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Un piloto del 43 grupo del Ejército del Aire: "Hemos visto incendios duros, pero esta ola está siendo algo que no habíamos vivido nunca"

Madrid

El capitán Javier Gimeno, piloto del 43 Grupo del Ejército del Aire, lleva casi una década combatiendo incendios forestales desde el aire. Pero lo que está ocurriendo estos días en la zona de Chandresa de Queisa, en Salamanca, le ha dejado sin palabras.

"Llevo años viviendo incendios, pero la carga de trabajo de ahora es algo que no habíamos vivido ni los que llevamos tanto tiempo", confiesa, tras una jornada de nueve horas de vuelo.

La situación es crítica, el fuego avanza sin control. Hay múltiples focos activos y la coordinación entre los equipos de tierra y aire se vuelve cada vez más compleja.

"Lo más difícil es la coordinación. Hay muchos frentes abiertos al mismo tiempo, y eso complica mucho el trabajo conjunto entre los medios terrestres y los aéreos. Es una labor muy delicada", explica Gimeno, que trabaja codo con codo con la Unidad Militar de Emergencias (UME) y con pilotos italianos y franceses que han llegado para apoyar la extinción.

Maniobras milimétricas en condiciones extremas

El piloto describe con detalle la dinámica de trabajo: despegan desde la base, localizan un embalse, río o incluso el mar, y recogen agua sin detenerse, como si el avión "surfease" sobre la superficie. Cada descarga puede llevar hasta 6.000 litros, pero no siempre es suficiente.

"Estas llamas tienen mucha fuerza. Somos el medio con más carga de agua, pero no podemos apagar todo lo que nos gustaría. A veces descargamos y, al volver, el fuego ya ha avanzado cientos de metros", lamenta.

La peligrosidad de la misión es constante. "Te enfrentas a temperaturas extremas, humo, aves, helicópteros… Intentamos ser lo más precisos para ayudar al equipo de tierra, pero hay momentos en los que el margen de maniobra es mínimo", señala.

Llamas de 50 metros: una muralla de fuego

Uno de los momentos más duros lo vivieron durante una maniobra en los Picos de Europa. Allí, Gimeno y su equipo se enfrentaron a un escenario que desafía cualquier protocolo de seguridad: llamas de hasta 50 metros de altura, que superaban con creces la copa de los pinos.

"No podemos ir a la cabeza de las llamas. Volamos lo más bajo posible, pero los cables de alta tensión nos marcan el límite", explica. "Ayer, en los Picos de Europa, estábamos tirando agua sobre unas llamas que se alzaban como torres. Los pinos ardían como antorchas, y el fuego los sobrepasaba. Era como enfrentarse a una muralla viva de fuego".

Este tipo de incendios, con columnas de fuego que alcanzan la altura de un edificio de más de 15 plantas, obliga a los pilotos a calcular cada maniobra al milímetro. "No tenemos sistemas de puntería. Bajar la altitud es clave para ser efectivos, pero también es lo que más nos expone", añade.

Una misión compartida

En la base de Matacán, Gimeno comparte misión con pilotos italianos y franceses. "Usamos el mismo avión, así que la coordinación es bastante fácil y el trabajo conjunto funciona muy bien", cuenta. "Mañana a las siete de la mañana despegamos juntos para seguir apoyando en los incendios".

A pesar del cansancio, el capitán mantiene intacto el compromiso. "Escuchar los testimonios de la gente que lo está perdiendo todo te rompe por dentro. Ayer estuvimos nueve horas trabajando. Veíamos cómo el fuego se comía pueblos enteros. Se nos desgarra el corazón", dice. Y añade: "Vamos a intentar hacer todo lo posible, no podemos rendirnos".

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Capitán Javier Gimeno, piloto del 43 grupo del Ejército del Aire

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