Un papa estupendo
Jorge Bergoglio estimuló a quienes lo necesitaban y molestó a quienes era obligatorio incordiar

Madrid
El papa Francisco era sencillamente estupendo. Al menos para una abrumadora mayoría. Hoy casi todos han ido subrayando su apoyo a los vulnerables, su lucha contra la pederastia eclesiástica, su empatía con las minorías de todo tipo, su valentía frente a poderosos y reaccionarios. Aunque el silencio ha sido estruendoso en las filas retrógradas. Las de las sectas fanáticas internas y corruptas. Las de las congregaciones que se reclaman de Dios y trabajan para el diablo. Las de la ultraderecha internacional, europea y local. Jorge Bergoglio estimuló a quienes lo necesitaban. Y molestó a quienes era obligatorio incordiar. La marca de la casa desde que un tal Jesús expulsó a los mercaderes del templo, esos que hacían negocio incluso con las creencias más íntimas.
Por su labor sin descanso en favor d ellos derechos de todos y su amistad con laicos, ateos y toda suerte de herejes, este cura jesuita, argentino, irónico y deslenguado, este papa de Jordi Évole y de Javier Cercas merece algo más que un recuerdo. Merece un homenaje de los comecuras, los agnósticos, los periféricos y los abandonados en todas las cunetas de las guerras y de la historia.
Su figura acrecida y ya desgarbada en sus últimas andaduras por la plaza, se equipara en la memoria a otros grandes. Como Juan XXIII. O Pablo VI. Ojalá que quien le suceda sea rama del mismo árbol.
Hace ahora exactamente una semana despedimos a otro grande, Mario Vargas Llosa. Este 2025 pinta oscuro. A algunos empieza a recordarnos peligrosamente a aquel triste 1973, cuando en las filas de la libertad universal perdimos a tres pablos: Pablo Picasso, Pablo Neruda, Pau Casals.

Xavier Vidal-Folch
Periodista de 'EL PAÍS' donde firma columnas y colaborador habitual de la Cadena SER, donde publica...




