En recuerdo de Antonio Jiménez Millán

El sábado tomé muy de mañana un tren para asistir al entierro en Málaga del poeta Antonio Jiménez Millán (1954-2025). Iba a despedirme de un hermano, abrazar a su mujer, su hijo y sus tres hijas. Los paisajes hicieron de la luz del amanecer una tarde triste que me hablaba de la oscuridad y la pérdida. Por la tarde, mientras anochecía, tomé el tren de vuelta, empecé a recordar los libros de Antonio, nuestra vida, y me pareció que el gris del cielo se llenaba de luz y amanecía el sol dentro de la noche.

En Memoria del agua, Antonio habla del tiempo, nos dice que también es suya la memoria del placer y la belleza. Y la noche se hizo tibia cuando empecé a recordar la alegría de todo lo compartido. Memoria del amigo, libros como Clandestinidad o Noche en París, memoria de los días en la Universidad, las tardes de domingo en el campo del Granada Club de Fútbol, los restaurantes de Málaga a la orilla del Mediterráneo, un bar de copas llamado La Tertulia, nuestras dos tesis doctorales dedicadas a Rafael Alberti, los homenajes a Federico García Lorca, viajes por España, por América, sus iluminadores ensayos sobre la poesía europea frente a la barbarie.

Pensé en nuestros hijos, nuestros amores, nuestra militancia en favor de la vida. Y recordé un poema de José Hierro en el que afirma: "Llegué por el dolor a la alegría/ Supe por el dolor que el alma existe". Los recuerdos existen en los viajes de vuelta. Miré hacia el mundo de hoy, la tristeza de tanta muerte y tanto fascismo. Sentí los poemas de Antonio, agradecí su compañía en esta vida triste que necesita una vez más pasar del dolor a la alegría.