Selecciona tu emisora

Ir a la emisora
PerfilDesconecta
Buscar noticias o podcast

La gran estrella del cine franquista

El 19 de mayo se cumplen 40 años del fallecimiento de Alfredo Mayo, el alter ego de Franco en la película Raza.

La carrera hacia el estrellato de Alfredo Mayo comenzó en el mismísimo cielo, a bordo de un Heinkel HE 112, el avión que pilotaba durante la guerra civil española. Por entonces tenía 25 años. Antes, había empezado la carrera de medicina, pero la abandonó en segundo curso cuando un amigo le convenció para dedicarse al teatro. Durante los años 30 hizo un par de películas y cuando estalló la guerra se alistó como oficial de aviación en el bando franquista. Al terminar la contienda, Alfredo Mayo regresó a su profesión de actor, pero sin quitarse el uniforme. Simplemente cambió el de piloto por el de oficial de las fuerzas africanistas en Harka, una película de aventuras militares que tuvo bastante éxito y que le lanzó definitivamente como actor.

Sin embargo, en la España franquista, Alfredo Mayo estaba destinado a misiones aún más importantes. El mismo dictador le había elegido personalmente para interpretar a su alter ego en un guion que había escrito el propio Franco bajo seudónimo. La película se titulaba Raza. “Oficialmente el guionista era Jaime de Andrade, pero todos sabíamos que el que escribía el guion era Franco y además todos los días venía un motorista desde el palacio de El Pardo con un sobre con los diálogos de la jornada”, recordaba el mismo actor. En RazaAlfredo Mayo daba vida a un personaje que haría historia como símbolo de la España de los vencedores de la guerra: el capitán Churruca.

Raza consagró a Alfredo Mayo como el galán por antonomasia del cine heroico y castrense. Porque sí, el género se hizo muy popular durante los años 40 y el actor sería la estrella en la mayoría de sus títulos. A mí la legión, Escuadrilla, El frente de los suspiros, El santuario no se rinde… En ellas Alfredo Mayo fue perfilando un personaje que resulta impensable fuera de la España de aquellos años. Un héroe católico y patriota, con un sentido del honor sin límite. Tan valiente como arrogante y ajeno al dolor. Un héroe fiel a sus ideales y a sus compañeros, y siempre dispuesto al sacrificio. Años después el actor reflexionaba sobre aquella serie de películas: “Yo creo que el cine es el notario de cada época y son películas que contribuyen a levantar el acta notarial de la época en la que vives. El que gana la guerra no va a poner al héroe como un traidor. Lo lógico es que ponga el traidor como héroe. Yo creo que son películas necesarias porque reflejan una época”, decía.

Aunque se trataba de un actor más bien limitado y poco expresivo Alfredo Mayo se convirtió en un auténtico mito de la posguerra. En poco tiempo era ya la estrella mejor pagada del cine español. “Me contrató CIFESA por 80.000 pesetas por película y tres películas garantizadas al año con una cláusula especial que decía: El señor Mayo podrá elegir guion, dirección, operador y actriz protagonista. Ese contrato fue producto de una vanidad de juventud. Quería decir algo así como que el cine español era yo”, afirmaba. CIFESA cifraba en 50.000 las cartas de admiradores que el actor recibía cada mes. Su caché le permitía tener automóvil y hacer vida de millonario. Incluso podía darse el capricho de vestirse de torero y compartir cartel con los grandes matadores de la época en festivales benéficos.

