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Sifa Ademovic, superviviente de Srebrenica: "Nos gustaría que aparezcan los huesos de mi hermano y mi padre, dejarlos juntos y visitarlos"

Se cumplen 30 años de la masacre de Srebrenica con mil víctimas todavía desaparecidas

Srebrenica, 30 años

Srebrenica, 30 años

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Más de 8.000 hombres y niños musulmanes bosnios fueron asesinados por el Ejército de los Serbios de Bosnia en la masacre de Srebrenica, en Bosnia y Herzegovina, cuando la guerra parecía ya acabada con el fin del cerco a Sarajevo. Todavía hoy, tres décadas después, un millar de víctimas siguen en paradero desconocido o sin identificar y enterrar dignamente. Sus familias viven sin respuestas y no pueden cerrar la herida.

Una de ellas es Sifa Ademovic, exiliada en España. Cuando vino la guerra, en 1995, huyó con lo puesto y con una niña de tres meses, según nos cuenta, “sin poder despedirme de nadie ni avisar a nadie de que me iba”. Tras unos días escondida en los sótanos para evitar las bombas, pudo salir en uno de los últimos autocares con la ayuda de un vecino, pero perdió a sus dos hermanos y a su padre. Al hermano menor, Muamer, de 15 años, y a su padre Hakija, ha podido enterrarlos parcialmente, pero a Nezir, el mayor, de 21, lleva media vida buscándolo. En este aniversario quiere decirles, allá donde estén, que mientras ella viva los recordará siempre.

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La última prueba de vida que tiene Sifa de los hombres de su familia está en una cinta VHS que recibió pocas semanas antes del genocidio. La rescató su madre metida en una bolsa y oculta entre harina para llevarla a territorio libre y hacérsela llegar a través de los voluntarios. “Si no, mis hijos no sabrían ni quiénes son sus abuelos”, asegura, porque las fotos y todos los demás recuerdos se quemaron. De la casa familiar no queda nada, como del resto del pueblo, convertido en un erial.

Cuando vio la grabación, ellos ya habían muerto. Hay muchas versiones sobre lo que les ocurrió. Del hermano pequeño saben, gracias a un testigo que sobrevivió, que lo retuvieron en la montaña y lo llevaron al patio de una escuela donde fue fusilado. “Se lo llevaron a una fosa común bastante lejos de allí, para tapar”, asegura Ademovic. Sobre el paradero de su hermano mayor las pistas son escasas, pero cree que hay gente que podría saber algo. “Me enfrenté con uno de ellos en el cementerio cuando enterraba tres huesos de mi padre”, recuerda, pero no quisieron reconocer dónde habían estado.

Estas son pequeñas piezas de un puzle que Sifa lleva tres décadas intentando reconsruir. “Es difícil superar. Se aprende vivir, se intenta vivir, pero es muy difícil”, lamenta. “Al menos si supiéramos… Aunque te dicen que son ellos, no los ves. No es lo mismo ver una persona cuando se muere y te despides de ella y la ves, que no ver nada. Yo tocaba huesos, no sabía si son de ellos o de un animal”. Aún a día de hoy, espera que aparezcan los huesos de su hermano y el resto de su padre para enterrarlos a todos juntos y tener dónde visitarlos.

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Aquel genocidio, considerado la mayor matanza en Europa desde el fin de la II Guerra Mundial, todavía atormenta a muchos soldados, los cascos azules de la ONU llamados a proteger a la población. A Sifa Ademovic le han llegado los ecos de lo que allí ocurría, “violaciones, de todo…”, asegura. Cuando su madre y sus hermanas iban a entrar al autocar, dos cascos azules, un holandés y un serbo-bosnio, les cortaron el paso. “Una de mis hermanas dijo que estaba embarazada y así les dejaron”, relata.

Los supervivientes no dejan de buscar, pero cada año la esperanza es menor. Cada pequeño hallazgo remueve el recuerdo y el dolor. Algunas madres han perdido a todos los miembros de su familia. “Es un drama que no le deseo a nadie”, dice Sifa. Su madre sigue viviendo en Bosnia con una de sus hermanas y pasa sus días esperando encontrar a su hijo. Todas sufren las consecuencias físicas y psicológicas de lo que sobrevivieron. “Todos aquellos días de la matanza no se los quita nadie y a la larga sale todo”, sentencia Ademovic.

La reparación legal, aunque escasa, empezó a llegar hace unos años. En 2019, el Tribunal Supremo de Países Bajos declaró que el país fue parcialmente responsable de la muerte de cientos de bosnios en Srebrenica, y tres años después, el Gobierno exculpó a los cascos azules. La historia a menudo se repite, y hay gente ahora en Bosnia que está intentando reescribir la historia. “Es muy, muy triste”, lamenta Sifa. “El problema es la política. Unos no quieren reconocer que se ha cometido esto”.

Hoy hay quien sigue negando el genocidio y alentando el ultranacionalismo panserbio. Sifa querría recuperar para su pueblo la convivencia heterogénea que disfrutaban antes de la guerra. Mientras tanto, se conforma con que aprendamos de lo ocurrido, porque muchos temen que cuando acabe la guerra en Ucrania les llegue el turno a ellos de nuevo.

 

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