"Salí casi llorando de pena": Maruja Torres cuenta su experiencia con una madre y una hija en una tienda de Madrid

Hace poco tuve la ocurrencia de sumergirme en un comercio situado en el barrio de Madrid que antes los de mi cuerda denominábamos zona nacional, conocido ahora como la little Caracas y sede del fascio-patrioterismo local y también ultramarino.

El caso es que, en esa tienda, concretamente de muebles y hogar, yendo de un piso a otro en el ascensor, tuve un encuentro que podríamos denominar académico.

Una madre (supuse, por la edad y el parecido físico) estaba ayudando a su hija adolescente a repasar la lección. Iba la muchacha leyendo sus apuntes y así estuvieron en el ascensor de subida, en la planta en la que nos entretuvimos mirando y en el ascensor de bajada. Me pirra la instrucción gratuita y más en una cadena de ventas sueca.

Poseían potentes voces en ese gastellano propio del barrio. Y la lección, oh mezcla fascinante, iba de marxismo, concretamente de la postura del marxismo ante la delincuencia.

Después de recitar que el análisis marxista enfoca al delincuente como producto de las desigualdades sociales y económicas del capitalismo, la joven añadió, leyéndolo del cuaderno, algo así como (cito de memoria) que hay que tener cuidado porque eso conduce a considerar como atenuantes las condiciones sociales en que ha crecido el malhechor.

Cuando el ascensor se detuvo resoplé y salí a la calle. Sin haber conseguido la estantería, pero casi llorando de pena por la triste infancia que debió de tener el Defraudador Confeso, por nombrar solo a uno.

Los caminos de Carlos Marx son inescrutables. Y los barrios por los que se cuela, también.