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'La historia de Souleyman', la película sobre un 'rider' sin papeles que denuncia la situación de los migrantes

El director francés Boris Lojkine convierte en un thriller inmersivo la ansiedad e inquietud de un migrante a la espera de asilo mientras reparte comida en un París hostil

Fotograma de La historia de Souleyman / cEDIDA

Fotograma de La historia de Souleyman

Existe una falsa creencia de que el cine social comprometido no interesa a los espectadores. Rompe ese dogma el éxito que ha tenido, tanto en festivales como en la taquilla francesa, La historia de Souleymane, una película que mira directamente a la inmigración y a la situación de los rider que trabajan en las calles de las grandes ciudades europeos. "Llegó el confinamiento y empecé a ver a todos los repartidores en las calles de París, la mayoría africanos y casi todos sin papeles. Pensé que ese era el tema que tenía que contar", dice Boris Lojkine, director francés de esta película.

Más de cuarenta premios en distintos festivales, aunque de todos los más importantes han sido los que ha ido recibiendo el protagonista, Abou Sangare, un joven que pasó varios casting y que acabó siendo seleccionado para el papel, pero que no tenía entonces papeles. "Llegué a Francia en mayo de 2017. Realicé actividades en asociaciones y, al tiempo, uno de los responsables me llamó para decirme que había un director de cine que iba a venir a Amiens para hacer un casting. Me presenté, junto a otros 25 jóvenes de Guinea e hicimos entrevistas. Fui pasando las pruebas y me seleccionaron para el rodaje. Hicimos ensayos y, finalmente, me dieron el papel principal".

Así llegó a protagonizar una película que le ha hecho codearse con estrellas como Daniel Craig o Ralph Fiennes, a quienes ganó en los Premios del Cine Europeo. Reconoce que dudó en si coger o no el trabajo. También que nunca tuvo mucha esperanza en que pudiese rodar. No tenía papeles y eso dificultaba el contrato. "Dije que sí, pero en ese momento no lo tenía tan claro, porque no tenía papeles para poder trabajar, y el director no quería que hiciera un trabajo en negro". También ese escollo se solventó.

No fue hasta después de estreno de la película en los cines franceses, cuando obtuvo el permito de residencia. Ahora es ciudadano francés. "Siempre dije que la película estaría terminada cuando Sangare tuviera documentos. Cuando estuvimos en Cannes y vi el éxito de la película, cuando vi que ganó un premio de interpretación, estaba seguro de que saldría en la prensa la semana siguiente. Pero es cierto que ha llevado tiempo. Tenemos una situación política un poco complicada en Francia en este momento. Hemos tardado, pero ya ha conseguido los documentos y es genial", nos decía el director en Unifrance, donde los había conseguido recientemente. "Estoy muy, muy feliz, me siento libre, después de haber estado como en una prisión dentro de mí. Puedo caminar con mis amigos por la calle sin pensar en que me van a arrestar en un control policial", decía Abou Sangare que continúa con su profesión de mecánico. "Me ha gustado mucho trabajar como actor, pero es verdad que nunca ha sido mi sueño", responde a si seguirá haciendo películas en un futuro. "Yo siempre he querido ser mecánico, tener un plato de comida cada día y un lugar donde poder dormir y estar caliente. Igual si alguien me llama para que le ayude en un rodaje, lo haré, pero tango claro que mi sueño no es convertirme en una estrella, ni ser millonario. Tengo otros sueños", añade.

Sangaré es Souleymane, un joven guineano que viaja por París en bicicleta repartiendo comida. A la espalda, un enorme bolso azul turquesa, que nadie mira y que pesa. No tiene papeles, de hecho, le vemos prepararse para una entrevista para pedir asilo político. Mientras, va lidiando con los clientes que piden sus servicios, apresurados y maleducados, con transeúntes y con los restaurantes.

"El repartidor no es solo el migrante, el repartidor es un trabajador indocumentado y es alguien que nos habla tanto de la propia migración, como también de algo muy contemporáneo: la cuestión de esta economía digital, de la uberización. Hay un cruce de los dos temas en la figura del repartidor", apunta el director que denuncia la explotación laboral, que suele afectar más a aquellos que no pueden quejarse, ni reclamar, a los que no tienen otra opción. "No es casualidad que muchas de estas personas que trabajan para dar las solicitudes también sean personas con antecedentes de inmigración. Es muy llamativo y cuenta algo sobre este mundo contemporáneo. La película nos sirve de espejo, sostiene un espejo con nuestra sociedad. Dice mucho de nosotros", insiste Lojkine.

Con un estilo que recuerda a esa cámara temblorosa de los hermanos Dardenne, los padres del cine social europeo, el director nos hace sentir la prisa, el vértigo y la tensión de su día a día en las calles de París. El belga ya había hablado de inmigración en otro filme anterior, Hope, que cuenta la historia del viaje de dos africanos a Europa y que termina cuando los personajes avistan España. En realidad no está habituado a rodar en Francia y, menos, en París, una urbe llena de ruido, de tráfico, etc. La historia lo requería y es en las calles de París donde seguimos al protagonista.

La historia de Souleymane no es una película moralista. Sus personajes no son villanos o héroes, son personas que sufren por un sistema que les acosa y otros que se aprovechan de las grietas y de los demás. El director retrata también cómo algunos migrantes explotan a sus compatriotas, como el personaje de Emmanuel, dueño de la cuenta en Uber East que se la alquila por 120 euros a la semana. Muestra también cómo es más fácil mentir que decir la verdad para conseguir la residencia y cómo todo nos lleva a la corrupción y la desesperación. "Esta es una película extremadamente inmersiva que te pone en la piel, en una situación muy cercana a la que vive Souleymane. Vivir esta experiencia en una película no tiene nada que ver con ver un reportaje o leer un artículo sobre se hable del tema de la migración .Si lees un artículo te da alguna información, no te da las sensaciones y emociones de todo ello", explica el director sobre la forma del filme.

"El cine tiene un papel importante, pero para ello hay que creer en el cine que puede contar las cosas al mundo y contarlas de una manera que ningún otro medio puede hacerlo", continúa. Lo cierto es que su película es un ejemplo de eso. "Puede que suene ambicioso decir esto, pero ocurre que se sale de esta película con una emoción muy particular". Esa emoción, suele decir un experto en cine político entretenido, Costa Gavras, es la que lleva a cambiar las acciones de los ciudadanos y a convertir el cine en política.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 

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