El corcho de las piscinas
Nos pierden las letanías. Lo veíamos antiguamente en las viñetas de Chumy Chúmez, con sus soles solitarios en el cielo, y el campanario de una iglesia recordándonos que nada cambia, que todo será siempre lo mismo bajo un sol de justicia.

Barcelona
Cuando llega el verano, me acuerdo de los cursillos de natación. Allí, aprender a nadar era lo de menos, lo principal era aprender a salir a flote. De este modo, nos han inculcado nuestro carácter a los españoles. Somos gente que patalea agarrada a un corcho y que escupe agua a borbotones. Vivimos a borbotones. En España, el objetivo final de todo proyecto, de toda empresa, de toda persona que se aventure a algo, es salir a flote. Conseguir lo que nos proponemos, alcanzar las expectativas..., eso ya sería demasiado. Son cosas que solo pasan en el extranjero. “Pica de pies..., pica de pies...”. Nos pierden las letanías. Lo veíamos antiguamente en las viñetas de Chumy Chúmez, con sus soles solitarios en el cielo, y el campanario de una iglesia recordándonos que nada cambia, que todo será siempre lo mismo bajo un sol de justicia. Cuando nos enseñaban a nadar en la piscina del barrio, en una Barcelona de suburbio, bajo un sol de cemento, el mismo cemento de las tuberías gigantes amontonadas en las obras, la letanía de los monitores de natación consistía en repetir toda la mañana: “Pica de pies”. Es decir, patalea. Así seguimos. Entonces, las piscinas eran como los coches, las había con techo, y otras estaban descubiertas. Los coches descubiertos, bueno, más bien eran descapotables, los conocía básicamente por las series de televisión. Había una en concreto que me gustaba un montón, y que se llamaba Los Persuasores. Pasaba en la Costa Azul francesa, y salían coches deportivos conducidos por gente con pañuelo. Ellos llevaban el pañuelo en el cuello, como un pelícano de seda, y ellas se ponían el pañuelo en la cabeza como mi abuela, pero sin luto, ni ser viudas de guerra. La moraleja, en política, es la misma: o pisas el acelerador o picas de pies.