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Málaga 2025 | El duelo también entiende de clases: Belén Funes confirma que es una voz única en el cine español

La cineasta, que ya triunfó con su ópera prima 'La hija de un ladrón', arma un drama sobre madres e hijas, duelos y precariedad, campos de olivos y desahucios, en el que demuestra, una vez más, la rigurosa mirada de un cine social en el que todo está conectado

Fotograma de 'Los Tortuga'

Fotograma de 'Los Tortuga'

Málaga

Decía el sociólogo Arjun Appadurai que las identidades se han trastocado completamente con la globalización que ha desbordado la idea de modernidad y roto los límites de todo. En esa idea de la identidad difuminada, extraviada o desbordada indagan dos de las películas que se presentaron este domingo en el Festival de Málaga. En Muy lejos, del debutante Gerard Oms, el personaje interpretado por Mario Casas encuentra su identidad al salir de casa, al viajar fuera de España y salir de su entorno. En la otra, Los Tortuga, la segunda película de Belén Funes, sus personajes buscan esa identidad en el pasado, en las raíces, en el pueblo, frente al caos de la ciudad.

La cineasta ubica a sus personajes entre la ciudad, lugar al que fueron para buscar un futuro mejor, y el pueblo, el campo del que salieron y que añoran. La directora cuenta el duelo de una madre y una hija que acaban de perder al padre y marido. Por eso vuelven al pueblo de Jaén con toda la familia paterna. Un choque de mundos, entre esa madre descreída, que no acepta la muerte de su pareja, que quiere alejarse de allí cuanto antes y volver a Barcelona, y la familia, tradicional y que trata de que la joven se quede allí y no pierda sus raíces. "Es una película que se parece mucho a mí, rodada entre Barcelona y Jaén, como a mí me han criado. Está en mi ADN y está en el de la película. Hemos intentado todo el rato traer al presente esta historia de migración. Los procesos migratorios han durado mucho, hubo en los 70, en el 92 y ahora se está produciendo de las ciudades al campo. Las ciudades se han convertido en lugares más irrespirables y la ciudadanía solo está buscando andamiajes para seguir cuando se consumen todos los recursos de un territorio", responde la directora

Funes ha rodado en parte en los campos de olivos de su familia y de alguna manera eso también le ha permitido cerrar el círculo y retratar esa gran contradicción de nuestro tiempo, un campo que agoniza cada vez más despoblado siendo vendido a empresas y una ciudades saturadas y hostiles donde la vivienda es un bien de mercado. "Nadie de mi familia está en esto del cine y de repente, sin darme cuenta, era como una forma de clausurar una parte del libro de mi historia familiar haciéndole una película, no podía ser mejor final. Ha sido muy especial, un poco un acto de psicomagia, porque todo eso va a desaparecer. Tiene fecha de desaparición. Todo el suelo en Jaén ya está siendo sustituido por las fotovoltaicas. La mayoría del aceite que nos bebemos a día de hoy ya llega del norte de África. Cerrar la película con eso era también ponerle un sello para mí".

En medio de todo eso aparece el contexto social, que influye en lo que somos, en lo que soñamos, en lo que lloramos. "Todo lo que hacemos, todo lo que decimos y lo que pensamos está atravesado por nuestra clase social. Es que no puedo hacer nada más allá de cómo he aprendido a vivir y de los límites que yo he pensado que tenía. Y eso ha condicionado toda mi vida y todas mis decisiones ¿Cómo no va a condicionar un proceso? También hay este trasvase entre lo público y lo político, lo íntimo, lo privado. Ahí las fronteras están mucho más difusas de lo que pensamos y cuando estábamos escribiendo el guión nos decían, es que queréis mezclar dos temas y yo pensaba, es que estos dos temas nacieron mezclados. Si las dos protagonistas estuvieran en una situación económica diferente, esta película sería otra cosa", explica la autora del germen de esta historia y la pregunta que se hizo, cómo un proceso de duelo también está condicionado por la cuestión de clase, que a su vez tiene mucho que ver con los lugares y trabajos a los que se puede acceder.

