Selecciona tu emisora

Ir a la emisora
PerfilDesconecta
Buscar noticias o podcast

Samanta Schweblin: “La mayor ficción es la idea de normalidad”

La escritora argentina publica ‘El buen mal’, una serie de relatos donde lo extraordinario rompe la vida rutinaria y lo normal no existe

Samanta Schweblin / Ivan Giménez – Seix Barral

Samanta Schweblin

Pocas cuestiones han generado tanta violencia silenciosa en la sociedad moderna y contemporánea como la idea de normalidad. Lo normal como un ideal al que tenemos que tender todos, sobre todo las mujeres. Pero lo normal no existe, se empeña en contarnos la escritora argentina Samanta Schweblin, una de las grandes autoras actuales, que con su prosa, ya sea en el cuento o en la novela, consigue adentrarse en aquello que rompe la normalidad de los individuos. En El buen mal, un libro de relatos que publica Seix Barral, editorial en la que debuta la escritora, tiene como hilo conductor una indagación sobre las fuerzas invisibles, que nos empujan en el día a día y cómo en esa cotidianidad irrumpe lo extraño, a menudo lo trágico, para cambiarlo todo.

Schweblin debutó en 2002 con su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio. Con Siete casas vacías (2022) ganó el National Book Award y ha sido dos veces semifinalista y una finalista al prestigioso Booker Internacional. Traducida a 40 idiomas, sus cuentos se han publicado en The New Yorker, Granta o The Paris Review; el New York Times la comparó con David Lynch y su primera novela, Distancia de rescate (2014), fue llevada al cine por Claudia Llosa para Netflix.

¿Por qué regresar al cuento?

Bueno, yo no vuelvo al cuento. Yo siempre escribo cuentos. Siempre hago el chiste de que soy una cuentista a la que cada tanto le sale mal un texto y necesita 200 páginas más para contarlo y termina escribiendo una novela. Hay algo ahí en el formato que tiene que ver con la intensidad del cuento que que me encanta. De hecho, cuando escribo novela no siento que salga de la misma intensidad. Me parece que hay algo en mi prosa, quizá por eso también mis novelas son cortas, que me acerca a ese registro, al de la intensidad, la tensión.

¿Esto viene también de cierta tradición literaria en Argentina?

Vengo de ahí. Los argentinos escribimos mucho cuento. Casi todos los grandes autores argentinos son, sobre todo, cuentistas que eventualmente escribieron alguna vez una novela. Nos formamos en talleres literarios y, en general, en estos lugares se lee y se escribe mucho cuento. Yo vengo de mamar ese género. Es el espacio natural de partida.

Dices que todas tus historias surgen de una imagen, ¿de qué imágenes vienen estos cuentos?

Escribo pensando en una imagen y también en una emoción final a la que quiero llegar. Para mí, un cuento, una novela, funciona como una especie de comandos, uno detrás del otro, que alguien tiene que seguir para llegar a esa emoción final. Sobre las imágenes, como digo, fueron varias, pero hay una muy fuerte que abre el libro. Estaba pensando en el peso que tiene la muerte en la ficción, porque la mayoría de ficciones tienen la muerte como tema central o, más bien eso que te encuentras al final de la historia. Yo me pregunté si eso podía suceder al revés, si puede una historia empezar desde la muerte y seguir adelante sin cruzar la línea de lo fantástico. Y apareció la imagen de esta mujer del inicio y fue fundadora para todos los demás relatos, que están muy conectados entre sí, hay muchos vasos comunicantes y preguntas que conectan unas historias con otras.

Argentina sigue estando presente en cada una de las historias, ¿por qué se cuela en ellas?

La mitad de los cuentos no suceden en Argentina. Pero Argentina está siempre presente y eso tiene mucho que ver con mi vida. Hace 12 años ya que vivo en Berlín, pero allí llevo una vida casi porteña. Vivo en dos burbujas, una que habla inglés y una que habla español. Entro intermitentemente a la germanidad, pero mi mirada está siempre puesta en Argentina. Esa mirada que es distante, pero que es presente y es diaria. En el momento en que me siento a escribir, pongo las manos sobre el teclado y mi cabeza sabe que estamos en el ámbito de la ficción, y eso es Argentina. Necesito que pase algo muy específico en una historia que justifique salirse de ese lugar. Hay algo de la extranjería que me interesa muchísimo en la escritura.

Otra de las cosas comunes en los cuentos de El buen mal es la idea de una violencia casi silenciosa... ¿es una violencia más realista?

Es más realista, sí, pero también es invisible y eso no significa irreal. Para mí, hay un contraste de fuerzas muy grande en todos estos cuentos, por un lado están las fuerzas que nos comandan, que son invisibles, que tienen que ver con los miedos con los que cargamos, las cosas que se dicen, los mandatos con los que hemos crecido, las ideas que tenemos sobre el mundo, las historias que nos contamos sobre nosotros mismos. Son fuerzas que te empujan a un lugar donde no se es auténtico y sincero o incluso real. Después hay otra fuerza, que es la que a mí me interesa, que es la fuerza del buen mal, que tiene que ver con eso que irrumpe de pronto, interrumpe esa tendencia, la pone en jaque y dice basta. El mal pensado como lo extraño, como lo inesperado, como lo que no querías. Esa fuerza a veces viene cargada de violencia, pero reordena prioridades, te alarma y prestas atención. Hay algo con la violencia, con la literatura que aborda el miedo y el terror, que está conectado con la atención total, una atención que suspende los prejuicios. Cuando hablas de violencia, para mí hay algo en el choque de estas dos fuerzas: de quienes nos han dicho que somos o quienes nos contamos que somos versus quienes realmente somos. Incluso, diría que tiene mucha importancia en todo lo que estamos viviendo ahora. La literatura tiene que espabilarnos justo en este momento rompiendo esas inercias.

