Jesse Armstrong, el creador de 'Succession', vuelve a la carga: "Me interesa el poder y ahora las redes sociales tienen más que los periódicos"
El guionista y director británico estrena 'Mountainhead' en Max, una película en la que encierra a cuatro líderes tecnológicos en una mansión mientras el mundo colapsa por la desinformación y la manipulación en las redes sociales

El guionista y productor Jesse Armstrong, durante su visita a Madrid en 2023 (Photo By Jesus Hellin/Europa Press via Getty Images) / Europa Press News

Madrid
Hay toda una tradición de comedia británica capaz de mezclar el humor negro con la sátira política, los diálogos afilados, un ritmo frenético y personajes excéntricos pero reconocibles. En esa escuela se ha curtido Jesse Armstrong (Osweatry, 1970), escritor autodidacta que ha hecho carrera retratando las miserias más cotidianas y las políticas. Desde las sitcoms en las que empezó, como 'Peep Show', donde mostraba la frustración sexual de dos amigos treintañeros, a sus colaboraciones con Armando Ianucci para reírse de las chapuzas y el patetismo del Ministerio de Asuntos Sociales británico en la extraordinaria 'The Thick of it' o imaginar una guerra con EEUU en 'In the loop', película con la que estuvo nominado al Oscar. También firmó uno de los mejores episodios de 'Black Mirror', se atrevió a bromear con el terrorismo islámico en 'Four lions' y, finalmente, alcanzó el reconocimiento como gran autor de nuestro tiempo con 'Succession', el gran drama shakesperiano de la televisión contemporánea.
"He aprendido de todas las personas con las que he trabajado. Además de ser profesionales cuyos trabajos he visto, son personas con las que he estado en un set y he intentado emular o copiar. Adam McKay, que dirigió el piloto de 'Succession', fue muy generoso y lo pude ver trabajar. Luego está Armando Iannucci, también Chris Morris y Danny Boyle, todas esas personas que he visto trabajar de cerca me han influido. He copiado y cogido cosas de todos sus enfoques", responde a la Cadena SER en una videoconferencia desde Nueva York sobre los autores que más le han marcado en su carrera. "El inglés es bueno para la comedia, hay muchas palabras diferentes con distintas raíces del latín, del alemán, e incluso del francés. Tienes un montón de buenas palabras que siempre han sido útiles para la literatura. Y luego, Reino Unido tal vez sea un viejo imperio, como España, un poco en decadencia y eso lo hace un buen lugar para la tragedia y la comedia", añade.
Hijo de profesores y con formación en Estudios Americanos, Armstrong, que empezó escribiendo junto a su compañero de universidad y piso Sam Bain, también se buscó la vida en los años 90 como consultor e investigador político. Y quizás fue ahí cuando entendió que el poder no es intocable, que es también tragedia y comedia. "Si estás fuera de la política, y probablemente pase lo mismo con los grandes empresarios y los medios de comunicación, es fácil imaginar que las personas en esos mundos son completamente diferentes. Y son, en cierto modo, completamente diferentes de la mayoría de las personas que conoces. Pero también hay que tener un poco de valentía para saltar a esos mundos y decir, puedo escribir sobre estas personas que tienen deseos y miedos similares. Es útil para eliminar esa capa de ansiedad por escribir fuera de tu entorno natural", cuenta.
Si en 'Succession' tomaba la historia de un gran magnate de los medios de comunicación, un trasunto de Rupert Murdoch, para diseccionar la familia, el privilegio y el poder en todas sus formas, en su nueva película, 'Mountainhead' (estreno el domingo 1 de junio en Max), vuelve a demostrar su buen pulso al desmontar a los grandes líderes tecnológicos. "Creo que hay una relación. 'Succession' tenía que ver con el antiguo poder mediático de los magnates de los periódicos, cuyas marcas se estaban trasladando poco a poco a la televisión e Internet. No creo que ninguno de ellos tenga el poder que tienen ahora las redes sociales, son el nuevo poder en la comunicación. Supongo que todo nace de un interés continuo por el poder, por la forma en que las personas se informan, por esta nueva área", confiesa sobre una historia que empezó a escribir en enero de este mismo año y a rodar poco después.

