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Cannes 2025 | 'La Petite Dernière' y 'Renoir', dos historias de emancipación que demuestran el relevo generacional

Una parte del cambio de rumbo en la sección oficial de esta edición se materializa con las películas de la francesa de origen argelino Hafsia Herzi y de la japonesa Chie Hayakawa

Fotograma de 'La petite dernière' / FESTIVAL DE CANNES

Fotograma de 'La petite dernière' / FESTIVAL DE CANNES

Cannes

Esta edición del Festival de Cannes es la del relevo generacional o, al menos, la de promover nuevas voces del cine de autor con su inclusión en la sección oficial. Es el caso de dos directoras que, con su tercera y segunda película respectivamente, han dado el salto a la competición por delante de otros nombres con más pedigrí. La actriz y realizadora francesa de origen argelino Hafsia Herzi ha presentado La Petite Dernière (La hija pequeña) un drama en el que adapta la novela de Fatima Daas (en España publicada por Cabaret Voltaire).

Fue en 2020, cuando esta escritora, musulmana, lesbiana y chica de barrio y francesa de origen argelino generaba un revuelo con su primera novela, una historia sobre la identidad en la Francia de hoy contada con una voz propia, jugando con la autoficción y rompiendo muchos prejuicios sobre lo queer. Herzi, actriz que ganó el César el año pasado por Borgo y que ya recogió ese premio por Couscous, una película del director Abdelatif Kechiche, lleva ya un tiempo escribiendo y dirigiendo sus propias películas, Mereces un amor, que estuvo en la Semana de la Crítica, y Bonne Mère que estuvo en Un certain regard. En ellas hay temas que se mantienen. De la primera ha cogido el temor y el miedo a perder a una pareja, los celos y la recomposición de la ruptura. De la segunda, el retrato de una familia árabe en la periferia de las ciudades francesas.

La directora hace suya la historia de descubrimiento y aceptación de ideas aparentemente contradictorias, como seguir profesando la fe en el Islam, pero vivir la sexualidad en libertad. El libro comenzaba como una especie de diario catártico, donde la escritora repetía constantemente algunas frases, insistiendo en esa idea de identidad. En la película, vamos descubriendo los encuentros sexuales, la relación con la familia, que es sutil y bonita.

Sin duda, el gran descubrimiento de La petite dernière es la actriz protagonista, Nadia Melliti, capaz de expresar todo lo que Fatima Daas escribe en su novela sin palabras, con su mirada y el movimiento de su cuerpo.

La directora filma con cuidado y sensiblidad los besos, los bailes, las relaciones, la manifestación del orgullo LGTBIQ, las citas a escondidas, las dinámicas del instituto o las comidas en la casa familiar, también las abluciones, los rezos y los silencios. Hay algo que ha tomado de Kechiche, no la sexualización de los cuerpos, sino la dignidad y belleza con la que retrata a los jóvenes franceses que se salen de la blanquitud. Primeros planos de los rostros, de actores y actrices desconocidos pero carismáticos, naturalidad en las interpretaciones y los diálogos y escenas largas que permiten a los espectadores vivir las angustias y las alegrías de esos personajes. La directora decía que la novela había sido un éxito porque muchas chicas se identificaron con Fatima Daas y que ahora el personaje sale de la oscuridad a la luz del cine, donde más gente puede reflejarse en sus dilemas y vivencias identitarias.

Fotograma de 'Renoir' / Festival de Cannes

Fotograma de 'Renoir' / Festival de Cannes

Fotograma de 'Renoir' / Festival de Cannes

Fotograma de 'Renoir' / Festival de Cannes

Si La Petite Dernière era una película sobre la emancipación y la aceptación de una identidad múltiple, no cerrada ni condicionada por nada, en el caso de Renoir, otra película en competición de una joven directora, habla de cómo la identidad también ha de construirse dentro de la propia familia cuando se vive un proceso de duelo y de desmembramiento de la misma. La película de Chie Hayakawa es la única presencia de cine japonés en la sección oficial, un país que ha ganado seis Palmas de Oro, entre ellas, las de Imamura, Kurosawa y Kore-Eda, director del que bebe, en cierta manera, el cine de la directora. Como el maestro, utiliza la familia para contar un proceso de duelo y el paso de la infancia a la adolescencia.

La directora, igual que Hafsia Herzi, ha presentado sus dos películas anteriores aquí en la Croisette. Niágara fue seleccionada por la Cinéfondation en 2021, mientras que su primer largometraje, el conmovedor Plan 75, entró en la sección Un Certain Regard en 2022 y recibió una mención especial del jurado de la Cámara de Oro. En él ya hablaba de la muerte y de las relaciones paternofiliales, enfocado en cómo la sociedad trata a los ancianos. En Renoir pone en el centro a una niña de 11 años en el Tokio de los años ochenta. Su padre tiene un cáncer terminal y está en cuidados paliativos en el hospital. Su madre, estresada, a penas pasa tiempo en casa, mientras que la niña se refugio en su imaginación. La joven actriz Yui Suzuki deslumbra con su inocencia y naturalidad en la que ha sido su primera aparición en la gran pantalla; mientras que el actor Lily Franky, al que hemos visto en películas de Kore-Eda como De tal padre, tal hijo o Un asunto de familia.

De una manera sutil, elegante y bonita la directora nos cuenta el día a día de esta familia que enfrenta la muerte, mientras sale adelante. Una muerte que es inminente y a la que deben acostumbrarse, aunque la vida siga. Renoir recuerda a Verano 1993, la ópera prima de Carla Simón, donde a través del duelo de una niña que empieza a vivir con sus tíos tras la muerte de su madre. La directora pasó por una experiencia similar y de aquellas visitas al hospital con su padre comenzó a escribir esta película, cuyo título viene de un cuadro de Renoir que descubre la protagonista, pero que bien podría tener que ver con el uso de la luz y el color impresionista por el que apuesta.

La película está ambientada a finales de la década de 1980, un periodo de transición en el que la sociedad japonesa pasó de la posguerra a una era capitalista. De ahí, el estrés de esa madre trabajando sin descanso, o los esfuerzos porque la niña aprenda inglés, en ese deseo de acercarse a los países occidentales que se vivió en esa década en el país nipón.

 

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