Disneylandia
La fe va por un lado. El papeleo y la gestión de los escándalos, financieros o sexuales, van por otro.

Barcelona
La muerte de un Papa y la celebración de un cónclave son cosas que interesan a la gente. Se habla de conspiraciones y traiciones, de ritos antiquísimos, de enfrentamientos políticos y de reuniones secretas en maravillosas estancias renacentistas. El Vaticano aparece como una fortaleza intemporal envuelta en belleza, corrupción y misterio. Y así lo pintan en el cine.
No soy un gran experto en el Vaticano, pero en mis tiempos pasé bastantes horas ahí dentro y conocí a bastante gente. Creo que no hay para tanto.
En mi opinión, el Vaticano se parece bastante a la corporación multinacional Disney. Que no se ofenda nadie, por favor. Desde el Vaticano se dirige una gran religión que habla del Más Allá y desde las oficinas de Disney, en California, se dirige un imperio del entretenimiento en el Más Acá. Son cosas distintas. Y, sin embargo, parecidas.
En el consejo de administración de Disney y entre los altos ejecutivos abundan las ambiciones y las conspiraciones. Es normal en un imperio con 230.000 empleados, unos ingresos superiores a los 20.000 millones y una fabulosa imagen de marca. Lo mismo ocurre en las altas esferas vaticanas, donde unos pocos hombres solteros libran sus batallas de poder.
Ahora imaginen el trabajo real en las oficinas de Disney. Alguien tiene que decidir si los Mickey Mouse del parque de Hong Kong deben hablar sólo en chino mandarín estándar o decir frases en inglés. Alguien tiene que seleccionar la oferta gastronómica en el parque de París y las medidas de seguridad en el parque de Shanghai. Alguien tiene que redactar el contrato de empleo de los Goofies de Anaheim y vigilar la salud de los delfines en Orlando. Alguien tiene que controlar las audiencias de las decenas de canales televisivos.
A cosas así de terrenales y poco misteriosas se dedican la mayoría de los empleados del Vaticano, todos esos monseñores agobiados de trabajo que hacen jornadas larguísimas en oficinas vulgares y fuman de vez en cuando en la ventana. La fe va por un lado. El papeleo y la gestión de los escándalos, financieros o sexuales, van por otro.
Me llamo Enric González. Les deseo un feliz fin de semana.