Romper la normalidad que es otra de las rupturas que propone su literatura...

Para mí no hay una ficción más grande en nuestras sociedades que el concepto de la normalidad. Es hasta gracioso, si lo piensas, porque es falso. No existe y hay un sobreesfuerzo por ir a ese lugar que también es entendible, porque lo que hace la normalidad y la normalización es automatizar todo. Sería imposible solamente un día de nuestras vidas sin que la gran mayoría de las cosas que hacemos estén automatizadas.

En ese ruptura de lo normal es donde surge la ansiedad y el miedo, dos emociones que aparecen en muchos de los cuentos, ¿para qué sirven estas emociones?

La ansiedad es un evento muy paralizante. Te acelera, incluso fisiológicamente, el corazón, pues en realidad lo que hace es paralizarte, no te deja moverte, no te deja pensar. Y el miedo, que está conectado con la ansiedad, también paraliza. Pero hay algo del miedo más punzante, que te ataca de pronto y te hace saltar del dolor, que te pone en movimiento, te saca de ese parálisis. Por eso la idea de El buen mal. Gran parte del miedo contemporáneo tiene que ver con la anticipación de lo que podría pasar más que con lo que está pasando, que es un gesto natural en nosotros. Siempre estamos perdidos en la construcción del peor de los escenarios posibles. Pensamos todo el tiempo en lo peor que podría pasar y eso nos carga de miedos sobre cosas que en realidad no están ocurriendo. Es construir mala ficción.

En tu prosa está lo insólito, pero entendido como algo que se aleja de lo mágico y se acerca al realismo, algo que sale de la etiqueta que suele englobar a las escritoras latinoamericanas de tu generación, ¿por qué es importante contarlo desde ahí?

Me parece que hay dos respuestas posibles que un poco se contradicen. Para mí hay algo en el trazado de los géneros que es un poco arbitrario. Yo sé que si el monstruo es real, si el monstruo puede de verdad aparecer y entrar en esta habitación ahora mismo hay algo de esa inminencia, de esa posibilidad que lo hace todo mucho más amenazante. Y en el momento en que se traza la línea hacia lo fantástico o hacia lo hacia la ciencia ficción, hay algo de esa posibilidad que no diría que la hace menos amenazante. Por otro lado, hay algo para mí en el concepto de lo real que no termino de entender. Si lees al más realista de los realistas norteamericanos, Carver, que fundó el realismo sucio, empieza siempre sus cuentos cuando algo absolutamente extraño e inesperado pasa. ¿Entonces qué es el realismo? Además, hay algo en la literatura latinoamericana y sobre todo diría en la literatura argentina, que tiene que ver con nuestra tradición, que dentro del género fantástico nosotros trabajamos mucho lo que se llama el fantástico rioplatense, que versa sobre lo extraordinario, aquello que es posible que suceda, pero que no siempre sucede.

En esa tradición argentina también está muy presente entender lo íntimo como una consecuencia de lo político, ¿por qué se da esa doble dimensión en el cine y la literatura argentina?

Porque estamos muy politizados. En el 90% de las familias de clase media en la cena se habla de política. Es algo interiorizado. Somos conscientes de qué lectura política se va a hacer en cada texto. Aún así siento que no siempre tenemos tanto control o, por lo menos, yo no lo tengo. Me ha pasado con el último cuento de este libro, muchos lectores me han señalado que es el primer cuento sobre Milei. Y yo no lo entendía, porque en mi cabeza nunca estuvo esa idea, pero ellos me cuentan que hay un hogar donde todo está ordenado y algo irrumpe violentamente. Es una violencia que empieza con amabilidad, de pronto estalla y el mundo cambia por completo.

Hablas de la interpretación del lector, que tú a veces señalas que tienes una relación con ellos como de baile, ¿qué lugar ocupa el lector en tu escritura?

Sé que puede ser problemático a veces hablar del lector, porque está la idea de que un escritor que escribe pensando en el lector está siendo servicial. Ursula K. Le Guin decía que la relación entre el que escribe y el que lee no es una relación de control y consentimiento, aunque a muchos escritores le encante la idea y a muchos lectores vagos les vendría muy bien. Para mí la literatura es un evento. La literatura sucede, por eso no es lo mismo leer un libro un día que otro. Para mí, la ficción es material, está hecha de cosas reales que se ponen sobre la mesa. Y esa materialidad, en general, la pone el lector. Por eso hablo del baile y yo no quiero bailar sola. Como lectora me gusta que me den espacio.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

Directo

  • Cadena SER

  •  
Últimos programas

Estas escuchando

Hora 14
Crónica 24/7

1x24: Ser o no Ser

23/08/2024 - 01:38:13

Ir al podcast

Noticias en 3′

  •  
Noticias en 3′
Últimos programas

Otros episodios

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Tu audio se ha acabado.
Te redirigiremos al directo.

5 "

Compartir