Los nombramientos de Francisco que revolucionaron la Curia

Madrid

Desde el principio, el papa Francisco advirtió contra la lógica “venenosa” del “siempre se ha hecho así”, convencido de que una Iglesia rancia empieza a pudrirse. Barajó las cartas con elecciones a menudo imprevisibles y, a veces, controvertidas, siguiendo, sin embargo, dos criterios fundamentales, ya se tratara de nombramientos cardenalicios, en las diócesis o en la Curia: ojo con las periferias, a menudo privilegiadas respecto al centro, y una predilección por los pastores con olor a campo, con olor a oveja, combinada con una cierta desconfianza hacia los perfiles cultos e intelectuales.

Más párrocos y menos teólogos. En los casos más delicados, sin embargo, optó por lo seguro y no realizó ninguna experimentación. Empezando por uno de los primeros nombramientos, el más importante para un Papa: el Secretario de Estado, el “primer ministro” del Pontífice, el hombre que dirige la diplomacia de la Santa Sede.

Benedicto XVI había elegido a Tarcisio Bertone, su hombre de confianza, un canonista ajeno a la gran tradición diplomática de la Santa Sede. En este caso, Bergoglio vuelve a lo clásico y elige a un nuncio, monseñor Pietro Parolin, que, como subsecretario de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado, había llevado negociaciones confidenciales con China antes de que la resistencia interna a un acuerdo con Pekín bloqueara todo. En 2009, Parolin había sido trasladado como embajador a Venezuela.

Francisco lo llama desde Caracas. El diálogo con China es una de las prioridades del pontificado, y el propio Parolin, secretario de Estado a partir del 15 de octubre de 2023 y cardenal un par de meses después, será el artífice del histórico acuerdo con Pekín sobre el nombramiento de obispos.

También en Jerusalén cuenta con el que fuera custodio de Tierra Santa, Pierbattista Pizzaballa, un diplomático competente y avezado, que era garantía de equilibrio en la zona más delicada del planeta. En 2016, el franciscano fue nombrado arzobispo y administrador apostólico, y en 2020 se convirtió en patriarca, recibiendo la púrpura tres años después.

Francisco detecta demasiadas resistencias al cambio en la Iglesia italiana. En Florencia, en 2015, no se anda con rodeos: “No debemos obsesionarnos por el poder, incluso cuando este toma la forma de un poder útil y funcional a la imagen social de la Iglesia". Siempre ha sido el Papa, como Obispo de Roma y Primado de Italia, quien elige directamente al Presidente de la CEI. Francisco, para responsabilizar a los obispos italianos, decide que sean ellos quienes voten por él, como sucede en todos los demás países del mundo. Pero al final votan una lista corta, y la última palabra la tiene él.

El cambio se confía a Gualtiero Bassetti y, luego, en 2022, al cardenal Matteo Zuppi, a quien en 2015 había nombrado arzobispo de Bolonia. "Don Matteo", estimado por su experiencia en la comunidad de Sant’Egidio —ayuda diaria a los más desfavorecidos, misiones internacionales de paz como en Mozambique—, también será elegido por Francisco como su "enviado especial" para la guerra en Ucrania. Pero, por lo general, Francisco es impredecible. Desde el principio quiso dar forma a una Iglesia más colegial y verdaderamente católica —es decir, universal—, fundada en la relación entre el Papa y los demás obispos del mundo, y en la que la Curia romana estuviera al servicio de esta relación y no la obstaculizara.