Luis García Montero habla de la solución a lo que pasa en el mundo y señala directamente a la ciudadanía: "Vamos a oponernos"

Madrid

Por tierra, mar y aire, después de ocupar los hoteles y las segundas viviendas, hemos vuelto de las vacaciones. Y hemos tardado muy poco, apenas un lunes, en perder la tranquilidad para comprobar que el mundo está afectado por la hipertensión. No se trata de una enfermedad provocada por los accidentes, sino del peligro de acostumbrarse a los malos hábitos y la mala alimentación. Mientras se corrompen palabras como acuerdo, norma, tregua, oposición, paz y política, la vida cardiovascular acostumbra a las cifras de muertos, los genocidios, las declaraciones crispadas y los personajes autoritarios que quieren fundar un nuevo imperio Romano, pero en Washington.

La estrategia de los que quieren acabar con la justicia internacional es acomodarse a las arritmias de la ley del más fuerte. Suben los aranceles, para dejar claro que el libre comercio tiene sus dueños. Dinamitan sin escrúpulos las instituciones internacionales y sostienen económicamente a los delincuentes de los derechos humanos. Un mal hábito, una mala costumbre. Y en la política nacional parece que discutir y hacer oposición ya no significa intentar que mejore y avance la vida del país, sino enfangarlo todo con insultos, desacreditar nacional e internacionalmente la vida española, para crearle problemas al Gobierno, aunque suponga votar contra la propia ideología.

Nos queda buscar una buena medicación. Creo que la receta está en manos de la ciudadanía. Vamos a oponernos a la crispación, vamos a no asumir la violación de los derechos humano. Que los partidarios del circo reciban pronto un mensaje: no somos partidarios de la hipertensión, porque es muy mala para nuestra salud.