Robert Guédiguian: "¿Por qué alguien de clase obrera no puede comer ostras alguna vez?"
El director marsellés estrena 'Mi querida ladrona', una película que cuestiona que la cultura, el arte y el placer sean algo superfluo y no un derecho para los trabajadores

Fotograma de Mi quierida ladrona / CEDIDA

El director francés, Robert Guédiguian, se ha empeñado en mostrar que la clase obrera tiene derecho no solo a vivir y cobrar un salario digno, sino también a disfrutar de los placeres de la vida. El pan y las rosas que diría Ken Loach. Francés, marsellés para más señas, de origen armenio, de clase obrera, su cine es emotivo, crítico, político, pero sobre todo amable y divertido. Ha rodado la mayoría de sus películas con su compañera, la actriz Ariane Ascaride en su barrio de L'Estaque en Marsella, donde nació y donde empezó a militar en el socialismo y el comunismo. De aquel barrio obrero, donde ambientó Marius y Jeannette o Marijo y sus amores, saltó al parís palaciego con su biopic de Mitterand. También ha viajado a Armenia o Beirut, donde centró Una historia de locos y Que la fiesta continúe.
A Marsella vuelve con Mi querida ladrona, de nuevo con su equipo de siempre y con la actriz, Ariane Ascaride. "Cada diez años intento hacer una película en el barrio en el que nací, que es como mi pueblo. Lo hago por dos razones. Primero para comprobar el estado de mi cine, el estado en el que me encuentro, en cómo está mi escritura, en mi relación con el cine, en mi deseo de hacer películas. Al mismo tiempo, también me viene bien ir allí porque es un lugar que conozco bien y me permite comprobar el tejido social y su estado. Ese tejido compuesto por clases modestas. En mis películas existe ese deseo, el de tomar el pulso a esas clases populares", nos dice el director.
En esta ocasión, la protagonista es una abuela, que sigue trabajando, cuidando a varias personas mayores y enfermas, y sacando adelante a su hija, que no tiene una buena situación laboral, y a su marido, que se quedó en el paro hace años, y sacando dinero para poder pagar las clases de piano de su nieto. “Es una mujer que se las arregla. Me encanta ese término, porque quiere decir que sigue luchando para vivir, no solo para sobrevivir. Intenta vivir, paga las clases de piano de su nieto y come ostras de vez en cuando. ¿Por qué no va a poder tomarse alguna vez una copa de champán?", responde el director francés.
Sin embargo, ese dinero no solo viene de su salario, también de pequeños hurtos a sus clientes. "Durante mucho tiempo, los pobres no sabían cómo vivían los ricos. Me remonto a la Edad Media, donde los campesinos no tenían ni idea de los festines dentro de palacio. Tampoco en el siglo XIX los trabajadores sabían cómo vivían los burgueses. Pero hoy tenemos ante nosotros, a través de la televisión, el cine y las redes sociales, cómo viven los ricos. Vemos sus coches, su ropa, su comida, las islas donde van de vacaciones. Eso genera una gran frustración. Creo que los jóvenes son muy infelices y es normal que también quieran esa parte de la riqueza, que no solo está vinculada a lo material, también implica placer, riqueza material".
Se refiere al arte y la cultura, que es también algo necesario para poder vivir, algo a lo que también debe tener derecho el proletariado. "La película plantea la cuestión de qué es lo superfluo. Dependiendo de la posición que uno tenga, una cosa puede ser superflua o no. En otras palabras, creo que no puedes luchar para sobrevivir, sino que tienes que luchar para vivir. Hay que definir qué es vivir. Esas definiciones no parten del mismo punto de vista para los trabajadores que para las clases altas. Vivir también significa tener tiempo libre, vacaciones, ocio, tener la oportunidad de ir al cine, al menos una vez al mes, o al teatro, practicar algo tipo de arte, como aficionado, estar en una orquesta, en un coro, hacer deporte. Todas estas cosas no son superfluas en absoluto, son parte de la vida misma. Pero creo que para la burguesía, lo superfluo es la vida misma, aparte del tiempo de trabajo", explica el realizador.
De alguna manera, él proviene de una generación y de una clase social que no ha tenido fácil su inicio en el mundo artístico. "En Francia luchamos arduamente para garantizar que hubiera escuelas para personas que no tuvieron éxito en sus estudios y pudieran aprender a hacer cine, que tuvieran segundas oportunidades también, y eso existe". Sin embargo, reconoce Guédiguian que continúa siendo difícil. "Cuando era joven nunca hubiera pensado en hacer películas. Nunca. No podía imaginarme. Ahora, vivo en París y veo mi círculo de amigos y familiares y sí veo a jóvenes que piensan en dirigir y hacer películas. Pero lo cierto es que entre las capas más desfavorecidas de la población no tienen esa facilidad para tener acceso al hecho de hacer películas y eso significa que hay menos representatividad de sus historias. Si miramos la historia del cine en todo el mundo, vemos que hay un porcentaje ínfimo de películas ambientadas en esa gente". De hecho, explica que han sido los burgueses quienes han retratado a la clase obrera, de ahí que se han perpetuado algunos estereotipos que él, en su cine, ha tratado de romper. "Fueron los burgueses los que hicieron películas sobre los trabajadores, por lo que obviamente los burgueses muestran todos los defectos del mundo obrero. Todos son alcohólicos, no les gustan las mujeres, no les gustan los gays. En cualquier caso, se trata de defectos que también comparte la burguesía. Intento demostrar que todos somos iguales. Es decir, esa gente tenía defectos, pero también grandes valores en igualdad, grandeza y gloria".
Esta historia la cuenta con personajes con claroscuros, amables, pero con problemas y rodeados de un barrio bañado por la luz del Mediterráneo, importantísima en su cine. "El Mediterráneo es mi idioma. Es la luz que me gusta. Llevo 50 años viviendo en París y no lo soporto, ahora que ves el clima que lo hace, no puedo soportarlo. La luz mediterránea es una luz de contrastes, crecí con ella y cuando estoy allí, en Marsella, me siento mejor". Una región que, como toda Europa, todo el mundo, vive el retorno de los viejos fantasmas de la extrema derecha contra los que su generación luchó y contra los que su cine impone buen rollo, inteligencia, empatía y lucha social.
"Es obvio que ya no estamos considerando un sistema alternativo al capitalismo, tal vez no haya otra idea alternativa", reconoce sobre el fracaso del sistema neoliberal. "Para mí, la forma de cambiar las cosas es la justicia fiscal, pero también sé que eso supone una gran dificultad. Soy consciente de que hay espectadores que pueden condenar lo que hace la protagonista, y se preguntarán por qué no pide las ostras, en lugar de robarlas, pero no se dan cuenta de que preguntar es una situación de vergüenza también".

Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...




