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Guillermo Galoe: "En la Cañada Real hay una comunidad y un arraigo de barrio. La película clama por la ternura y los afectos"

El director español presenta en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes 'Ciudad sin sueño', una historia que dignifica la resistencia de las familias del poblado chabolista de Madrid

Guillermo Galoe, durante el rodaje de 'Ciudad sin sueño' / Manuel Fernandez-Valdes

Guillermo Galoe, durante el rodaje de 'Ciudad sin sueño'

Cannes

El cine español exhibe en esta edición del Festival de Cannes su fuerza y diversidad. Además de las dos películas en competición de Oliver Laxe y Carla Simón y los cortos seleccionados, Guillermo Galoe ha presentado en la Semana de la Crítica su primer largometraje de ficción, ‘Ciudad sin sueño’, una portentosa inmersión en la Cañada Real, en su gente y en sus dilemas desde la mirada de un adolescente que asiste al desmantelamiento de un mundo sin avistar un futuro. El cineasta madrileño desarrolla aquello que ya indagó en su cortometraje, Aunque es de noche, ganador del Goya y también seleccionado en Cannes. Cómo viven este joven, sus amigos y su familia en uno de los mayores poblados chabolistas que se encuentra a media hora del centro de Madrid. “Yo llego a la Cañada y hay algo que como cineasta me atraviesa, me conmueve. Y luego con el tiempo voy entendiendo las razones por las que yo he querido hacer esta película. De alguna forma hay algo como en los sentimientos de la gente, esas heridas, el sentirse desplazados o ver como su mundo se pierde, pero a la vez el orgullo por estos valores, el orgullo por esta forma de vivir, creo que es algo muy fuerte que me toca y me conmueve. Aparte de todas las razones estéticas, porque es un espacio límite que me interesa mucho y que pone en cuestión a la idea del centro”, explica Galoe en conversación con la Cadena SER en Cannes.

El director ha encontrado en la Cañada, además de relatos que hablan del presente como el sentido de comunidad, las herencias y la familia, una conexión con su propia historia personal, la de una generación que construyó sus espacios de convivencia desde el campo y la supervivencia. "Mis abuelos vienen de la misma zona de Extremadura de dónde vienen muchos de los de La Cañada. Toda la parte de todos los muchos gitanos extremeños que viven ahí y que vienen de la zona Extremadura. Y me doy cuenta de que mis abuelos caminaron los mismos campos, cazaron con los mismos perros y contaron las mismas historias que estas personas que están allí. Y fue como un contacto muy directo", añade.

En un juego entre la ficción y el documental, el cineasta se enrola en el retrato del día a día a través de una familia, pero sobre todo de un chico joven, Tonino, al que ya descubríamos en el cortometraje. En realidad, 'Ciudad sin sueño' puede leerse como una coming of age, una película sobre el paso de la adolescencia a la edad adulta, donde los juegos dan paso a la asunción de la vida y sus problemas, mucho más acuciantes para un adolescente que vive en un lugar donde no hay ni casi agua y donde no parece haber mucho futuro, pero, como nos ensañaba Ken Loach, sus gentes resisten. “La película plantea preguntas, no quiere aportar ninguna respuesta. Y yo creo que le propone a la sociedad y al espectador, y con ello a las instituciones, que que a lo mejor se respondan o busquen respuestas a estas preguntas. Hay algo completamente quijotesco y romántico en lo que le dice el abuelo al nieto, en que han sido completamente libres en ese espacio. A mí me parece bonito. Pero también la madre le pregunta al abuelo si realmente esos niños son libres si crecen sin luz, sin espacios culturales, sin agua, sin las necesidades básicas. Ahí está la pregunta”.

El protagonista, Tonino, juega con su amigo, del que sabe que va a despedirse, pues se muda con su familia a Marsella. Todo su mundo parece cambiar, después de que sus padres hayan decidido coger un piso de protección oficial. Abandonará su ciudad, esa que han construido sus abuelos y que vive en los márgenes del sistema. “La película quiere construir ese mundo de Toni a través de los colores, a través de esas texturas que hay en la Cañada. Entonces la película todo el rato quiere poner en contraste estas dos cosas. Porque ese piso en realidad está bien, pero a la vez es alienante y perpetúa esa cosa cíclica del gueto. Esta es una película completamente redonda en el sentido de circular. Los poblados desaparecen y vuelven a aparecer en otro lado. Y esta historia continúa desde hace décadas, siglos".

Los juegos de los adolescentes consisten en grabarse con el móvil y grabar su entornos usando filtros de colores, una idea brillante que permite al director evitar un punto de vista paternalista o adoctrinador. Son los chicos los que miran a través de sus ojos lo que hay alrededor, el descampado, la chatarra, los animales, la droga, las hogueras. Solo así la cámara entra en todos los lugar posibles de un lugar con reglas diferentes que el equipo de Galoe ha conseguido sortear y entender sin juzgar de la mano de la fotografía del portugués Rui Poças, colaborador habitual de Miguel Gomes. “Nuestro trabajo ha sido por razones políticas y estéticas. Con el director de fotografía nos planteábamos cómo serían las imágenes de esta peli para poder llegar a esa intimidad, sin juicios, pero a la vez construir nuestro lenguaje, el lenguaje que estábamos definiendo a todos los niveles. El personaje principal es un niño que está a un paso de convertirse radicalmente en un adulto. Hay una transición suave. Me interesa mucho el cine que mira desde ese lugar, que mira desde el lugar de un niño, como con los ojos abiertos, con la capacidad todavía de encontrar la maravilla y el asombro en el mundo. Y es una mirada libre de prejuicios. Hemos ido encontrando nuestro espacio ahí y nos hemos sentido libres dentro de todo el contexto sociopolítico, cuanto más libres nos sintamos, creo que más cerca vamos a estar de todo, más honestos vamos a ser”, defiende el director.

