El día que Yukio Mishima quiso morir como kamikaze y un resfriado lo salvó

Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos jóvenes japoneses fueron llamados a filas con la posibilidad o la expectativa de morir por su país. Uno de ellos fue Yukio Mishima, entonces un estudiante con inquietudes literarias que más tarde se convertiría en uno de los autores más polémicos y complejos del Japón contemporáneo.

En 1944, Mishima fue convocado por la Armada Imperial Japonesa. Su aspiración era clara: convertirse en piloto kamikaze. Sin embargo, el día de la revisión médica acudió con fiebre y síntomas de un resfriado. El médico militar, al sospechar que podía tratarse de tuberculosis, lo declaró no apto para el servicio. Aquella decisión médica, aparentemente trivial, cambió el rumbo de su vida.

Como contaron en el programa Un autor en una hora de la SER, este episodio fue su primera confrontación con los conceptos de honor y muerte, y lo dejó profundamente frustrado. La leyenda épica que él mismo buscaba construir tuvo que esperar.

Este momento marcó profundamente su pensamiento y su obra. En Confesiones de una máscara (1949), su primera novela de gran éxito, Mishima recrea este episodio desde una perspectiva introspectiva y simbólica. La obra, con fuertes elementos autobiográficos, narra la vida de Kochan, un joven enfermizo y solitario que lucha por encajar en una sociedad rígida mientras descubre su homosexualidad y su fascinación por la muerte, la violencia y la belleza masculina.

El protagonista, como Mishima, se siente atraído por imágenes como el Martirio de San Sebastián de Guido Reni, donde el sufrimiento físico se mezcla con una estética idealizada. La novela refleja cómo el deseo de morir con honor se convierte en una forma de sublimar la represión personal y social. La imposibilidad de participar en la guerra como kamikaze no solo lo aleja del frente, sino que lo empuja a una vida de introspección, contradicciones y búsqueda de identidad.

Décadas después, esa misma obsesión lo llevaría a fundar una milicia privada, la Tatenokai y a protagonizar un suicidio ritual (seppuku) en 1970, tras un intento fallido de restaurar el poder simbólico del emperador. Su muerte, cuidadosamente escenificada, fue el desenlace de una vida marcada por la tensión entre el cuerpo, la disciplina, el arte y la muerte.

Paradójicamente, aquel resfriado que lo alejó del frente no solo le salvó la vida, sino que lo empujó a construir una obra literaria profundamente marcada por la estética del sacrificio.