"Quizá por eso ya casi nadie compra sandías enteras": la reflexión sobre el mundo actual en una carta al director de 'El País'
"Estamos aprendiendo a vivir en porciones", ha escrito

Trozo de sandía cortados y plastificados en un supermercado. / Bill Barfield

Es habitual ver en los supermercados sandías partidas y envueltas en plásticos transparentes. Las hay de todos los tamaños. Por la mitad, en cuartos y hasta en tajadas individuales. También suelen llevar una pegatina en la que además del precio, se indica a cuánto sale el kilo, la fecha y la hora de corte, además del peso. Están organizadas todas juntas y se acaban con relativa facilidad.
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En la otra zona del supermercado se sitúan las sandías enteras. Esas no se acaban con tanta rapidez y siempre queda alguna al final del día. Porque lo cierto es que se venden menos. Se asocia a mayor rapidez y facilidad el hecho de que ya vienen cortadas. Precisamente en ese aspecto se fija Ana Rivero, que desde Sevilla escribe una de las cartas al director de 'El País' este lunes.
En la misiva, contrapone esta costumbre actual con las escenas de un pasado reciente. Si ahora hay "trozos individuales, para comer en silencio, frente al portátil o la tele", antes mandaban "las sobremesas de verano, el mantel manchado, el calor pegado a la piel. La sandía en el centro, para todos. Cada uno con su tajada, su risa, el jugo chorreando por los brazos".

Sandías partidas en un supermercado. / wulingyun

Sandías partidas en un supermercado. / wulingyun
A partir de ahí, la remitente trasciende el momento sandía para hacer una similitud con la forma de vida actual: "Estamos aprendiendo a vivir en porciones. A repartirnos en mitades que no se tocan. A consumir, no a compartir. Quizá por eso ya casi nadie compra sandías enteras. Porque pesan. Porque hay que partirlas, mancharse, acompañarse. Sin darnos cuenta, vivimos como comemos: a pedazos, envueltos, solos".
Carta íntegra al director de 'El País'
Venden las sandías partidas, envueltas en plástico, con etiquetas que indican la hora exacta del corte. Como si eso importara. Como si supiéramos cuándo empezó el desgarro. Trozos individuales, para comer en silencio, frente al portátil o la tele. Solo la fruta, sola también. Y me acuerdo de lo que fue: las sobremesas de verano, el mantel manchado, el calor pegado a la piel. La sandía en el centro, para todos. Cada uno con su tajada, su risa, el jugo chorreando por los brazos. Ahora la cortamos antes de tiempo. La envolvemos. La hacemos higiénica, individual, práctica. Y no es solo la sandía. Es todo. Estamos aprendiendo a vivir en porciones. A repartirnos en mitades que no se tocan. A consumir, no a compartir. Quizá por eso ya casi nadie compra sandías enteras. Porque pesan. Porque hay que partirlas, mancharse, acompañarse. Sin darnos cuenta, vivimos como comemos: a pedazos, envueltos, solos.
Ana Rivero. Sevilla