Es casi un milagro cómo han rodado las escenas familiares donde la naturalidad y el realismo son totales. La cámara desaparece mientras discuten sobre uno de los ejes de la película: irse o resistir. Un debate que se desarrolla sutil y al que asistimos no solo a través de los diálogos de la familia, el abuelo, la abuela, las tías, los padres y los niños, sino sobre todo a través de las miradas de Tonino. La escena en la que visitan el piso que les ofrece servicios sociales evidencia eso que Lorca plasmó en el poema que da título al filme y que Enrique Morente convirtió en canción, que suena también en la película. “Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan”, dice un poema que muestra cómo la ciudad deshumaniza, quita la posibilidad de soñar y de ser libre. Lo hace el entorno de la Cañada Real, pero tampoco parece plausible todo eso en un bloque de pisos de uralita. "A nivel estético creo que había una parte muy importante en el retrato de todas las peculiaridades que tienen los actores que han encarnado estos personajes. Luchar también por esa forma de hablar o todas esas rarezas que cuando pones una cámara delante de alguien se aplanan por un momento y desaparecen. Y cómo recuperar esas rarezas y esas particularidades para que la película se vuelva única, tan única como son estas personas. Hay algo de ver lo bueno de quien tienes enfrente y retratarlo con toda la belleza con la que ellos quieren ser retratados. Pero la de ellos, no la mía, que a lo mejor vengo desde fuera. Rui ha hecho un trabajo visual impresionante, la cámara se mueve suavemente, busca respirar todo el rato, pero está ahí y se fija en esos detalles que le otorgan la belleza al todo”, añade.

La fotografía del portugués evita cosificar el lugar y a sus habitantes, a lo que el filme retrata con dignidad y respeto, que viven en un mundo liminal y que han quedado al margen de la sociedad. Lejos de adentrarse solo en lo malo de una subcultura, la película pone el foco también en la conciencia, la de esas mujeres gitanas que hacen bromas y se ayudan en la peluquería montada por las mujeres de una familia árabe, por cómo los chicos conviven con una y otra cultura sin problema o enfrentamiento y hasta del significativo saludo de la Guardia Civil al paso por uno de los puntos de venta de droga. "Nos interesaba cómo ese contexto sociopolítico afecta en lo íntimo. Personajes que podían haber ocupado tramas y tropos de películas de género, de western o de noir, de repente están sacados de ahí. Están en ese espacio y nos interesa cómo se sienten, cómo se enfrentan al desvanecimiento del mundo en el que viven, un desvanecimiento como casi fantasmal. Estos poblados que desaparecen de un sitio y aparecen en otro. La película creo que navega todo el rato en este tono crepuscular y nos interesaban mucho los sentimientos, la idea del fin de la comunidad en una época en la que las comunidades han quedado relegadas a pantallas y espacios virtuales. La película clama por la ternura de los afectos, la ternura del contacto, de la comunidad real. Hay algo en la familia de Toni que es algo que envidio bastante, esta cosa de estar rodeado, de crecer junto a tus abuelas, tus tíos, tus primos, tus primas. Sin romantizarlo en ningún momento quería plantear preguntas sobre adónde estamos yendo", explica Galoe.

El juego entre quién graba qué, quién está detrás de la cámara y cómo las imágenes configuran el mundo de quien lo habita dan al filme una dimensión mayor que la de ser una muestra de la injusticia social de los habitantes que nacieron en la Cañada Real, un lugar que lleva resistiendo desde hace décadas a la dejación administrativa, al olvido institucional y al pasotismo de los madrileños. Ciudad sin sueño es un poema donde la realidad, lo político y lo bello pasan de las sombras a luz y donde el espectador puede despojarse de prejuicios y entender que la resistencia es lo único que el cine puede ofrecer. "El cine puede acercar un poco desde la piel y despojándonos ya de todas las circunstancias y toda la teoría, quedándonos con la piel, yo creo que el cine sí puede hacer eso. Espero que de alguna forma con esta película, igual que con todo el trabajo que hemos hecho durante todos estos seis años, quede retratado un mundo que queda invisible durante muchas décadas. Espero que para las siguientes comunidades, la sociedad pueda realmente tener respuestas o tener otro tipo de políticas sociales también. Yo ya sé que es muy difícil que el cine vaya a cambiar nada. Esto me lo dijo Pepe Mujica. Él me decía, no, el mundo no lo va a cambiar el cine, amigo. El mundo lo cambia la gente, la gente que ve películas, la gente que va al teatro, la gente que lee, que escribe, que vemos, que escucha música. Entonces creo que hay algo muy importante en la cultura y en el cine, como decía Mujica, para poder cambiar el mundo", concluye.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 

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