Pantallas al aire libre: historias que siguen iluminando las noches
Del Coliseo San Andrés de Córdoba al Fescinal madrileño, la magia de ver películas al aire libre sigue viva gracias a quienes se niegan a apagar el proyector

T5 | E50 Cines de verano, protección ocular y sopas frías
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Durante décadas, los cines de verano han sido parte del paisaje veraniego en España. Se pensó que acabarían siendo un recuerdo romántico, devorados por la televisión, el vídeo, las plataformas y las crisis económicas. Sin embargo, algunos siguen ahí, con la misma luz proyectada sobre la pantalla y la misma brisa nocturna acompañando las funciones.
El cine más veterano de España
En Córdoba, el Cine Coliseo San Andrés es más que un recinto: es un superviviente. Abierto desde 1935, ostenta el título de cine de verano más antiguo de España y su gerente, José María Casado, sabe que su resistencia es casi una rareza.
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“Es raro que se perpetúe esto en el tiempo. Antes había muchos más cines de verano. Han desaparecido miles. Además hemos pasado muchas crisis y la peor fue la de la cinta de vídeo. Porque había videoclubs en todas las poblaciones”, explica.
Casado tomó las riendas tras el fallecimiento de Martín Cañuelo, histórico empresario que mantuvo con vida muchos de los cines de verano de Córdoba y el antiguo gerente del cine Coliseo.
“Si no llega a ser por él, los cines de verano de Córdoba no existirían. Me enteré de que el más antiguo de España iba a cerrar, pregunté si alguien lo cogería y, como nadie lo haría, lo cogí yo.” No fue una tarea fácil. Después de la pandemia, el Coliseo estuvo dos años cerrado y se necesitó mucho para que se pudiera usar de nuevo. “Las hierbas medían dos metros. Había que arreglar muchas cosas con albañiles, pintores, fontaneros. Por eso entre crisis y mejoras constantes, la actividad económica es poca. Un cine solo no tiene rentabilidad para vivir; quienes lo hacen es porque tienen varios.”
Para él, esta pasión por el cine bajo las estrellas viene de familia: su padre ya tenía un cine de verano en Lucena, una localidad cordobesa. Nos contaba que tiene muchos recuerdos de este trabajo. Noches dormido en las piernas de su madre en las butacas de madera, partidas improvisadas con pistolas de juguete, romper sillas en películas de kárate y, más tarde, la formación como operador de cinematógrafo para proyectar el mítico 35 mm. “Yo ya no conocí cuando las películas eran inflamables y ardían, como en Cinema Paradiso. Pero todo lo que ha vivido el cine lo he vivido con él. Cada cambio de formato y proyector.”
Cine caliente de Fescinal
De Córdoba nos vamos a Madrid, donde el Fescinal es sinónimo de verano. Este año celebra su 41ª edición y lleva treinta y un años consecutivos instalado en el Parque de la Bombilla, cerca del centro comercial Príncipe Pío, incluso abriendo en plena pandemia. Su gerente, David Lluesca, creció también entre butacas, “No he tenido veranos ni vacaciones desde que tengo 6 años. Al principio hacía la puñeta, como buen hijo del jefe, pero a los 16 ya trabajaba alquilando cojines.”
Entre las proyecciones que más recuerda está El acorazado Potemkin, en 35 mm: “Era tan antigua que se rompía sola, se desintegraba. Nos costó un sufrimiento proyectarla, pegándola y rebobinándola, pero la gente aguantó.”
Los martes en Fescinal tienen nombre propio: cine caliente. Una idea que ha reinventado este mítico cine de verano. "Es una idea de la Juan Gallery, hacer un monólogo con una película. Llevamos 5 años y funciona muy bien, se para la película, se comenta y se hace un momento gracioso y divertido. Pero si es la primera vez que vas a ver la película que proyectamos, mejor que no vengas porque te la vamos a destrozar. Ese es el objetivo.”
El toque vintage también engancha. Nada más entrar te reciben la taquilla retro, los puestos de comida con aire americano, los grafitis en las vallas y el tren pasando por detrás. Además al acabar las películas se mantienen los aplausos, lo que Lluesca resume como “mágico” y un momento que sigue emocionándolo.
El público también lo vive con nostalgia. Alberto recuerda Wall-E como su primera experiencia y asocia el cine de verano al frescor de las noches madrileñas. Alba, en cambio, cree que sería alguna de Harry Potter. Otros visitantes evocan las sillas de plástico pegajosas, las palomitas o las películas vistas en patios de casas, incluso el jaleo y las tormentas de verano sorpresa que hacen que las películas se pausen. Todos son recuerdos que hacen que se les ilumine la cara a los visitantes, que van desde los veinte a los cincuenta años.
Reinventarse para sobrevivir
En plena era digital, algunos cines de verano se reinventan como lo hizo Fescinal. En Matadero Madrid, el director artístico José Luis Romo mantiene una programación estival durante el mes de julio en colaboración con Cineteca. Lo que les ha permitido proyectar cine de autor, películas de festivales sin estreno en salas y formatos híbridos como el cine-concierto. “El año pasado escogimos a Los Punsetes. Hicieron versiones audiovisuales, musicaron una película de Fernando Arrabal y nos enamoramos de este experimento.”
Cada artista decide cómo hacer su sesión, haciendo montajes que acompañan a sus canciones, piezas creadas para una sesión concreta y un público que escucha y mira al mismo tiempo. “El cine de verano funciona fenomenal. No solo este de Matadero, todos los de Madrid se llenan todas las noches. La experiencia colectiva es muy importante y espero que no se pierda nunca.”
Un ritual que sobrevive
Tres cines, tres formatos, dos ciudades y un mismo espíritu: proyectar historias bajo el cielo nocturno. El Coliseo San Andrés, el Fescinal y Matadero demuestran que la experiencia de ir al cine de verano va más allá de la película: es comunidad, tradición y memoria.
En tiempos de streaming y pantallas individuales, sigue siendo un acto especial: sentarse junto a desconocidos, oír cómo el público ríe o se emociona y, al final, aplaudir todos mirando hacia la misma luz.