Una carta de la inmobiliaria les avisa de que tienen que abandonar el piso, porque el edificio, como tantos en Barcelona o Madrid, ha sido adquirido por un fondo buitre. La directora, como hizo en La hija de un ladrón, su brillante ópera prima, escrita junto a Marçal Cebrián, deja que el espectador observe la realidad social e íntima de sus protagonistas. Es el espectador el que asimila las dinámicas de una familia extensa con olivos, y las relaciones y las culpas ocultas. Ahí es donde brillan las dos actrices protagonistas, la chilena Antonia Zegers, a la que hemos visto en las películas de Pablo Larraín, y la joven Elvira Lara.

"Nosotros cuando escribíamos el guion, hablábamos de intersecciones, tú coges el personaje de Delia y entonces le tiras encima la intersección de migrante viuda, madre soltera, sin nómina, con un trabajo de taxista que habitualmente le corresponde a los hombres y donde las mujeres son miradas tal cual. Es como si le fuéramos poniendo una pena encima de otra. Trabajamos con este mapa para poder construir a los personajes que en el fondo son personajes que los tenemos mucho más cerca de lo que de lo que nosotros pensamos", defiende Funes de esa madre que solo quiere seguir adelante y darle un futuro a su hija, una joven que precisamente estudia cine. "Es una mujer joven que tiene aspiraciones artísticas sobre las que intersecciona la clase. Entonces, cuando tú perteneces a una determinada clase social, tener aspiraciones artísticas no es fácil. Que se te pase por la cabeza y si se te pasa por la cabeza, tienes que poder conseguirlo. Tienes que ser la mejor de tu clase para conseguir la nota. Es una carrera de obstáculos", añade.

En realidad madre e hija son exiliadas de todo y están marcadas por esa condición de migrantes, especialmente el personaje de Zegers. "El personaje lleva a cabo dos procesos de despatriación. Ella abandona Chile, se va a vivir a España, se enamora de un andaluz y tiene una hija catalana, pero Cataluña no la sostiene, no puede pagar una vivienda en la ciudad de Barcelona, pero tampoco puede regresarse a Chile. Entonces a mí me gustaba este abismo del personaje", cuenta la directora que, además, confiesa que su deseo primario de que fuera chilena fue por poder trabajar con Zegers. "La intimidad siempre está cruzada con la vida política, con el entorno", añade la actriz.

Y precisamente quizá lo más político e interesante es la idea de esa chilena que se siente catalana, pero que vive en una ciudad donde tiene que hacer largas jornadas de trabajo en el taxi para poder pagar un alquiler. Una ciudad que prefiere a los buitres antes que a los ciudadanos. "Lo que está pasando en Barcelona creo que no es único en el Estado español. El lugar donde rodamos, en las escaleras de ese piso había tres puertas metálicas que nosotros no tuvimos que poner, las puertas anti ocupación. Nosotros tuvimos que poner dos más porque justo coincidían en el tiro de cámara que queríamos, pero allí ya había puertas tapiadas. A la gente le están diciendo que se tienen que ir, tú eres una madre soltera con una nómina de taxista y tú te vas a la mierda porque no encuentras un puto sitio donde vivir y nadie te alquila nada. Y pensábamos, cómo vamos a hacer una película sobre Barcelona y eso no va a estar en los personajes".

La directora ha tardado cinco años en este proyecto. Siempre se dice que, con las directoras noveles, especialmente, el reto y el salto está en levantar la segunda película. "La segunda es un hueso duro de roer. El otro día hablaba con una compañera cineasta. Le decía, ojalá pudiéramos estar todo el rato haciendo una película como si fuera la primera. Si la primera ha ido bien o medio bien, o ha tenido un poco de relevancia, de repente tienes muchos ojos encima y eso es guay porque sientes que tienes la atención. Pero también, por otro lado, es una presión y un freno. Los que hacemos pelis o los que queremos seguir haciendo pelis quieres seguir reinventándote, quieres encontrar otras formas diferentes de acercarte al cine", concluye la directora, una de las voces más relevantes de un nuevo cine social que la industria española había perdido.

 

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