre se incrusta en lo más profundo de la memoria, es una herida que tarda mucho más en sanar que un golpe, que el eco de un grito.

Obligar a un niño a convivir con el verdugo de su propia madre es una decisión judicial tremendamente miope y una absoluta desprotección de la infancia. Los hijos de Juana Rivas nunca debieron ser puestos en manos de su padre. Ni los hijos de ninguna otra mujer maltratada.