Srebrenica sigue intentando cicatrizar sus heridas 30 años después del genocidio

La voz de uno de los mandos de los cascos azules de la ONU resonaba por toda Srebrenica poco antes del 11 de julio de 1995. Philippe Morillon aseguraba a la población que este pueblo minero del este de Bosnia, situado a poco más de 10 kilómetros de la frontera con Serbia, era un refugio seguro a pesar de la cercanía de las tropas serbobosnias lideradas por Ratko Mladic y alentadas por los mensajes xenófobos de Radovan Karadzic.

Ni Morillon ni los cascos azules estaban en lo cierto. Mladic entró en Srebrenica y ejecutó el mayor genocidio en suelo europeo desde el Holocausto. Más de 8.000 hombres y adolescentes musulmanes fueron ejecutados en menos de una semana.

Los cascos azules no detuvieron el traslado de hombres en autocares con las falsas promesas de los soldados serbobosnios de que nada les iba a pasar. Eran trasladados directamente a su ejecución.

"El destino del pueblo bosnio musulmán en las zonas seguras de Naciones Unidas es el ejemplo de una promesa incumplida y símbolo de la confianza traicionada en la comunidad internacional", denuncia en la SER Vesna Andree-Zaimovic, la embajadora de Bosnia en España.

Los soldados encargados de la protección de los musulmanes de Srebrenica eran neerlandeses. El gobierno del país les pidió disculpas en 2022 considerando que ellos habían pedido ayuda y no les llegó. El primer ministro dijo entonces que "todo y todos os dejaron solos y recibisteis críticas por no haber podido cumplir la tarea encargada". Ese primer ministro era Mark Rutte, actual secretario general de la OTAN.

Tampoco las organizaciones humanitarias supieron ver lo que estaba a punto de ocurrir. Hablamos con la doctora Gabriela Diap, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Yugoslavia durante la guerra: "Tengo recuerdos impregnados de impotencia y frustración. Tengo la certeza del fracaso político, militar y humanitario que llevó al abandono y la masacre de parte de la población de la zona segura".

Un país en reconstrucción

Treinta años después, todavía siguen abiertas algunas heridas en un país que se había caracterizado por la convivencia entre serbios, bosnios y musulmanes, entre ortodoxos, musulmanes y católicos.

Debemos enfrentar el pasado para tener una memoria democrática, para reconciliar y curar a la sociedad

—  Vesna Andree-Zaimovic, embajadora de Bosnia en España

"Lamentablemente algunas élites políticas en Bosnia siguen utilizando las divisiones étnicas para mantenerse en el poder", denuncia la embajadora Zaimovic. La diplomática lamenta que "la reconstrucción no avanzó al ritmo que se podía esperar porque las comunidades locales estaban muy afectadas y a quienes se aprovechaban de la guerra les convenía mantener este estado de tensión".

La doctora Diap apunta a otro problema latente que ha vuelto a emerger en los últimos años en el este de Europa y del que Serbia, y los serbios residentes en Bosnia, no se han librado: el auge del nacionalismo. "Aunque los esfuerzos de reconciliación continúan después de 30 años, el espíritu nacionalista es un veneno", concluye.

Zaimovic en todo caso tiene una esperanza que deposita sobre todo en los jóvenes, muchos de ellos formados en el extranjero y que ahora vuelven a su país de origen: "Son descendientes de las víctimas y no tienen como objetivo la venganza, sino la construcción de una sociedad mejor y más justa".

Cadena perpetua para los genocidas

El principal ideólogo de la masacre de Srebrenica, el líder serbobosnio Radovan Karadzic, cumple su condena de cadena perpetua en la isla británica de Wright después de ser sentenciado por el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia. El principal ejecutor, Ratko Mladic, cumple idéntica pena en una cárcel de los Países Bajos.

Zaimovic espera que lo que hicieron no se olvide nunca: "Es importante hablar de Srebrenica porque la historia a menudo se repite".