Jason Schwartzman, Cory Michael Smith, Jesse Armstrong, Ramy Youssef, Steve Carell, en la premiere de 'Mountainhead' (Photo by John Nacion/Variety via Getty Images) / John Nacion

Jason Schwartzman, Cory Michael Smith, Jesse Armstrong, Ramy Youssef, Steve Carell, en la premiere de 'Mountainhead' (Photo by John Nacion/Variety via Getty Images) / John Nacion
Curiosamente en esas fechas fue muy comentada la foto de los grandes magnates de las 'Big Tech' en la investidura de Donald Trump. Desde Elon Musk, propietario de X (antes Twitter) y gran financiador de la campaña del republicano, al fundador de Amazon, Jeff Bezos, los CEOs de Apple, Tim Cook, de Meta, Mark Zuckerberg, y de Google, Sundar Pichai.¿Qué se le pasó por la cabeza? "Supongo que ya estaba por ahí rondando esa imagen cuando propuse hacer esta historia y ocurrió cuando ya la estábamos preparando. Es cierto que ha habido algunas cosas en las que la realidad se ha cruzado con la película, es un poco espeluznante. Te preguntas, ¿qué diablos está pasando? No creo que fueran estos señores de la tecnología los que desconectaron a España y Portugal (en referencia al apagón de hace unas semanas), pero lo podría parecer viendo la película", bromea.
Steve Carell, Jason Schwartzman, Cory Michael Smith y Ramy Youssef son las protagonistas de esta sátira que reúne durante un fin de semana a los multimillonarios en un retiro de lujo en medio de una montaña nevada. Una increíble mansión, repleta de comida, bebida y hasta habilitada con un búnker, en la que los cuatro empresarios contemplan cómo el mundo colapsa, desde estallidos de violencia, guerras, asesinatos, saqueos o países latinoamericanos en bancarrota. Y el origen de todo ese caos está en la nueva versión de una red social llamada 'Traam' (otra broma que Armstrong tuvo que consultar con los abogados) que hace negocio con fraudes, noticias falsas y deepfakes. La mitad de la población mundial puede crear, difundir o replicar bulos difíciles de desmontar o no identificables para el resto.
Una distopía tan real que es más un despiadado reflejo de nuestros días llevado al extremo. "Es algo con lo que tenemos que lidiar. Sigo pensando que las personas son capaces de distinguir entre lo que es real y lo que no. Sorprende lo rápido que nos damos cuenta si un banco solo usa un chatbot de inteligencia artificial para hablar con nostoros, y no sirve de nada porque queremos a una persona real. Creo que nosotros diferenciamos rápidamente lo real de lo no real, lo humano de lo no humano. Pero a menudo la dificultad viene en ese pequeño periodo de reajuste en el que la tecnología es nueva y es extraña, y no sabemos cómo catalogarla durante un tiempo, pero, por lo general, durante toda la historia, hemos conseguido mantenernos informados. Supongo que la sensación de no seguir el ritmo es lo que nos asusta", explica Armstrong sobre esa línea rota entre realidad y ficción, entre verdad y mentira que ha estado también muy presente en películas presentadas en el Festival de Cannes.
El creador ofrece una mirada despiadada y deshumanizada de este nuevo tecnocapitalismo, un poder capaz de plegarse a cualquier salvajada, como hemos visto en estos últimos meses con el retroceso en los filtros y la moderación de comentarios en estas redes sociales y su influencia en los procesos políticos, antes que sacrificar una mínima parte de sus beneficios. "Todo se trata de controlar la narrativa, de ahí que esos líderes políticos y tecnológicos griten fuerte y quieran hacer oír su voz. Es una cuestión absolutamente clave. Si no tienes una buena historia que contar, tienes un problema si te dedicas a la política o los negocios", analiza el director de este nuevo control social auspiciado por unos cuantos ricos que condicionan los flujos de información y tienen el poder de desestabilizar cualquier región del mundo.
¿No es acaso eso una nueva forma de colonialismo? "No lo había pensado de esa manera, pero sí, el poder ahora parece mucho más suave y sibilino, más personal y humano que el tradicional, que los soldados sobre el terreno ¿Es una especie de colonialismo? No sé, creo que es una metáfora muy buena. Creo que no es la realidad, pero es una gran metáfora de lo que se siente al vivir en un entorno donde estas pocas personas controlan todo el poder", añade.
