La pesadilla de una médico trans española en los Estados Unidos de Trump: "Siento que mi existencia molesta y solo quiero trabajar y vivir tranquila"

Madrid

"Yo me levantaba a las 7 de la mañana, hacía mis necesidades y no volvía a ir al baño hasta las seis de la tarde, cuando regresaba del colegio". Esta frase, demoledora, resume la infancia de Minel Soroa, cardióloga e investigadora española en uno de los hospitales más prestigiosos del mundo, el Mount Sinai de Nueva York.

Elvira Lindo la descubrió a raíz de un artículo que escribió en El País, titulado El chico está triste, en el que narraba la angustia de una amiga cuya hijo adolescente había iniciado su transición de género en EE.UU. "Era una historia humana, no un alegato político", ha comenzado explicando la escritora. Sin embargo, la publicación desencadenó una avalancha de mensajes agresivos que acusaban a Lindo de apoyar una «ideología de género». Años después, en un momento muy delicado para los derechos LGTBIQ+, Lindo y la cardióloga se han encontrado en La Ventana para contar su historia.

Soroa trabaja en Nueva York desde hace un año gracias a una beca en imagen cardíaca avanzada. Su especialidad es la resonancia magnética del corazón, centrada en el estudio de las miocardiopatías dilatadas, enfermedades que debilitan el músculo cardíaco y, muchas veces, tienen origen genético. Su trayectoria profesional era, y es, impecable. Sin embargo, su llegada a Estados Unidos no fue sencilla.

La cardióloga inició el proceso para conseguir su visado cuando aún no había podido cambiar legalmente su nombre y su género en todos los documentos. "Tuve que viajar en diciembre de 2023 con mi pasaporte y visado antiguos. En el hospital me llamaban por ese nombre, y yo tenía que fingir ser otra persona", relata. A pesar de estar cumpliendo un sueño profesional, se sumió en una tristeza profunda. "No quería salir de la cama. Me daba miedo ir a trabajar", ha explicado.

Fue entonces cuando pidió ayuda en su lugar de trabajo. "Me encontré con un entorno muy acogedor. El Mount Sinai es un oasis dentro del clima político estadounidense", afirma. En colaboración con el consulado español en Nueva York, logró actualizar su documentación. Pero el tiempo jugaba en su contra. "Me recomendaron que volara a España en enero de 2025 para actualizar mi visado antes de que Trump volviera al poder", cuenta Soroa. Y lo logró por apenas unas semanas.

Y es que el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto un retroceso significativo en los derechos del colectivo trans. Su administración ha emitido una orden ejecutiva que elimina toda referencia al género no binario, reconociendo exclusivamente los sexos asignados al nacer. Un paso atrás que afecta de forma directa la vida de personas como Minel, no solo a nivel legal, sino en lo más cotidiano: cómo te llaman, cómo te miran o cómo te tratan.

"La política de Trump no solo cuestiona nuestra existencia. Intenta borrarla", dice. Y lo hace en un clima de polarización extrema en el que incluso dentro del feminismo se han abierto grietas: "Me duele cuando esa hostilidad viene de mujeres feministas. Creo que nos une mucho más de lo que nos separa". Minel afirma evita el uso de términos peyorativos como 'TERF' para referirse a quienes no comprenden o rechazan su identidad. Prefiere el diálogo: "La empatía es la base para mejorar estas condiciones".

Soroa no es activista. No ha venido a representar a nadie. Solo quiere narrar sus vivencias para ayudar a otras personas como ella. "Durante muchos años no supe ponerle nombre a lo que me pasaba. Me sentía distinta. Cuando me llamaban en femenino por la calle me molestaba, pero cuando mis padres corregían diciendo «no, es un niño», yo sentía que algo no estaba bien".

Esa confusión se agravó en el entorno escolar. "Nunca usé el baño del colegio. Me daba pavor ir al de los chicos, y cuando intentaba entrar con mis amigas al de las chicas, las profesoras me lo prohibían", cuenta la cardióloga. A los 17 años, al leer el Manifiesto contrasexual de Paul B. Preciado, empezó a comprenderse. "Pude ponerle palabras a lo que sentía. Y desde entonces, el camino ha sido largo, pero claro". También recomienda La mala costumbre de Alana S. Portero, ya que, dice, no solo le ayudó a ella, sino que su madre acabó derramando muchas lágrimas acabando el libro: "Entendió muchas cosas y pudimos hablar de todo ello". Cuenta que a su madre, por costumbre, le costó habituarse a su nuevo nombre.

Su relato se muestra como un espejo de las contradicciones de nuestro tiempo. Por un lado, la medicina avanza —como bien puede atestiguar Soroa—, la ciencia salva vidas y las sociedades occidentales prometen inclusión para su ciudadanía. Por otro, los discursos políticos regresan a esquemas binarios, a marcos restrictivos que niegan lo diverso. "A veces siento que mi existencia molesta. No lo entiendo. Solo quiero trabajar, vivir tranquila, hablar con mi familia, quedar con mis amigos. ¿Por qué eso es una amenaza?", se pregunta Soroa.

"A pesar de que me gustaba que mi madre me hubiera puesto 'Miguel' de nombre, quería buscar un nombre con el que me sintiese identificada, así que combiné Miguel y Elena —el nombre que le hubiera puesto de haber nacido biológicamente como niña—". Soroa, con una calma lúcida, la de una persona en paz con su identidad y con la experiencia de quien ha sufrido hasta poder abrazar su propia realidad, cierra su intervención en Radio Lindo explicando la génesis de su nombre.