No es la izquierda, es la democracia
El auge de esa derecha desacomplejada y antisistema que cada vez conquista más gobiernos obliga a encender todas las alarmas, pero ante todo exige reflexionar sobre sus causas y propósitos

Miles de personas acuden a la manifestación contra la amnistía / FERNANDO ALVARADO (EFE)

Madrid
Primero fue la incredulidad ante las "ocurrencias" de la nueva derecha radical; después vino la indignación; ahora ya llevamos un tiempo en que el mundo progresista empieza a mostrar remordimientos y se pregunta qué hizo mal para que crezca imparable el rechazo a la inmigración, rebrote un machismo con olor a rancio y se extienda una descarada indiferencia ante el cambio climático.
Siempre debe ser bienvenida el abandono de los dogmas y la imprescindible humildad para intentar entender la causa de tanta desafección y malestar con esas verdades que nos habían parecido irrebatibles e inmutables. Sin duda, la izquierda a nivel internacional, sobre todo a partir de cierta acomodación en el poder de las distintas formulaciones de la socialdemocracia, había empezado a tener dificultades para entender las claves del cambio social que trajo consigo la gran crisis financiera de principios de siglo.
El auge de esa derecha desacomplejada y antisistema que cada vez conquista más gobiernos obliga a encender todas las alarmas, pero ante todo exige reflexionar sobre sus causas y propósitos. Analistas como Cristina Monge o Ignacio Sánchez Cuenca hablan de cómo la izquierda dejó de escuchar hace tiempo a esos ciudadanos seducidos por el lenguaje directo y las ideas provocadoras, sin darse cuenta de que para ellos el progresismo era visto cada más como una secta de gente antipática y moralizante empeñada en imponer a todos su forma de pensar. Al mismo tiempo, como había señalado Michael Ignatieff, “cincuenta años de negligencia ante la desigualdad” han estado minando la base social sobre la que se había construido el estado del bienestar.
Que la izquierda se lo tiene que hacer mirar, resulta ya incontestable, salvo que prefiera seguir hundiéndose hasta la irrelevancia total. No se trata en absoluto de olvidar sus valores de siempre, pero sí de practicar la autocrítica sobre el resultado práctico de sus políticas -que las buenas intenciones no siempre dan de comer ni sitio para vivir decentemente-, y recuperar cierta empatía social para hacer más de evangelizadores que de inquisidores.
Pero, dicho esto, la izquierda también debería huir del derrotismo y la depresión, porque la batalla ideológica que se está librando en todas partes no es solo entre izquierda y derecha, sino otra aún más importante entre democracia y autoritarismo. Con cierta perspectiva histórica, un cierto movimiento pendular entre la hegemonía de las políticas progresistas y las conservadoras forma parte del curso normal de las cosas. A medio plazo, la mayoría social siempre termina votando en favor de lo que realmente le beneficia en su calidad de vida. En cambio, el debilitamiento de la democracia trae malas consecuencias a menudo difíciles de reparar.
No se puede olvidar que esa derecha radical -que incluye desde la ultraderecha de toda la vida hasta la derecha antaño moderada y hoy al rebufo de la triunfante internacional trumpista- ha encontrado su momento fundacional en el éxito de un presidente que apoyó activamente el asalto del Congreso estadounidense. Una distopía democrática que hoy crece en apoyo popular en muchos países.
Cuando se analizan las ideas y los hechos de esta ola reaccionaria, lo que más inquieta es su profundo espíritu antidemocrático. La violación de derechos y libertades personales que creíamos irreversibles. La persecución sistemática de la diversidad. El aprovechamiento de los mecanismos de manipulación masiva creados por las grandes plataformas tecnológicas que extreman la polarización y ponen en riesgo la convivencia. La negación arrogante y sin vergüenza de valores consagrados en muchas constituciones democráticas sobre el derecho de todos los ciudadanos a una vida digna y la prioridad del interés general de la sociedad sobre el de los particulares.
Sí, la izquierda tiene de qué preocuparse; pero los demócratas, mucho más.

José Carlos Arnal Losilla
Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...