Leer pensamientos y descifrar emociones, la nueva era de la neurotecnología

Madrid

Aquello que antes parecía inalcanzable o digno de una trama de ficción, hoy está cada vez más cerca de hacerse realidad: acceder al cerebro humano para descubrir lo que pensamos o lo que sentimos ya es posible. En una era era donde la tecnología avanza más rápido que las leyes, el cerebro, el último refugio de la privacidad humana, se ha convertido en el nuevo territorio en disputa.

En 2013 el gobierno de Obama lanzaba el Proyecto Brain con el objetivo de avanzar en el campo de la neurotecnología. El proyecto, financiado por el Congreso de los Estados Unidos, involucra actualmente a más de 550 laboratorios y cuenta con un presupuesto anual de 800 millones de dólares. Surgió de una idea propuesta por varios neurocientíficos en 2011 y cuyo recorrido se prevé hasta el 2030.

Al frente del proyecto se encuentra el español Rafael Yuste, neurobiólogo y director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia. Según explica, la neurotecnología son métodos o dispositivos capaces de medir la actividad del cerebro e incluso cambiarla. Estos métodos pueden ser eléctricos, ópticos, acústicos, magnéticos, moleculares, de nanotecnología, entre otros.

Esta neurotecnología combina ciencia, matemática y tecnología para desarrollar herramientas que ayuden a entender la actividad cerebral. Sus fines, según Yuste, son científicos, clínicos y económicos. Con ella, podríamos saber por qué nos enamoramos, cómo surgen muchas de las enfermedades cerebrales e incluso generar nuevas formas de emprender.

Riesgos de la neurotecnología

Tras la puesta en marcha del Proyecto Brain, tanto empresas públicas como privadas se han lanzado a investigar el campo de la neurotecnología. Países como China, Japón, Corea del Sur, Australia, Canadá, Israel y el continente europeo han creado proyectos similares en los últimos años. También lo han hecho empresas como Meta, Google, Microsoft e incluso Elon Musk con la creación de Neuralink.

Yuste asegura que ya desde hace 2 años la inversión en neurotecnología en Estados Unidos se ha multiplicado por tres y que la razón son los grandes beneficios económicos que esta generando este nuevo campo de investigación. Las compañías privadas, entre ellas la de Neuralink, "lo que buscan es ganar dinero a base de fabricar dispositivos que permitan conectar a las personas con la red", afirma Rafael.

La comercialización de estos dispositivos, ya a la venta en muchas plataformas, sin ningún tipo de regulación y el uso inapropiado por parte de las compañías privadas, ya está generando debates globales sobre privacidad, ética y derechos humanos. Yuste explica que de la misma manera que podemos acceder al cerebro para medir y cambiar la actividad cerebral, esa misma tecnología puede permitirnos medir y cambiar la actividad mental.

Los neuroderechos: un nuevo marco legal

En respuesta, Yuste fundó la Neuro Rights Foundation, una fundación dedicada a proteger los llamados neuroderechos, un conjunto de principios que buscan garantizar que la actividad cerebral y los datos mentales tengan la misma protección legal que otras formas de privacidad personal. Yuste los define como "los nuevos derechos humanos" y resalta que el cerebro "no es un órgano más del cuerpo sino que es el órgano que genera la mente humana".

En torno a los neuroderechos se ha creado toda una campaña a nivel mundial para alertar a los representantes de la ciudadanía y a los gobiernos del problema de la neurotecnología comercial sin regular. Desde que empezó esta campaña en 2017, se ha conseguido proteger la actividad cerebral por ley en 5 sitios del mundo: el primero fue en la República de Chile, un año después en Río Grande del Sur (Brasil) y en los estados de Estados Unidos de Colorado, California y Montana. Todas aprobadas por absoluta unanimidad.

En España, se impulsa una propuesta en Cantabria para incluirlos dentro de una Ley de Salud Digital, reconociendo jurídicamente qué es la neurotecnología, qué son los datos cerebrales y clasificándolos como datos personales sensibles que se deben proteger, asegura Rafael. El objetivo es claro: evitar que las herramientas diseñadas para curar o mejorar la salud se conviertan en instrumentos de control o manipulación masiva.

“La neurotecnología es buena y tiene unos beneficios médicos absolutamente urgentes”, insiste Yuste, "como la cura de enfermedades como el Alzhéimer, el Párkinson, la epilepsia, la esquizofrenia, la discapacitación mental, la parálisis, la ELA o incluso la ansiedad". Además, sostiene que el ser humano se define por la actividad mental y que el cerebro es el órgano que nos define como seres humanos.

Un nuevo renacimiento

Para Yuste, el momento que vivimos gracias a la neurotecnología es comparable a un “nuevo renacimiento”, una etapa en la que podríamos alcanzar una teoría general de cómo funciona el cerebro. "Yo creo que eso nos llevará a un nuevo humanismo y podamos por fin entender quiénes somos". Sin embargo, subraya que el debate sobre los neuroderechos no es exclusivo de la comunidad científica: es una conversación que involucra a toda la sociedad.

En un mundo donde la línea entre lo biológico y lo digital se difumina rápidamente, la pregunta no es solo qué podrá hacer la neurotecnología, sino quién tendrá el derecho de hacerlo. La última frontera de la privacidad humana ya está aquí, y su conquista dependerá tanto de la ciencia como de la ley.