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Hay una creciente contradicción entre el interés de las grandes compañías por ubicarse donde existe mucho talento disponible y las condiciones de vida posibles con las retribuciones que ofrecen

Metro de Madrid / Cadena SER

Madrid

La oferta de empleo es siempre atractiva, escrita en LinkedIn en ese lenguaje optimista que con unas pocas palabras incendia tu imaginación: una gran empresa tecnológica, una ciudad cosmopolita y vibrante, y un entorno de trabajo multinacional, flexible y motivador en uno de los vectores más dinámicos de la economía digital. Para muchos jóvenes titulados universitarios, ya con trabajo, pero con expectativas de algo con más proyección futura, una oferta así suena al mejor empleo del mundo. Por desgracia, luego la realidad es a menudo un poco menos chispeante.

Vivir en una gran ciudad -como Madrid, Barcelona u otras capitales tecnológicas europeas- es un paso inexcusable para muchas carreras profesionales. Sin embargo, hay una creciente contradicción entre el interés de las grandes compañías por ubicarse donde existe mucho talento disponible y las condiciones de vida posibles con las retribuciones que ofrecen. Con una cesta de la compra más cara que en muchos otros lugares del país y un mercado de la vivienda de alquiler con precios estratosféricos y oferta menguante, el sueño de ese gran empleo empieza pronto a resquebrajarse, aunque tu oficina esté en uno de sus icónicos edificios que tanto nos embelesan a todos. A muchos, obligados por los precios a vivir en el extrarradio y a tener que realizar cada día largos desplazamientos en varios y atestados medios de transporte público, la fascinación les dura poco.

Otro motivo de desgaste es ir dándose cuenta de que estas modernas factorías de la vida digital no ofrecen muchas facilidades para conseguir ascensos rápidos que mitiguen las estrecheces de la etapa inicial. Hay mucha competencia y, sobre todo, suelen estar alejadas en todos los sentidos del núcleo de la empresa en el que se sitúan los empleos mejor pagados. Ya no es el momento previo al crecimiento explosivo y las oportunidades millonarias, sino una fase corporativa de consolidación y maximización de resultados.

Hay cosas peores, como lo que les pasó a los empleados de una filial canadiense de Meta que se estableció hace unos años en la torre que Norman Foster diseñó en Barcelona. Su trabajo consistía en filtrar contenidos inapropiados de Facebook e Instagram. Inapropiados era un término solo adecuado para una parte de la tarea. Había un equipo de trabajo especial cuya misión era un viaje diario al infierno: asesinatos, torturas, violaciones, suicidios en directo, abusos sobre niños y otras atrocidades inimaginables. Hasta el 20 % de la plantilla llegó a estar de baja, en buena medida por el daño psicológico sufrido. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sentenció que esas bajas tenían condición de accidente laboral y no de enfermedad común, como sostenía la empresa. Hace pocos meses se firmó el ERE para el despido de los 2.059 trabajadores, de los que varias docenas se han querellado por delitos contra los derechos de los empleados y su integridad moral.

Este último caso es, evidentemente, un ejemplo extremo, pero estaba completamente normalizado. “Pagaban casi dos mil euros, las oficinas eran impresionantes y era meter un pie en Facebook”, contaba una las víctimas, que dijo no haber sido advertido antes de aceptar el trabajo del tipo de contenido tan brutal que debería supervisar.

Un estudio del Banco de España publicado a principios de este año señalaba que en nuestro país compensa mucho menos que en Alemania o Francia estudiar una carrera universitaria. La diferencia entre el salario medio a los 35 años de un titulado superior y de una persona que solo tenga la ESO es tres veces mayor en Alemania que en España, aunque esa desventaja es menor para las titulaciones tecnológicas que para las de humanidades.

En definitiva, lo que los datos y la realidad parecen indicarnos es que la extensión de la educación superior y la digitalización de la economía no son suficientes por sí solas para garantizar un buen nivel de bienestar para las nuevas generaciones si no van acompañadas de una mejora progresiva de las condiciones laborales y una solución a la crisis de la vivienda. Es decir, las luchas de siempre.

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta,...