'El príncipe destronado', una novela aparentemente sencilla y cargada de sensibilidad
Miguel Delibes retrata la España de posguerra a través de los ojos de un niño de tres años
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'El príncipe destronado', una novela aparentemente sencilla y cargada de sensibilidad
Miguel Delibes nació en Valladolid en 1920 y murió en 2010. Es uno de los más importantes autores españoles del siglo XX. Periodista y novelista, es el autor de 'La sombra del ciprés es alargada', que obtuvo el Premio Nadal en 1948, 'El camino' o 'Los santos inocentes' o 'Mi idolatrado hijo Sisí', 'La hoja roja', 'Cinco horas con Mario', 'Las guerras de nuestros antepasados', 'Señora de rojo sobre fondo gris', 'El disputado voto del señor Cayo' o 'El hereje', entre otras obras.
'El príncipe destronado' fue escrita en 1964, pero tardó nueve años en ver la luz. Se publicó en 1973. Es una novela deliciosa que tiene el reto de contar el mundo desde la perspectiva de un niño de tres años. Pero además, habla de la España de posguerra, de la hipocresía, las clases sociales y la represión ideológica.
Como escribe Berna González Harbour, en el prólogo de 'El príncipe destronado', entre las 10 y las 11 de la mañana de un día cualquiera parece improbable que pueda ocurrir nada definitivo para la vida de nadie; ni entre las 11 y las 12; ni de ahí hasta que acabe la jornada de un niño de tres años y se vaya a la cama. Y sin embargo Quico, el protagonista de 'El príncipe destronado', vive en el transcurso de cualquiera de esas franjas horarias auténticos seísmos sentimentales que convierten su tictac interno en una carrera contra lo que puede ser la mayor desgracia de su corta vida: hechos tan aparentemente minúsculos como que ha logrado dormir sin hacerse pis, que se ha muerto el gato de la vecina o que el tubo gastado de dentífrico que guarda apretujado en el bolsillo como un tesoro imaginado se va transformando de camión en cañón, y luego en barco. Pero esos son los tormentos de Quico, de tres años, quinto hijo de los seis de un matrimonio acomodado de la España franquista y de provincias, y protagonista de esta undécima novela de Miguel Delibes.
El autor plantea en un orden cronológico cadente y meticuloso, de hora en hora, los avatares que iluminan y oscurecen la vida de un niño tan aparentemente común como singular. Especial. El chico se siente desplazado mientras la atención de los adultos se concentra en su hermana más pequeña, Cris, y ese desplazamiento es el acontecimiento más impactante de su pequeño universo. Está asustado por lo que le rodea. Su mirada, poblada de terrores, celos y vacío ante una supervivencia amenazada por demonios, por infiernos, por adultos tan incomprensibles como incapaces de comprender y por una violencia más o menos soterrada bajo una apariencia de familia bien, nos arrastra a un mundo donde lo que parece normal nos da miedo. Al fin y al cabo, nos viene a plantear Delibes a través del protagonista, ¿cómo no estar aterrorizado si a lo que te enfrentas a todas horas es a las llamas eternas donde si sigues siendo como eres no dejarás de arder jamás?
En 'El príncipe destronado' hay un machismo de época sembrado en el maltrato tolerado de un marido rico a una mujer educada para practicar la obediencia debida al esposo poderoso. La voz del patriarca suena rutinariamente autoritaria, pero es temida o respetada en un territorio donde el silencio es la única rebelión, aunque sea inconsciente, en una historia que fue escrita en 1964, aunque tardara nueve años en ver la luz. Nos cuenta el propio Delibes que afrontó esta novela como un desafío fruto de una apuesta en una tertulia de café en Valladolid «una tarde en la que, por lo visto, teníamos poco que hacer». Discutían los amigos sobre a partir de qué edad podía un ser humano convertirse en protagonista y el autor los intentó convencer de que con tres años un niño no solo «se enfada, ríe y llora, sino que además dispone ya de un código expresivo según el cual no solo le vemos vivir sino disfrutar y lamentarse».
'El príncipe destronado' es tan sencilla y accesible en apariencia como cargada de sensibilidad. Una delicada entrega en la que, bajo una apariencia ingenua y familiar, se asoman la represión, las dificultades de la posguerra, la desigualdad de género, la tiranía de un marido y lo que entonces se llamaba comúnmente «nervios» de su mujer, que no eran sino la imposibilidad de aceptar el papel atávico de sumisión que le deparaba la historia. La novela tiene la riqueza y la complejidad de trasladar un crisol familiar, un crisol humano, al territorio de lo comprensible. El reto de colocar a un niño de tres años como voz principal que sostiene todo el relato no deja mudos sin embargo a los otros personajes. Miguel Delibes demostró con creces su capacidad de construir una voz tan temprana y no por ello menos honda. El resultado es esta novela corta, otra de sus obras de la España de posguerra en que la hipocresía, las clases sociales, la represión ideológica y la imposición se superponían a cualquier desarrollo del deseo, el pensamiento propio, el libre albedrío y la propia integridad física.
A pesar de todo el cambio social y político vivido en España, 'El príncipe destronado' mantiene una vigencia literaria intacta en un universo, el actual, en el que las imposiciones absurdas a las que nos plegamos pueden ser otras. En el que el amor también está dosificado. Y en el que el destronamiento de un niño está marcado por otros factores, como el estrés de los padres, su trabajo y el sometimiento general a la individualidad reforzada en el mundo de las pantallas, un hábitat nuevo y difícil para la maternidad y la paternidad. En ese contexto, decimos, las condiciones objetivas son otras. Pero el trasfondo de abandono, de desplazamiento, de primer desamor de una larga lista que va a ir sucediéndose a lo largo de la biografía, de primera pérdida de una vida que desembocará en su propio desvanecimiento, se repiten. Las condiciones objetivas, sí, son otras. Pero las subjetivas, al fin y al cabo, son parecidas. Por ello, 'El príncipe destronado' está, medio siglo después, muy vivo.
Este artículo contiene fragmentos del prólogo de Berna González Harbour a la edición de la Editorial Destino.