El cine patriótico y castrense iba pasando de moda y Alfredo Mayo abordó nuevos personajes en películas históricas, biográficas o en una serie de cintas muy populares en las que formó pareja con la estrella femenina más querida del momento: Amparo Rivelles. Películas como Deliciosamente tontos y otras como Un caballero famoso o Malvaloca. El público se sintió feliz cuando sus dos estrellas favoritas trasladaron su romance de la pantalla a la vida real. Aunque parecía una estrategia publicitaria, el romance no fue un truco. Las revistas del corazón daban cuenta semana a semana de todo lo que hacía la pareja. “Alfredo tenía un coche amarillo que parecía una bañera y que metía un ruido horroroso porque siempre tenía roto el tubo de escape. Cuando íbamos en el coche, quieras o no, teníamos llamar la atención, aunque no fuera nada más que por el ruido. Además, éramos muy conocidos y la prensa publicaba algunas cosas que eran verdad y otras en la que se inventaban lo que querían”, recordaba Amparo Rivelles. Sin embargo, no duraron mucho tiempo juntos. Poco después el actor se casó con Amparo Zabala, una mujer ajena al mundo del espectáculo, mientras que Amparo Rivelles continuó soltera.

A partir de los años 50 la estrella de Alfredo Mayo empezó a decaer. Poco a poco fue pasando de protagonista a actor secundario en películas como El alcalde de Zalamea o El último cuplé, junto a Sara Montiel. Por cierto, que su personaje en esta película, el de un archiduque ruso, casi da al traste con el film cuando un aristócrata ruso, de nombre similar a su personaje, se sintió ofendido e intentó por todos los medios que prohibieran la película, Un largometraje que, a la postre, se convirtió en la más taquillera de la historia del cine español hasta ese momento. Según pasaban los años la popularidad de Alfredo Mayo bajaba y bajaba, pero el actor no dejaba nunca de trabajar. Se le pudo ver en pequeños papeles en varias producciones internacionales rodadas en nuestro país. Títulos como Las legiones de Cleopatra o 55 días en Pekín, en la que daba vida al embajador español en China.

Al llegar la década de los 60 el nombre de Alfredo Mayo era ya sólo una reliquia del pasado. Pero en estas llegó un joven director llamado Carlos Saura y le propuso participar en una película de pocos personajes y estética de cine experimental. La caza tuvo una excelente acogida por parte de la crítica y fue premiada en varios festivales. La película retrataba simbólicamente las tensiones entre los españoles a lo largo de una jornada de caza. La caza sirvió para reactivar la carrera de Alfredo Mayo. La estrella inexpresiva de las películas bélicas se había convertido con el paso de los años en un excelente actor de carácter, nacido de su propia experiencia. A partir de entonces a Alfredo Mayo no volvió a faltarle el trabajo. Bien en espagueti westerns o en películas comerciales como Vida conyugal sana o El calzonazos. Pero también en cintas de las consideradas de autor como El bosque del lobo de Pedro Olea, Peppermint frappé, de nuevo con Saura, Hablamos esta noche de Pilar Miró o Patrimonio Nacional, de Luis García Berlanga. En los últimos años de su carrera destacó sobre todo su participación en series de televisión como El mayorazgo de Labraz o Cañas y barro.

En 1985, mientras trabajaba en uno de los primeros capítulos de la serie Tristeza de amor, el actor cayó fulminado, víctima de un infarto de miocardio. Alfredo Mayo tenía 74 años y su filmografía superaba para entonces los ciento cincuenta títulos. Algunos buenos, otros regulares y muchos bastante malos, ni más ni menos como el cine español de aquellas décadas. Poco antes de morir el actor hacía balance así de lo que había sido su carrera: “Estoy muy satisfecho de lo que he hecho, de lo bueno y de lo malo. No me arrepiento de nada. No creo que haya hecho mal a nadie. Creo que mi carrera merece algunas líneas en la Historia del cine español porque he contribuido, poco o mucho, a lo que ha sido nuestro cine”.

 

Directo

  • Cadena SER

  •  
Últimos programas

Estas escuchando

Hora 14
Crónica 24/7

1x24: Ser o no Ser

23/08/2024 - 01:38:13

Ir al podcast

Noticias en 3′

  •  
Noticias en 3′
Últimos programas

Otros episodios

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Tu audio se ha acabado.
Te redirigiremos al directo.

5 "

Compartir