Del verde al negro: las ranas de Chernóbil mutan para sobrevivir a la radiación

Madrid/ Asturias

En el corazón de la Zona de Exclusión de Chernóbil, donde el tiempo parecía haberse detenido en abril de 1986, la vida ha seguido su curso, no sin transformaciones profundas. Ahora mismo meterse en una charca en Chernóbil es como meterse en una charca en Asturias. Estás sometido a poca radiación, de hecho, se acumula la mitad de la que hay en un hospital por una mamografía. Desde que estalló la guerra la zona está militarizada y ya no pueden estudiar in situ. Por el momento continúan experimentando con la radiación en el laboratorio y con muestras que se trajeron. Allí, entre los bosques reconquistados por la naturaleza, el biólogo español Germán Orizaola y su equipo han descubierto que allí las ranas que ya no son verdes, sino negras. No se trata de una rareza aislada, sino de un patrón que se repite con precisión evolutiva. Las Hyla orientalis, ranas arborícolas comunes en Europa del Este, han modificado su coloración en un gesto silencioso de adaptación.

La historia que nos cuentan estas ranas es la de una selección natural en marcha, en tiempo real. La melanina, ese pigmento que dio color a los primeros vertebrados, ha vuelto a cobrar protagonismo. En su versión más oscura, tiene la capacidad de absorber radiación y neutralizar radicales libres, convirtiéndose así en un escudo biológico frente al legado invisible del accidente nuclear.

Estudios recientes muestran que estas ranas oscuras no solo sobreviven, sino que lo hacen sin aparentes efectos negativos en su desarrollo ni en su longevidad. Son las mismas de hace cuarenta años pero más oscuras. Otras especies de animales se han adaptado también a su manera hasta el punto de convertir la zona en una gran reserva natural. Para la ciencia ficción queda la idea de mutaciones que generan monstruos. La realidad es que la zona se ha convertido en un recordatorio de que la naturaleza no solo se adapta, sino que encuentra belleza y funcionalidad incluso en los entornos más hostiles. Como si Chernóbil, convertido hoy en un laboratorio evolutivo, nos susurrara que la vida no necesita permiso para reinventarse.