Los brotes verdes del plan de Pidcock
El británico se impone en la tercera etapa de la Arctic Race y se coloca a 6 segundos de un sorprendente Corbin Strong, que llega como líder a la etapa final

Los brotes verdes del plan de Pidcock / Borja Cuadrado

Tom Pidcock es de esos deportistas sin filtro. No te va a regalar una sonrisa si considera que no debe hacerlo. Se sabe estrella y te lo hace ver. Es el principal aliciente de esta Arctic Race y no quiso desaprovechar la llegada de Målselv. Su Q36.5 tiró con fe, liderado por un formidable Milan Vader, y el británico remató.
Lo que no esperaba Pidcock, tal vez, era que el líder se soldara a su rueda. Corbin Strong no dudó en seguir la rueda de Pidcock tras su ataque en el puerto final. Un todo o nada que no le salió mal: compitió la etapa y sigue primero, antes de la indescifrable clásica que se avecina en Tromsø.
El día del salmón
Cada día más arriba. Es un lema que suele aplicarse en la Arctic Race. Sin embargo, en un día de kilometradas para ciclistas, organización y periodistas, la etapa arrancaba justo en el norte de la isla de Senja, conocida como 'la Noruega en miniatura' y la segunda más grande del país. Lo hacía en Husoy, ilustre pueblo pesquero conocido por ser la sede de una importante empresa líder en la producción de salmón orgánico.
Y, mientras muchos degustaban los diferentes tipos de salmón, a escasos metros los ciclistas se ejercitaban en las primeras rampas de la etapa. Cuando una etapa empieza cuesta arriba, los ciclistas sudan haciendo rodillo o aquí directamente subiendo la montaña para después descenderla.
La Arctic Race es generosa en logística. Hasta el norte de Noruega, los equipos no tienen que hacer astronómicas kilometradas en sus autobuses, sino que la organización les cede coches eléctricos que agilicen el traslado a las zonas remotas donde se disputa la competición.
Y, a todo esto, nos quedamos con ganas de ver más arriba a los españoles. Pau Miquel (Kern-Pharma) arrastra molestias tras su caída de ayer, y sus opciones de buena general se desvanecen. Que Tromsø reparta suerte.




