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La hora de los tibios

Si queremos la paz, habrá que meter también la paz y sus caminos en la ecuación

Olaf Scholz, Giorgia Meloni, Pedro Sánchez, Ursula von der Leyen, Antonio Costa, Justin Trudeau, Emmanuel Macron, Keir Starmer, Volodímir Zelenski y Donald Tusk, entre otros, posan ante las cámaras / JAVAD PARSA (EFE)

Olaf Scholz, Giorgia Meloni, Pedro Sánchez, Ursula von der Leyen, Antonio Costa, Justin Trudeau, Emmanuel Macron, Keir Starmer, Volodímir Zelenski y Donald Tusk, entre otros, posan ante las cámaras

Madrid

Desde los tiempos de Chamberlain, los partidarios del apaciguamiento frente a las amenazas no tienen buena prensa. Sin embargo, ahora que tribunas y tertulias resuman argumentos a favor de la necesidad de un enérgico rearme europeo, parece igualmente urgente dar una oportunidad a los tibios, a los temerosos, a los que dudan, a los que no temen ser llamados cobardes por pensar que, si solo hablamos de armas, amenazas y guerras, podemos llegar a convencernos de que son inevitables.

Hay que reconocer que los apaciguadores, como pasa siempre cuando la tensión se dispara, no lo tienen fácil. Trump ha puesto el mundo patas arriba y los europeos hemos entrado en pánico ante la evidencia de que su amigo ruso -el de Trump- lleva años demostrando por todos los medios, incluida la guerra, su voluntad de ampliar su imperio hacia el oeste. Sí, los riesgos son elevados y la sensación de peligro inminente en que viven los países ribereños del Báltico no puede ser más real y justificada. Todo el proyecto europeo ha entrado súbitamente en una aguda crisis existencial y el escenario ha quedado dominado por las voces de los halcones, los tipos duros, los que lo tienen todo claro, los que no se arrugan hablando de armas nucleares y de despliegue de tropas.

Es indiscutible que Europa necesita más recursos para protegerse en este nuevo panorama internacional sin ley ni orden. No obstante, reconocerlo no debería implicar que renunciemos a mantener activo nuestro espíritu crítico y un prudente escepticismo que nos proteja del griterío de los profetas del apocalipsis.

Puede ser una simple anécdota o quizás una de esas ironías que nos depara la historia de vez en cuando, pero es imposible no reparar en que al frente de la OTAN - ¿existe todavía, para qué? - está alguien cuya falta de sensibilidad política y social quedó más que demostrada durante la crisis del euro. Por cierto, que también entonces quedó demostrado que, por sólidos que fueran los implacables argumentos éticos y financieros que defendían Mark Rutte y Angela Merkel contra la indolencia presupuestaria de los países del sur, su inflexibilidad estuvo a punto de cargarse el euro y la propia UE, y tuvo que ser el whatever it takes de Draghi al frente del BCE y su lluvia de centenares de miles de millones lo que salvó a la Unión Europea. O sea, un heterodoxo con espíritu pragmático al que interesaba más la continuidad del proyecto de unión monetaria que la fe inquebrantable en ninguna doctrina. Es importante señalar que hoy el héroe reconocido es Mario Draghi.

Por eso conviene recordar en estos tiempos de convulsión y de miedo, que a menudo los conflictos violentos se resuelven más por la flexibilidad de quienes buscan cualquier resquicio para alcanzar la paz, que por la intransigencia de quienes se sienten esclavos de sus nobles principios.

Esta cacofonía armamentista que ha ocupado el debate público dificulta, además, que podamos pensar en otras cosas igualmente importantes y decisivas, como el futuro que queremos para las instituciones que articulaban el orden internacional, ahora que la ONU está desaparecida por irrelevante, el Tribunal Penal Internacional ignorado y burlado, y las organizaciones mundiales del Comercio y de la Salud en situación de vacaciones forzosas. O, sobre todo, el futuro de la propia Unión Europea, que nació como un proyecto de paz y ahora se ha puesto el traje de camuflaje sin aclarar si es posible que exista una Europa verdaderamente unida a la que valga la pena defender.

Hoy es más necesario que nunca poder entrever un futuro en el que creer. No se trata de caer en la ingenuidad de que nos lo van a regalar, pero sí de evitar que solo estén sobre la mesa las opciones militares. Si queremos la paz, habrá que meter también la paz y sus caminos en la ecuación.

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 

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