‘Viento del norte’, una novela rural sobre el deseo y la incomunicación
La escritora Elena Quiroga ganó el Premio Nadal en 1950 gracias a esta apasionante obre

'Viento del norte', una novela rural sobre el deseo y la incomunicación
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Elena Quiroga nació Santander en 1921 y murió en Elena Quiroga falleció en A Coruña en 1995. Perteneció a la generación de la posguerra. Siempre estuvo muy ligada a Galicia. El ambiente gallego impregna la mayoría de sus novelas y su discurso de ingreso en la RAE versó sobre la obra de Álvaro Cunqueiro.
Publicó su primera novela, 'Soledad sonora', a los 27 años. Después llegarían otras obras como 'La sangre', 'Algo pasa en la calle', 'La enferma', 'La careta', 'Tristura', 'Escribo tu nombre' o 'Presente profundo'.
'Viento del norte” ganó el Premio Nadal en 1950. Es la obra más conocida y la que consagró a Elena Quiroga. Es una novela sobre la pasión y sobre el deseo, sobre la mujer y sobre la relación entre los criados y los señores. Pero también es una novela sobre la incomunicación y el silencio.
'Viento del Norte' es una novela sorprendente, sobre todo por el momento en que fue escrita y por la riqueza léxica y coloquial que encierra. Novela del pazo, novela rural. Denominaciones que utilizan los estudiosos pero que se quedan cortas y que, tal vez, han contribuido a que la autora quedara relegada a un tipo de novela regionalista o de género, cuando de algún modo, al enfrentarnos al texto, descubrimos en él esa riqueza de imágenes, de lenguaje, esa libertad de escritura, ese mestizaje que tanto nos fascinó en la literatura latinoamericana y en ese padre de los grandes escritores gallegos, en ese anarquista del lenguaje que fue don Ramón del Valle- Inclán.
En la escritura de 'Viento del norte' se mezclan con el castellano —ampliándolo y enriqueciéndolo— modismos, giros, frases enteras de una lengua gallega popular, llena de sabor y de gracia y, por aquel entonces, reprimida y silente. Pero de esa mezcla, de ese desparpajo, de esa libertad brota una sinfonía de imágenes y de ritmos, una ruptura del castellano apelmazado de muchos escritores de la época. Lenguaje vivo, rápido, lleno de sugerencias; diálogos vertiginosos, precisos. Y un relato con esa carga de la leyenda, de las viejas tradiciones rurales, donde se mezcla, como en la mejor novela latinoamericana escrita en esos mismos años: la creencia popular, la fantasía y el sueño.
Hay un hálito poético en todo el relato. Un restañar de los sentidos y de las sensaciones que se va filtrando en cada página. No es una novela dócil o sensiblera, sino terca y vigorosa como son tercos y como tallados en madera, pero complejos, los personajes de ese mundo de familias de toda la vida, señoritos y criados; un mundo de formalismos y pasiones encontradas, de padres terribles y mujeres acobardadas por la rutina, el qué dirán y la costumbre. La naturaleza se filtra en las reacciones de esos personajes, atrapados y al mismo tiempo soberbios, altaneros. Elena Quiroga nos narra en 'Viento del Norte' la historia truculenta de una pasión y una derrota. Cuenta con valentía y acierto la fuerza del deseo; un deseo casi animal, indómito, deseo que arrastra y trastoca el orden.
Hay pasión por la palabra y amor en las páginas de 'Viento del norte'. Amor y savia de la naturaleza, de lo cercano, de ese ámbito, que es un ámbito cerrado, ligado todavía al sentido narrativo de la gran novela del XIX, pero contado con una violencia soterrada, la violencia de la tragedia, tragedia rural, pero también el espacio de las grandes sagas familiares, de los temores, los miedos, los odios y los rencores que nos remiten a esos gigantescos personajes, turbulentos y terribles, acosados por sus miedos y sus deseos, sus envidias y sus rencores. El mundo de Faulkner, pero también el mundo de 'Cumbres borrascosas'.
Este artículo contiene fragmentos del prólogo de Lourdes Ortiz.




