Los conspiradores
Hoy, la conspiración es tiniebla de predicadores, indigencia de ricachones, cuna de patriotas y Bélmez de Íker Jiménez, es decir, cara

Lo que más he leído en mi vida han sido títulos de libros. Digo, leer solo el título y también el nombre del autor. Todo empezó con el índice de la colección Austral. Venían, uno detrás de otro, muchos títulos de la misma colección, y yo los leía como si fueran libros. Por ejemplo, tomaba de la biblioteca del cole un libro de Pío Baroja, que se llamaba Aviraneta o La vida de un conspirador, era de color naranja, el número 720, y en las últimas páginas aparecían, por orden alfabético de autor, cerca de mil referencias diferentes. En una tarde, me leía mil libros distintos. Porque enterarse de que existían era lo más parecido a leerlos, lo mismo que ver a alguien pasar de largo es lo más parecido a amarlo. De las andanzas de Eugenio Aviraneta con el cura guerrillero Merino, no me acuerdo de nada. Eso sí, se me quedó la palabra conspirador y la usé para jugar a solas. Para conspirar había que ser romántico. Lo decía Pío Baroja. Hoy, la conspiración es tiniebla de predicadores, indigencia de ricachones, cuna de patriotas y Bélmez de Íker Jiménez, es decir, cara. Una vez, encontré en los encantes un opúsculo de Enrique Tierno Galván (hay gente que nace con nombre de presidente de una República, y acaba de alcalde socialista), y que se llamaba Anatomía de la conspiración. Advertía del contenido ético de las conspiraciones. Al final, se ha conspirado contra la ética. La vida heroica de María Curie, los escritos sobre música de Manuel de Falla..., eran títulos misteriosos de Austral que nunca leí y que ahora forman parte de mi memoria. Cuando la gente creía en las cosas, los títulos de los libros tenían un tono heroico. Hoy está todo revuelto, y detrás de cada chivo expiatorio hay un conspirador, y viceversa.




