Mejor la vida

Mejor la vida que hay afuera, con niños que salen a jugar a la calle e improvisan una portería con las mochilas, las golondrinas salpicando el cielo por la tarde, los grupos de amigos charlando animadamente, los vecinos alrededor de un transistor o bebiendo unos quintos en la puerta del bar, mejor el desconocido del asiento de al lado que te ofrece agua o el coro que se pone a cantar en mitad del tren, mejor la muchedumbre que se pone a bailar en la oscuridad dejando atrás el desasosiego de la incertidumbre, sintiéndose vivos en los demás, aunque no se conozcan de nada, mejor las personas de carne y hueso que viven en tu mismo edificio, descubrir que la vecina con quien compartes el rellano es una virtuosa del punto de cruz aunque, se queje, el encaje de bolillos se le resista, también saber que la señora mayor de más arriba come tarde y además tiene placa y ha tenido que pedirle a otra de la escalera que le ponga a hervir unas patatas.

Mejor los de tu calle, los de tu casa. Poder mirarlos a los ojos cuando baja el día y compartir sofá y manta en el silencio alumbrado por las velas. Mejor la lectura sosegada, el ritmo acompasado con las horas de luz natural que todo el ajetreo inundado de la artificial, iluminado siempre, que la conexión continua a la vacuidad del gran generador de ruido, que no ver más allá de la pantalla especular, que hacer scroll viendo a desconocidos lejanos haciendo maquillándose, probándose ropa, haciendo cosas que no haces tú, que ser abducidos por la sucesión infinita de imágenes. Mejor la vida aquí y ahora que dejarnos atrapar por los saqueadores de la atención.