"Es grave que se intercepten y difundan intencionadamente conversaciones privadas"

Madrid

Existe la memoria histórica pero también la memoria a corto plazo y si echamos mano de esta última comprobaremos en cuántas ocasiones los presidentes del Gobierno han criticado a los barones de su propio partido y cuantas veces estos han puesto de vuelta y media a sus jefes. En el caso del Partido Socialista, las criticas por parte del presidente de turno se quedaban en eso: críticas que no tenían mayores consecuencias. En el caso del PP las criticas de José María Aznar, por ejemplo, acarreaban el inmediato cese del criticado. Es verdad que en las épocas de Felipe González o de Aznar no exista el wasap, pero sí los micrófonos abiertos y en un caso, muy sonado, la interceptación de una conversación telefónica. Cómo olvidar las críticas de Txiqui Benegas a Felipe González, por un primitivo teléfono de un coche, captadas por algún vehículo cercano. Benegas se despachó sobre su jefe al que llamaba en privado “Dios”. Aznar emitió por ejemplo criticas durísima contra Manuel Fraga porque el entonces presidente de la Xunta se había atrevido a criticar a su vez la actuación el gobierno en el caso Prestige. No se atrevió a provocar el cese del viejo león pero metió tanta presión que Fraga terminó a casi por pedir disculpas. Y en escalones inferiores, como olvidarse de aquel micro abierto que recogió el insulto con todas las letras de Esperanza Aguirre a Alberto Ruiz Gallardón. Dicho esto, lo grave no es que se critiquen o insulten dentro de un mismo partido, algo a lo que los periodistas podemos dar testimonio casi cotidiano. Lo grave es que se intercepten y difundan intencionadamente conversaciones privadas.