Armstrong vuelve a exhibir su colmillo político con unos personajes megalómanos, engreídos e insoportables. Unos 'tecno-bros' preocupados porque hay mucho rodaballo, por pasearse en mallas de deporte o por no poder pagar con dinero su salud. Y ahí el guionista traza también un demoledor retrato sobre un tipo de masculinidad, esa que ahora campa por vídeos de TikTok bajo una modernidad profundamente reaccionaria. "Absolutamente. Tiene que ver también con la masculinidad. Es bastante común ver a hombres que se comportan así dentro de un grupo para establecer una jerarquía, para eso hacen bromas sobre el dinero, sus atributos físicos o sus habilidades, incluso sobre su calidad del sueño o lo rápido que llegan a una fiesta y el camino que toman. Hay cosas que vemos en todos los hombres, pero tal vez están bastante magnificadas en estos tipos tan ricos".
El autor británico, que nos acostumbró en 'Succession' a odiar y a la vez cogerle cariño a esos hijos malcriados y heridos, no tiene aquí la misma misericordia con unos personajes a los que les cuesta mostrar algo de conciencia. Y si existe, en este caso en forma de una inteligencia artificial capaz de desmentir las noticias falsas, también lleva el signo del dólar. "No es que todo me parezca gracioso, pero intento no poner ningún límite a lo que vemos en pantalla, salvo que sea divertido y pueda defenderlo moralmente desde la comedia. Los tíos de esta película son misóginos y también son un poco racistas. Son malas personas. Entonces solo espero tener el valor de poner las palabras correctas en su boca, pero también tengo que ser consciente de eso y asumir la responsabilidad. Y estoy feliz de hacerlo. No me asusta que expresen sus pensamientos y sentimientos, creo que el público entiende que es un retrato de personas a las que no les importa expresar opiniones censurables. Ese es el tono de la película, y lo que el espectador percibe de ellos", defiende.
Armstrong repite el esquema de la serie que le dio fama y prestigio internacionalmente. Diálogos rapidísimos, un ritmo frenético y una cámara que sigue a los personajes por todos los espacios de esa increíble mansión, desde la cocina al búnker pasando por las habitaciones, una sala de juegos o, ya en el exterior, una excursión por la nieve. "Yo soy un escritor de comedia, de diálogos, y pienso todo el rato en el ritmo. Es el ritmo el que habla y el que hace que todo funcione. Quizás no sea un director nato porque luego tengo que encontrar la interrelación con los espacios cuando están en el set. Pero, a cambio, cuando veo una escena puedo ayudar a los actores porque puedo contarles un poco más sobre lo que creo que le está sucediendo a los personajes desde el punto de vista psicológico. A veces no lo necesitan porque ya conocen muy bien al personaje", precisa sobre su planificación como guionista y como director.
Los actores disfrutan y se lucen en esta sátira verborreica y provocadora que es un combate sin tregua para los intérpretes. No paran de hablar, de moverse, de confrontarse, de vigilarse y de medirse en una espiral desenfrenada. "Ensayamos un poco, no mucho, pero los actores tuvieron la amabilidad de darme tiempo suficiente para ensayar. Son libres de improvisar, siempre he trabajado así. Por lo general intentamos hacerlo de una forma gradual, es decir, al principio todo se basa más en el guion y luego soy más flexible si la gente quiere improvisar. Sin embargo, tengo que decir que, incluso más que con las palabras, los actores son libres de caminar por donde quieran siempre que no esté determinado completamente por las tomas o los ángulos de cámara que necesitamos. Se trata más de decirles, quédate por aquí o trata de no ir por allí porque es más difícil rodar, pero trato de no poner muchas normas", desvela Armstrong de su método de trabajo.
La película, cuyo título referencia claramente a 'El manantial', se burla de estos empresarios descreídos que reinterpretan citas de Nietzsche, Platón o Kant, que buscan la inmortalidad y que son capaces de capitalizar un mundo en llamas. Armstrong fantasea con esta reunión privada de los grandes líderes tecnológicos y ofrece una visión deshumanizada y cruel de este nuevo capitalismo. Algo que, curiosamente, contrasta con su propia mirada al mundo. "Por alguna razón soy por naturaleza optimista, pero hoy es difícil encontrar razones para el optimismo. Lo bueno de hacer esta película es que cada historia de miedo que he leído durante seis meses sobre la polarización de las redes sociales, la inteligencia artificial o el futuro tecnológico, he podido escribirla e incluirla en esta película. Y no tenía que preocuparme por eso en el mundo real porque todo estaba en la película. Es una sensación agradable", concluye, también paradójicamente, enseñando un puñado de periódicos en papel. "Sigo usando los viejos medios de comunicación. Me gusta saber todo el rato lo que pasa en el mundo".

José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...




