El peine de la cartera

Barcelona

Antiguamente, los hombres llevaban un peine en la cartera. Los hombres eran unos animales domésticos que veían películas de animales salvajes. Se trataba de un peine pequeño, que guardaban con el billete de cien pesetas, la entrada del cine y el carnet de identidad. Ahora se le llama Documento Nacional de Identidad, pero sigue pareciendo un carnet. A diferencia de los carnets, los documentos tienen, sobre todo, ácaros. Todos los documentalistas acaban sabiendo un montón de entomología. Le pasó a Vladimir Nabokov con las mariposas. Hay mucha gente que se llama Vladimir, aunque hoy el primero en quien pensemos sea Vladimir Putin. Si se fijan en la cabeza de Putin, en su peinado de poco pelo, verán que es la típica cabeza del hombre que lleva un peine en la cartera. Las costumbres desaparecen de la vida, pero nos dejan su huella marcada. Mi padre me llevaba al taller donde iba a echar horas extraordinarias. Una nave grande y con poca luz, olía a grasa y a hierro, y entre la oscuridad saltaban las chispas de los hombres que soldaban. Los hombres eran unos animales domésticos que trabajaban como animales de carga. Cuando terminaban de trabajar, se lavaban las manos con detergente en polvo para lavadora. Se las restregaban debajo del grifo hasta que se arrancaban las horas extras de los padrastros. Y entonces, sí, se sacaban el peine de la cartera, un peine pequeño, que yo creía que era de carey, y se lo pasaban despacio como andan las tortugas. Entre ellos, se llamaban por el apellido. Con sus apellidos, llenarían más tarde las listas de los partidos en las primeras elecciones municipales de la democracia. Yo pensaba que, de mayor, iba a llevar también un peine pequeño en la cartera. Pero lo llevé más grande y en el bolsillo de atrás de los tejanos.